Category: Zaratustra I

  • 2.10 LA CANCIÓN PARA LA DANZA

    Una tarde marchaba Zaratustra con sus discípulos por el bosque; y cuando buscaba un manantial, he aquí que llegó a una pradera verde, silenciosamente rodeada de árboles y matorrales: en ella danzaban doncellas unas con otras. Tan pronto como las doncellas reconocieron a Zaratustra, cesaron su danza; pero Zaratustra se acercó a ellas con gesto amistoso y dijo estas palabras:

    “No abandonéis la danza, encantadoras doncellas. No vine a vosotras como un aguafiestas con mala mirada, ni como enemigo de doncellas. Abogado de Dios soy ante el diablo —que no es otro sino el espíritu de la gravedad. ¿Cómo podría yo, vosotras ligeras, ser hostil a divinales danzas? ¿O a pies de doncellas con bellos tobillos?

    Bien puedo ser un bosque y una noche de árboles oscuros, pero quien no se asusta de mi oscuridad encuentra también laderas de rosas bajo mis cipreses. Y puede encontrar también al pequeño dios, el más grato a las doncellas: yace junto al manantial, quieto, con ojos cerrados. En verdad, a plena luz me duerme, el haragán. ¿Ha ido, tal vez, demasiado a por mariposas? No os enfurezcáis conmigo, hermosas danzantes, si castigo al pequeño dios un poco. Chillará, probablemente, y llorará —pero da risa aún al llorar. Con lágrimas en los ojos ha de solicitaros para una danza; y yo mismo quiero cantar una canción para su danza: una canción de baile y burlesca sobre el espíritu de la gravedad, mi máximo, más poderoso demonio, del que dicen que es el “señor del mundo”.

    Y esta es la canción que Zaratustra cantó, cuando Cupido y las doncellas danzaron juntos:

    ¡En tu ojo miré recientemente, oh vida! Y en lo insondable me pareció hundirme. Pero me sacaste fuera con una caña de pescar de oro; burlonamente reíste cuando te llamé insondable.

    “Así habla el discurso de todos los peces —dijiste tú—: lo que ellos no logran sondear, eso lo llaman insondable. Pero soy solamente cambiante, y salvaje, y en todo una mujer —y no virtuosa—, aunque vosotros, los hombres, me llaméis ‘la profunda’, o ‘la fiel’, ‘la eterna’, ‘la misteriosa’. Pero vosotros, los hombres, nos regaláis siempre vuestras propias virtudes —¡ay, vosotros los virtuosos!”

    Así rió, la increíble; pero yo no creo en ella nunca, ni en su risa, cuando habla mal de sí misma. Y cuando hablé cara a cara con mi salvaje sabiduría, me dijo furiosa: “Quieres, anhelas, amas —por eso solamente alabas la vida”. Casi le habría yo respondido con dureza y dicho la verdad a la iracunda; y uno no puede responder con mayor dureza que cuando le dice “la verdad” a su propia sabiduría. Así están las cosas entre nosotros tres: desde el fondo de mi corazón, solo amo a la vida —y, en verdad, ¡tanto más cuando la odio! Que sienta afecto por la sabiduría, y a menudo demasiado, lo causa el que ella me recuerda muchísimo a la vida. Tiene su ojo, su risa y hasta su caña de pescar de oro: ¿qué puedo hacer, si ambas se parecen tanto?

    Y cuando una vez la vida me preguntó: “¿Quién es, entonces, esa —la sabiduría?”, entonces dije con entusiasmo: “¡Ah, sí! ¡La sabiduría! Uno tiene sed de ella y no se sacia, se la mira a través de velos, se la atrapa a través de redes. ¿Es hermosa? ¿Qué sé yo? Pero las carpas más viejas todavía muerden su anzuelo. Cambiante es, y rebelde; a menudo la vi morderse el labio y peinarse a contrapelo. Tal vez sea mala y falsa, y en todo una mujerzuela; pero cuando habla mal de sí misma, es entonces cuando más seduce.”

    Cuando dije esto a la vida, rió maliciosa y cerró los ojos. “¿Pero de quién hablas?” —dijo ella—, “¿tal vez de mí? Y si tuvieras razón, ¿se me dice eso así en la cara? ¡Pero ahora habla también de tu sabiduría!”

    ¡Ay, y ahora abriste los ojos de nuevo, oh amada vida! Y en lo insondable me pareció hundirme de nuevo.

    Así cantó Zaratustra. Pero cuando la danza llegó a su final y las doncellas se habían ido, se volvió triste.

    “El sol ya hace mucho que está abajo —dijo finalmente—; el prado está húmedo, de los bosques viene frescura. Algo desconocido hay a mi alrededor y mira pensativo. ¡Qué! ¿Vives aún, Zaratustra?

    ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Por medio de qué? ¿Adónde? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿No es necedad vivir todavía?

    Ay, amigos míos, es la tarde la que así pregunta desde mí. ¡Perdonadme mi tristeza! Atardeció: ¡perdonadme que atardeciera!”

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.22. DE LA VIRTUD QUE HACE REGALOS

    [1] Cuando Zaratustra se despidió de la ciudad que estaba ligada a su corazón cuyo nombre es: “la vaca multicolor” –  muchos le siguieron, los que se llamaban a sí mismos sus discípulos y le hacían compañía. Así llegaron a un cruce de caminos: allí les dijo Zaratustra que a partir de ahora quería ir solo; pues era amigo de andar en soledad. Sus discípulos, sin embargo, le entregaron como regalo de despedida un bastón en cuya empuñadura de oro una serpiente se enroscaba alrededor del sol. Zaratustra se alegró del bastón y se apoyó en él; entonces  habló así a sus discípulos: 

    Decidme: ¿cómo llegó el oro a tener el más alto valor? Porque es poco común, e inútil, y brillante, y suave en su resplandor; se entrega siempre a sí mismo. Solo como imagen de la más alta virtud llegó el oro a tener el más alto valor. Como el oro brilla la mirada del que regala. El resplandor del oro sella la paz entre la luna y el sol. Poco común es la más alta virtud, e inútil, brillante es y suave en su resplandor: una virtud que regala es la más alta virtud.

    En verdad, os adivino bien, discípulos míos: os esforzais, lo mismo que yo, por alcanzar la virtud que regala. ¿Qué tendríais en común con gatos y lobos? Esa es vuestra sed, convertiros a vosotros mismos en sacrificios y regalos: y por eso tenéis sed de acumular todas las riquezas en vuestra alma. Insaciable se esfuerza vuestra alma por alcanzar tesoros y joyas, porque vuestra virtud es insaciable en querer dar. Obligáis a todas las cosas a ir hacia vosotros y a entrar en vosotros para que fluyan de nuevo desde vuestra fuente como regalos de vuestro amor. En verdad en saqueador de todos los valores debe convertirse tal amor que regala; pero sano y sagrado llamo yo a este egoísmo. 

    Hay otro egoísmo, uno demasiado pobre, uno hambriento, que siempre quiere robar, ese es el egoísmo de los enfermos, el egoísmo enfermo. Con el ojo del ladrón mira todo lo que brilla; con la avaricia del hambre mide al que tiene para comer con abundancia; y siempre se arrastra alrededor de la mesa de los que regalan. Enfermedad habla desde tal deseo y degeneración invisible; de un cuerpo enfermo habla la avaricia ladