[1]Aquí me siento y espero, viejas tablas rotas a mi alrededor, y también nuevas tablas a medio escribir. ¿Cuándo llegará mi hora? — la hora de mi descenso, de mi ocaso; pues una vez más quiero ir a los hombres. Por eso espero ahora: porque primero han de llegarme las señales de que es mi hora — a saber: el león riente con la bandada de palomas. Entre tanto, como quien tiene tiempo, hablo conmigo mismo. Nadie me cuenta nada nuevo: así, me cuento yo a mí mismo.
[2]Cuando llegué a los hombres, los encontré sentados sobre un viejo engreimiento: todos se creían desde hacía ya mucho saber qué es para el hombre el bien y el mal. Un asunto viejo y cansado les parecía todo hablar de la virtud; y quien quería dormir bien, antes de ir a dormir aún hablaba de “bien” y “mal”.
Perturbé este sopor cuando enseñé: lo que es el bien y el mal, eso no lo sabe todavía nadie — salvo el creador. — Y creador es quien crea la meta del hombre y da a la tierra su sentido y su futuro: solo este hace que algo llegue a ser bueno o malo.
Y les mandé volcar sus viejas cátedras, y allí donde se había sentado aquel viejo engreimiento; les mandé reírse de sus grandes maestros de la virtud, de sus santos, de sus poetas y de sus redentores del mundo. De sus sombríos sabios les mandé reírse, y de cualquiera que alguna vez, como un negro espantapájaros, se hubiera posado en el árbol de la vida en ademán de advertencia. En su gran calle de las tumbas me senté, yo mismo entre carroña y buitres — y me reí de todo su antaño y de su carcomida gloria ruinosa.
En verdad, como predicadores de penitencia y como necios, grité con ira y alaridos sobre todo su grande y su pequeño: ¡que su mejor sea tan del todo pequeño! ¡que su peor sea tan del todo pequeño! — así reí.
Mi sabio anhelo gritó y rió así desde mí — el que nació en las montañas, una sabiduría salvaje, en verdad —, mi gran anhelo de rugientes alas. Y a menudo me arrancó fuera, arriba y más allá, y en medio de la risa: entonces volé, no sin estremecimiento, como una flecha, a través de un arrebato ebrio de sol; hacia lejanos futuros que ningún sueño ha visto aún, a sures más ardientes que los que jamás soñaron artífices; allí donde los dioses, danzando, se avergüenzan de toda vestidura; esto es: hablo en parábolas y, como los poetas, cojeo y tartamudeo; y, en verdad, me avergüenzo de que aún deba ser poeta.
Donde todo devenir me pareció danza de dioses y travesura de dioses, y el mundo suelto y desatado, y replegándose hacia sí mismo: — como un eterno huirse y volverse a buscar de muchos dioses; como el bienaventurado contradecirse, volverse a oír y volver a pertenecerse mutuamente de muchos dioses.
Donde todo tiempo me pareció una bienaventurada burla de los instantes; donde la necesidad era la libertad misma, que, bienaventurada, jugaba con el aguijón de la libertad.
Donde también reencontré a mi viejo diablo y archienemigo — el espíritu de la gravedad —, y todo cuanto él creó: coacción, precepto, necesidad, y consecuencia, y propósito, y voluntad, y bien y mal.
Porque, ¿no debe haber algo sobre lo que se dance, más allá de lo cual se dance? ¿No deben, en aras de los ligeros, de los más ligeros, existir topos y enanos graves?
[3] Allí fue también donde recogí del camino la palabra «superhombre», y que el hombre es algo que debe ser superado — que el hombre es un puente y no un fin: proclamándose bienaventurado por su mediodía y su tarde, como camino hacia nuevas auroras rosadas: — la palabra de Zaratustra sobre el gran mediodía, y cuanto además colgué por encima del hombre, como segundos arreboles purpúreos del atardecer.
En verdad, también les hice ver estrellas nuevas, junto con noches nuevas; y sobre las nubes, el día y la noche, aún extendí la risa como un dosel multicolor.
Les enseñé todo mi poetizar y mi empeño: componer en uno y reunir cuanto es fragmento en el hombre, y acertijo y temible azar; — como poeta, adivinador de acertijos y redentor del azar, les enseñé a forjar el porvenir y a redimir, creando, todo lo que fue. Redimir lo pasado en el hombre y recrear todo «fue», hasta que la voluntad diga: «¡Pero así lo quise! ¡Así lo querré!» — a eso lo llamé redención ante ellos; a eso solo les enseñé a llamar redención.
Ahora espero mi redención: ir a ellos por última vez. Porque una vez más quiero ir a los hombres; entre ellos quiero descender; muriendo quiero darles mi más rico don. Del sol aprendí esto: cuando se pone, el sumamente rico, derrama oro en el mar desde inagotable riqueza, — de modo que hasta el pescador más pobre rema con remo de oro. Esto lo vi una vez y no me sacié de lágrimas al contemplarlo.
Como el sol, también Zaratustra quiere descender: ahora está aquí sentado y espera, con viejas tablas rotas a su alrededor, y también nuevas tablas — medio escritas.
[4] Mira, aquí hay una nueva tabla: pero ¿dónde están mis hermanos que la lleven conmigo al valle y a corazones de carne?
Así lo exige mi gran amor por los más lejanos: ¡no trates con miramiento a tu más próximo! El hombre es algo que debe ser superado.
Hay muchos caminos y maneras de la superación: ¡Mira tú ahí! Pero solo un bufón piensa: «al hombre también se le puede saltar por encima».
Supérate a ti mismo aun en tu más próximo; y un derecho que puedes arrebatar para ti, no has de dejar que te lo den. Lo que tú haces, nadie puede volvértelo a hacer. Mira, no hay retribución.
Quien no puede mandarse a sí mismo, ha de obedecer. Y más de uno puede mandarse a sí mismo, pero ahí todavía falta mucho para que también se obedezca a sí mismo.
[5] Así lo quiere la índole de las almas nobles: no quieren tener nada gratis, y menos aún la vida. Quien es del populacho quiere vivir gratis; pero nosotros, los otros, a quienes la vida se dio, cavilamos siempre sobre qué es lo mejor que podemos dar a cambio. Y, en verdad, este es un dicho noble, el que dice: «lo que la vida nos promete, eso queremos — cumplírselo a la vida».
No se ha de querer gozar donde no se da goce. Y — ¡no se ha de querer gozar! Pues el goce y la inocencia son las cosas más pudorosas: ambas no quieren ser buscadas. Se las ha de tener — pero más bien se ha de buscar aun culpa y dolores.
[6] ¡Oh, hermanos míos, quien es primogénito siempre es sacrificado! Ahora, sin embargo, somos primogénitos. Sangramos todos en secretos altares de sacrificio, ardemos y nos asamos todos en honor de viejos ídolos. Nuestro mejor es todavía joven: eso excita los viejos paladares. Nuestra carne es tierna, nuestra piel no es más que piel de cordero: ¿cómo no habríamos de excitar a los viejos sacerdotes de ídolos? En nosotros mismos habita aún el viejo sacerdote de ídolos, que asa nuestro mejor para su festín. ¡Ay, hermanos míos, cómo no habrían los primogénitos de ser sacrificios!
Pero así lo quiere nuestra índole; y amo a quienes no quieren preservarse. A los que descienden los amo con todo mi amor: porque pasan al otro lado.
[7] Ser veraz — ¡eso pocos pueden! Y quien puede, aún no quiere. Menos que nadie pueden los buenos. ¡Oh esos buenos! Los hombres buenos nunca dicen la verdad; para el espíritu, ser bueno así es una enfermedad. Ceden, estos buenos, se entregan; su corazón repite, su fondo obedece: pero quien obedece no se oye a sí mismo.
Todo lo que los buenos llaman malo debe juntarse para que nazca una verdad. ¡Oh, hermanos míos, ¿sois también lo bastante malos para esta verdad?! El temerario osar, la larga desconfianza, el cruel ‘no’, el hastío, el cortar en lo vivo — ¡qué raras veces se junta todo eso! Pero de tal semilla, sin embargo, se engendra la verdad.
¡Junto a la mala conciencia ha crecido hasta ahora todo conocimiento! ¡Romped, romped por mí, vosotros, los que conocéis, las viejas tablas!
[8] Cuando el agua tiene vigas, cuando pasarelas y barandillas saltan sobre el río, en verdad, no encuentra entonces crédito el que entonces dice: “Todo fluye.” Antes bien, hasta los necios le contradicen: “¿Cómo? —dicen los necios— ¿que todo fluye? ¡Pero si hay vigas y barandillas por encima del río!” “Por encima del río todo es firme: los valores de las cosas, los puentes, los conceptos, todo “bien” y “mal”: ¡eso todo es firme!”
Si de hecho llega el duro invierno, el domador del animal-río, entonces aprenden hasta los más ingeniosos desconfianza; y, en verdad, no sólo los necios dicen entonces: “¿No debería todo — estar quieto?”
“En el fondo está todo quieto” — esa es una enseñanza propiamente invernal, una cosa adecuada para el tiempo estéril, un buen consuelo para durmientes invernales y arrimados a la estufa.
“En el fondo está todo quieto” — pero contra esto predica el viento del deshielo. El viento del deshielo, un toro que no ara — un toro furioso, un destructor que, con cuernos airados, rompe el hielo. Pero el hielo — rompe pasarelas.
¡Oh, hermanos míos, ¿no fluye todo ahora? ¿No han caído todas las barandillas y pasarelas al agua? ¿Quién se aferraría aún a “bien” y “mal”?
“¡Ay de nosotros! ¡Salud para nosotros! ¡El viento del deshielo sopla!” — Así predicadme, oh, hermanos míos, por todas las calles.
[9] Hay un viejo delirio, que se llama “bien” y “mal”. En torno a adivinos y astrólogos ha girado hasta ahora la rueda de ese delirio. Antaño se creyó en adivinos y astrólogos, y por eso se creyó: “Todo es destino: has de, pues debes.”
Luego, de nuevo, se desconfió de todos los adivinos y astrólogos; y por eso se creyó: “Todo es libertad: puedes, pues quieres.”
¡Oh, hermanos míos, sobre las estrellas y el futuro hasta ahora sólo se ha supuesto, no sabido; y por eso, sobre “bien” y “mal” hasta ahora sólo se ha supuesto, no sabido!
[10] “¡No robarás! ¡No matarás!” — tales palabras se llamaron antaño sagradas; ante ellas se doblaba la rodilla y las cabezas, y se quitaban los zapatos. Pero yo os pregunto: ¿dónde hubo jamás mejores ladrones y asesinos en el mundo que lo que fueron tales sagradas palabras?
¿No hay en toda vida misma — robar y matar? ¿Y que tales palabras se llamaran sagradas, no fue con ello la verdad misma — muerta a golpes? ¿O fue una predicación de la muerte que se llamara sagrado lo que contradecía y desaconsejaba toda vida? — ¡Oh, hermanos míos, romped, romped por mí las viejas tablas!
[11] Esta es mi compasión por todo lo pasado: que veo que está abandonado, — abandonado a merced de la gracia, del espíritu y de la locura de cada generación, que llega y reinterpreta todo lo que fue como su puente.
Un gran déspota podría llegar, un astuto demonio, que con su favor y su desfavor forzara y forzase todo lo pasado, hasta que se convirtiera para él en puente, presagio, heraldo y canto del gallo.
Pero este es el otro peligro y mi otra compasión: — quien es del populacho, su memoria se remonta sólo hasta el abuelo; — pero con el abuelo se detiene el tiempo.
Así está todo lo pasado abandonado: porque podría suceder que el populacho se hiciera amo y en aguas poco profundas ahogara todo tiempo.
Por eso, ¡oh, hermanos míos, hace falta una nueva nobleza que sea adversaria de todo populacho y todo despotismo, y que sobre tablas nuevas, de nuevo, escriba la palabra “noble”.
Porque hacen falta muchos nobles y muy diversos nobles, para que haya nobleza. O, como dije una vez en parábola: “Eso precisamente es divinidad: que haya dioses, pero no Dios.”
[12] Oh hermanos míos, os consagro y os destino a una nueva nobleza: para mí habéis de llegar a ser engendradores y criadores y sembradores del futuro — en verdad, no a una nobleza que podríais comprar al modo de los tenderos y con oro de tendero; pues poco valor tiene todo cuanto tiene su precio.
¡Que no de dónde venís determine en adelante vuestro honor, sino adónde vais! Vuestra voluntad y vuestro pie, que quiere ir por encima y más allá de vosotros mismos — eso determine vuestro nuevo honor.
En verdad, no que hayáis servido a un príncipe — ¡qué importan aún los príncipes! — ni que os hayáis convertido en baluarte de lo que está en pie, para que estuviera en pie más firme.
No que vuestro linaje se volviera cortesano en las cortes, ni que aprendierais, multicolores, a semejanza de un flamenco, a estar de pie largas horas en someros estanques. — Pues saber estar de pie es un mérito entre los cortesanos; y todos los cortesanos creen que a la bienaventuranza tras la muerte pertenece — ¡poder sentarse!
Ni tampoco que un espíritu, al que ellos llaman santo, condujera a vuestros antepasados a tierras prometidas, que yo no alabo — pues donde el peor de todos los árboles creció, la cruz, en esa tierra ¡nada hay que alabar! Y en verdad, adondequiera que este “santo espíritu” condujera también a sus caballeros, siempre corrían en tales campañas — cabras y gansos y cabezas de cruz y de través — por delante.
¡Oh hermanos míos, no hacia atrás ha de mirar vuestra nobleza, sino hacia fuera! Desterrados habéis de ser de todas las tierras de vuestros padres y patriarcas. La tierra de vuestros hijos habéis de amar: ese amor sea vuestra nueva nobleza — lo no descubierto, en el más lejano mar. ¡Tras ella mando a vuestras velas buscar y buscar!
En vuestros hijos habéis de enmendar el hecho de que sois hijos de vuestros padres: todo lo pasado habéis de redimir así. ¡Esta nueva tabla coloco sobre vosotros!
[13] “¿Para qué vivir? ¡Todo es vanidad! Vivir — eso es trillar paja; vivir — eso es quemarse y, sin embargo, no entrar en calor.” — Tal arcaica cháchara pasa todavía por “sabiduría”; porque es vieja y huele a rancio, por eso se la honra más. También el moho ennoblece.
A los niños se les permitió hablar así: rehúyen el fuego, porque los quemó. Hay mucha niñería en los viejos libros de sabiduría. Y quien siempre “trilla paja”, ¿cómo habría de blasfemar de la trilla? A tal necio habría, desde luego, que amordazarle el hocico.
Tales se sientan a la mesa y no traen nada consigo, ni siquiera buen hambre — y ahora blasfeman: “¡Todo es vanidad!”. Pero comer y beber bien, ¡oh hermanos míos!, en verdad no es vano arte. Romped, romped por mí las tablas de los nunca alegres.
[14] “Para los puros, es todo puro” — así habla el pueblo. Pero yo os digo: “para los puercos se vuelve todo puerco”.
Por eso predican los exaltados y los cabizbajos, a quienes también se les descuelga el corazón: “El mundo mismo es un monstruo de excremento.” Porque estos todos son de espíritu impuro; pero en especial aquellos que no hallan paz ni reposo a menos que miren el mundo por detrás — ¡los transmundanos! A esos se lo digo a la cara, aunque no suene placentero: en esto se parece el mundo al hombre, en que tiene un trasero — tanto es verdad. Hay en el mundo mucho excremento — tanto es verdad. Pero por eso el mundo mismo no es aún ningún monstruo de excremento.
Hay sabiduría en que muchas cosas en el mundo huelen mal: el asco mismo cría alas y fuerzas que presienten las fuentes. En lo mejor hay aún algo que da asco; y el mejor es aún algo que ha de ser superado. ¡Oh hermanos míos, hay mucha sabiduría en que hay mucho excremento en el mundo!
[15] Tales máximas oí a los piadosos transmundanos decir a su conciencia; y, en verdad, sin malicia ni falsía — aunque nada más falso hay en el mundo, nada más malicioso:
“¡Deja al mundo ser el mundo! ¡No levantes contra ello ni un dedo!”
“Deja que quien quiera estrangule y apuñale y corte y raspe a la gente: ¡no levantes contra ello ni un dedo! Por ello aprenden aún a renunciar al mundo.”
“Y tu propia razón — con ella habrías de hacer gárgaras y estrangularla tú mismo; pues es una razón de este mundo — por ello aprendes tú mismo a renunciar al mundo.”
¡Romped, romped por mí, oh hermanos míos, estas viejas tablas de los piadosos! ¡Haced trizas por mí las máximas de los calumniadores del mundo!
[16]“Quien mucho aprende, desaprende todo deseo vehemente” — eso se susurran hoy unos a otros en todos los callejones oscuros.
“La sabiduría cansa; no merece la pena — nada; ¡no has de desear!” — esta nueva tabla la encontré colgada incluso en los mercados al aire libre.
Romped por mí, oh hermanos míos, romped por mí también esta nueva tabla. Los cansados del mundo la colgaron allí, y los predicadores de la muerte, y también los capataces del látigo; pues mirad, ¡es también una prédica de servidumbre! Que aprendieron mal, y no lo mejor, y todo demasiado pronto y todo demasiado deprisa; que comieron mal, de ahí les vino ese estómago estropeado. Un estómago estropeado es, en efecto, su espíritu: aconseja la muerte. Porque, en verdad, hermanos míos, el espíritu es un estómago. La vida es un manantial de placer; pero para aquel desde el que habla el estómago estropeado —el padre de la aflicción—, todas las fuentes están envenenadas.
¡Conocer: eso es placer para el que tiene voluntad de león! Pero quien se cansó, ese es sólo “querido”; con él juegan todas las olas. Y así es siempre la índole de los hombres débiles: se pierden en sus caminos. Y, al fin, su cansancio aun pregunta: “¿Para qué recorrimos jamás caminos? ¡Todo es lo mismo!” A esos les suena dulce al oído que se predique: “¡Nada merece la pena! ¡No habéis de querer!” Pero esto es una prédica de servidumbre.
¡Oh hermanos míos, como un fresco viento rugiente llega Zaratustra a todos los cansados del camino; muchas narices hará aun estornudar! También a través de muros sopla mi libre aliento, y penetra en las prisiones y en los espíritus cautivos. Querer libera; porque querer es crear: así enseño. Y sólo para crear habéis de aprender.
Y también el aprender habéis de aprenderlo primero de mí: ¡el buen aprender! — Quien tenga oídos, que oiga.
[17]Ahí está el bote; por ahí quizá se va a la gran nada. Pero ¿quién quiere embarcarse en este “quizá”? Ninguno de vosotros quiere embarcarse en el bote de la muerte. ¿Cómo queréis, entonces, estar cansados del mundo? ¡Cansados del mundo! Y aun ni siquiera fuisteis arrebatados de la tierra. Ávidos os encontré todavía de tierra, enamorados aun de vuestro propio cansancio de la tierra. No en vano os cuelga el labio hacia abajo: un pequeño deseo terrenal se posa aun sobre él. Y en el ojo, ¿no flota ahí una nubecilla de placer terrenal no olvidado?
Hay sobre la tierra muchas buenas invenciones, unas útiles, otras agradables: por ellas la tierra merece ser amada. Y muchas diferentes cosas tan bien inventadas hay allí, que son como el pecho de la mujer: útiles y agradables a la vez.
¡Pero vosotros, cansados del mundo! ¡Vosotros, perezosos de la tierra! A vosotros se os ha de “acariciar” con varas: a varazos se os han de volver a hacer las piernas vivaces de nuevo. Porque, si no sois enfermos y criaturillas gastadas, de los que está cansada la tierra, entonces sois astutos animales perezosos o golosos, agazapados, gatos de placer. Y si no queréis correr alegres de nuevo, entonces habéis de partir de este mundo. De los incurables no se ha de querer ser médico: así lo enseña Zaratustra; así que habéis de partir de este mundo.
Pero se requiere más valor para hacer un final que para hacer un nuevo verso: eso lo saben todos los médicos y poetas.
[18]Oh hermanos míos, hay tablas que creó el cansancio y tablas que creó la pereza, la corrompida: aunque hablan igual, quieren, no obstante, ser escuchadas de manera distinta.
¡Mirad aquí a este languideciente! Sólo a un palmo está aun de su meta, pero por cansancio se ha tendido aquí, desafiante, en el polvo — ¡este valiente! Por cansancio bosteza ante el camino, la tierra, la meta y ante sí mismo: ningún paso quiere dar ya más adelante — ¡este valiente! Ahora el sol arde sobre él y los perros lamen su sudor; pero yace ahí en su desafío y prefiere languidecer — ¡a un palmo de su meta languidecer! En verdad, aun deberéis arrastrarlo por los cabellos hasta su cielo — a este héroe. Mejor aun, dejadle yacer donde se ha tendido, para que le venga el sueño, el consolador, con refrescante lluvia susurrante. Dejadle yacer hasta que por sí mismo despierte, hasta que por sí mismo repudie todo cansancio y lo que el cansancio enseñó a través de él. Sólo, hermanos míos, que ahuyentéis de él a los perros, a los perezosos merodeadores y a todo el enjambre de alimañas, todo el enjambre de alimañas de los “cultos” que se regala con el sudor de cada héroe.
[19]Cierro círculos a mi alrededor y sagradas fronteras; cada vez menos ascienden conmigo a cada vez más altas montañas: construyo una cordillera con montañas cada vez más sagradas. Pero, adondequiera que queráis ascender conmigo, oh hermanos míos, cuidad que ningún parásito ascienda con vosotros. Un parásito: eso es un gusano, una criatura rastrera y zalamera, que quiere engordar en vuestros enfermos y doloridos rincones. Y éste es su arte: que adivina, en las almas que ascienden, dónde se cansan; en vuestro pesar y descontento, en vuestro delicado pudor, construye su nido nauseabundo. Donde el fuerte es débil, donde el noble es en exceso benigno, ahí construye su nido nauseabundo: el parásito habita donde el grande tiene pequeños doloridos rincones.
¿Cuál es la más alta índole de todo lo que existe y cuál la más baja? El parásito es la índole más baja; pero quien es de la índole más alta, ese alimenta a la mayoría de los parásitos. Pues el alma que tiene la escalera más larga y puede descender más hondo: ¿cómo no habrían de posarse en ella la mayoría de los parásitos? El alma que más abarca, que puede correr, errar y vagar en sí misma más lejos; la más necesaria, que por puro gusto se lanza al azar; el alma que es, que se zambulle en el devenir; la que posee, que quiere lanzarse al querer y al anhelar; la que huye de sí misma, la que se alcanza a sí misma en el más amplio círculo; el alma más sabia, a la que la necedad persuade de la manera más dulce; la que más se ama a sí misma, en la que todas las cosas tienen su corriente y contracorriente, y su flujo y reflujo: ¡oh, cómo no habría de tener el alma más alta los peores parásitos!
[20] Oh hermanos míos, ¿soy entonces cruel? Pero digo: lo que cae, eso debe aún empujarse. Todo lo de hoy — eso cae, eso se desmorona: ¿quién querría mantenerlo? Pero yo — yo quiero aún empujarlo.
¿Conocéis la lujuria que hace rodar piedras por despeñaderos empinados? Estos hombres de hoy: ¡mirad cómo ruedan por mis despeñaderos!
¡Soy preludio de jugadores mejores, oh hermanos míos! ¡Un ejemplo! ¡Haced según mi ejemplo!
Y al que no enseñáis a volar, a ese enseñádmelo — ¡a caer más rápido!
[21] Amo a los valientes; pero no basta ser espadachín: hay que saber también a quién golpear. Y a menudo hay más valentía en contenerse y pasar de largo, para reservarse para el enemigo más digno.
Yo sólo habría de tener enemigos a los que haya que odiar, pero no enemigos para despreciar; debéis estar orgullosos de vuestro enemigo: así enseñé ya una vez. Para el enemigo más digno, oh amigos míos, os habéis de reservar; por eso debéis pasar de largo ante muchas cosas, sobre todo ante mucha chusma que os ensordece los oídos con su griterío sobre el pueblo y los pueblos. Mantened vuestro ojo limpio de sus pros y contras. Ahí hay mucha justicia, mucha injusticia; quien se detiene a mirar ahí acaba lleno de ira. Mirar ahí, golpear ahí: ahí ambas cosas son una sola; por eso marchaos a los bosques y dejad dormir vuestra espada.
¡Recorred vuestros caminos! Y dejad a pueblo y pueblos recorrer los suyos: oscuros caminos, en verdad, sobre los que ya no destella una sola esperanza. ¡Que ahí domine el tendero, donde todo lo que aún brilla es oro de tendero! Ya no es tiempo de reyes; lo que hoy se llama pueblo no merece reyes. Mirad cómo esos pueblos hacen ahora ellos mismos igual que los tenderos: arrancan aún las más pequeñas ventajas de cada montón de basura. Se acechan unos a otros, se arrancan unos a otros algo al acecho: a eso lo llaman “buena vecindad”. Oh, bienaventurado lejano tiempo en que un pueblo se decía a sí mismo: “quiero ser señor por encima de los pueblos”. Porque, hermanos míos: lo mejor ha de dominar, lo mejor quiere también dominar. Y donde la enseñanza reza de otro modo, ahí falta lo mejor.
[22] Si esos tuviesen pan gratis, ¡ay!, ¿por qué gritarían? Su manutención — ese es su verdadero entretenimiento; y han de tenerlo difícil. Son bestias de presa: en su “trabajar” hay todavía robo; en su “ganar” hay todavía engaño. Por eso han de tenerlo difícil. Así han de volverse mejores bestias de presa, más finas, más inteligentes, más semejantes al hombre; pues el hombre es la mejor bestia de presa. A todos los animales el hombre ya les ha robado sus virtudes; por eso, de todos los animales, el hombre lo ha tenido más difícil. Sólo los pájaros están aún por encima de él. Y si el hombre aprendiera a volar, ¡ay!, ¿a qué alturas volaría su ansia de rapiña?
[23] Así quiero a hombre y mujer: al uno hábil para la guerra, a la otra hábil para dar a luz, pero a ambos hábiles para danzar con cabeza y piernas. Y perdido sea para nosotros el día en que no se danzó ni una sola vez. Y falsa se llame para nosotros toda verdad a la que no acompañó una risa.
[24] El sello de vuestro matrimonio: mirad que no sea un mal sello. Sellasteis demasiado rápido; de ahí se sigue — quebrantar el matrimonio. Y mejor aún quebrantar el matrimonio que torcer el matrimonio, mentir el matrimonio. Así me habló una mujer: “Cierto que quebranté el matrimonio, pero primero me quebrantó el matrimonio a mí”.
A los mal casados los encontré siempre los más vengativos: hacen pagar a todo el mundo el hecho de que ya no corran solos.
Por eso quiero que los honestos se digan el uno al otro: “Nos amamos; cuidemos de seguir queriéndonos. ¿O ha de ser nuestra promesa una equivocación?”
“Dadnos un plazo y un pequeño matrimonio, para ver si valemos para el gran matrimonio. ¡Es cosa grande siempre ser dos!”
Así aconsejo a todos los honestos; ¿y qué sería entonces mi amor al superhombre y a todo lo que ha de venir, si aconsejara y hablara de otro modo? Que no sólo a extender vuestra estirpe, sino a elevarla — a eso, oh hermanos míos, os ayude el jardín del matrimonio.
[25] Quien se volvió sabio respecto a viejos orígenes, ese acabará por buscar fuentes del futuro y nuevos orígenes. Oh hermanos míos, no falta mucho: entonces nuevos pueblos surgirán y nuevas fuentes se precipitarán rugiendo hacia nuevas profundidades. Pues el terremoto — que ciega muchos pozos, que causa mucho languidecer — saca también a la luz fuerzas y secretos interiores. El terremoto deja nuevas fuentes al descubierto. En el terremoto de viejos pueblos manan nuevas fuentes.
Y quien clama: “He aquí un pozo para muchos sedientos, un corazón para muchos anhelantes, una voluntad para muchas herramientas”: en torno a ese se congrega un pueblo, esto es: muchos que intentan.
Quién puede mandar, quién debe obedecer — eso es lo que ahí se ensaya. ¡Ay, con qué largo buscar, y conjeturar, y desacertar, y aprender, e intentar de nuevo!
La sociedad de los hombres: eso es un intento, así lo enseño — una larga búsqueda; pero busca al que manda. Un intento, oh hermanos míos, y no un “contrato”. Romped, romped por mí tal palabra de los de corazón blando y de los mitad-y-mitad.
[26] ¡Oh hermanos míos! ¿En quiénes radica el mayor peligro para todo futuro de los hombres? ¿No es en los buenos y los justos — en aquellos que dicen y sienten en el corazón: “sabemos ya lo que es bueno y justo, lo tenemos también; ¡ay de aquellos que aquí aún buscan!”? Y cualquiera que sea el daño que puedan los malvados hacer, el daño de los buenos es el daño más dañino. Y cualquiera que sea el daño que puedan los calumniadores del mundo hacer, el daño de los buenos es el daño más dañino.
Oh hermanos míos, hubo uno que una vez miró al corazón de los buenos y los justos, el que dijo: “son los fariseos.” Pero nadie lo entendió. Los buenos y los justos mismos no tuvieron permitido entenderlo: su espíritu está cautivo en su buena conciencia. La estupidez de los buenos es de una inteligencia insondable. Pero esa es la verdad: los buenos deben ser fariseos — no tienen elección. Los buenos deben crucificar a aquel que inventa para sí su propia virtud. ¡Esa es la verdad!
Pero el segundo que descubrió su país, país, corazón y tierra de los buenos y los justos, ese fue el que preguntó: “¿a quién odian más?” Al que crea odian más: a aquel que rompe tablas y viejos valores, al rompedor — a ese lo llaman criminal. Pues los buenos — esos no pueden crear: esos son siempre el principio del fin: crucifican a aquel que escribe nuevos valores en nuevas tablas, se sacrifican a sí mismos el futuro — crucifican todo futuro de los hombres.
Los buenos — esos fueron siempre el principio del fin.
[27] Oh hermanos míos, ¿entendisteis también esta palabra? ¿Y lo que un día dije sobre el “último hombre”? ¿En quiénes radica el mayor peligro para todo futuro de los hombres? ¿No es en los buenos y justos? ¡Romped, romped por mí a los buenos y justos! Oh hermanos míos, ¿entendisteis también esta palabra?
[28] ¿Huís de mí? ¿Estáis asustados? ¿Tembláis ante esta palabra? Oh hermanos míos, cuando os mandé romper a los buenos y las tablas de los buenos, fue entonces cuando embarqué al hombre en su alta mar. Y solo ahora le llega el gran espanto, el gran mirar en torno, la gran enfermedad, la gran náusea, el gran mareo en alta mar. Falsas costas y falsas seguridades os enseñaron los buenos; en las mentiras de los buenos nacisteis y tuvisteis cobijo. Todo, hasta el fundamento, está falseado y torcido por los buenos. Pero quien descubrió la tierra “hombre” descubrió también la tierra “futuro de los hombres”. Ahora habéis de ser navegantes, valientes, pacientes. Caminad erguidos, pronto, oh hermanos míos; aprended a caminar erguidos. El mar se agita con tormenta: muchos quieren, apoyándose en vosotros, erguirse de nuevo. El mar se agita con tormenta: todo está en el mar. ¡Ea! ¡Arriba! ¡Vosotros, viejos corazones de marino! ¡Qué patria! Hacia allí quiere ir nuestro timón, donde está la tierra de nuestros hijos. ¡Hacia allá fuera, más tempestuoso que el mar, embiste nuestro gran anhelo!
[29] «¿Por qué tan duro?», le dijo al diamante un día el carbón de cocina. «¿No somos entonces parientes cercanos?» ¿Por qué tan blandos? Oh hermanos míos, así os pregunto: ¿no sois, entonces, mis hermanos? ¿Por qué tan blandos, tan vacilantes y transigentes? ¿Por qué hay tanta negación, renegación en vuestros corazones? ¿Tan poco destino en vuestra mirada? Y si no queréis ser destinos e inexorables, ¿cómo podríais vencer conmigo?
Y si vuestra dureza no quiere relampaguear y separar y cortar en pedazos, ¿cómo podríais un día crear conmigo? Pues los creadores son duros. Y debe pareceros una bienaventuranza imprimir vuestra mano sobre milenios como sobre cera. Bienaventuranza, escribir sobre la voluntad de milenios como sobre bronce, más duro que bronce, más noble que bronce. Solo lo más noble es enteramente duro. Esta nueva tabla, oh hermanos míos, pongo sobre vosotros: ¡volveos duros!
[30] ¡Oh tú, mi voluntad! Tú, giro de toda necesidad, tú, mi necesidad. ¡Presérvame de todas las pequeñas victorias! Tú, providencia de mi alma, a la que llamo destino. ¡Tú-en-mí! ¡Sobre-mí! ¡Presérvame y resérvame para un gran destino!
Y tu última grandeza, mi voluntad, resérvala para lo último tuyo: que seas inexorable en tu victoria. ¡Ay, quién no sucumbió a su victoria! ¡Ay, de quién no se oscureció el ojo en este ebrio crepúsculo! ¡Ay, de quién no se tambaleó el pie y desaprendió, en la victoria, a mantenerse en pie!
Para que un día yo esté preparado y maduro en el gran mediodía, preparado y maduro como bronce resplandeciente, nube preñada de relámpagos y ubre de leche henchida; preparado para mí mismo y para mi voluntad más escondida, un arco en celo tras su flecha, una flecha en celo tras su estrella; una estrella preparada y madura en su mediodía, resplandeciente, traspasada, bienaventurada ante las flechas aniquilantes del sol; un sol mismo y una inexorable voluntad de sol, lista para aniquilar en la victoria.
¡Oh voluntad, giro de toda necesidad, tú mi necesidad! ¡Resérvame para una gran victoria!
Así habló Zaratustra.
Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.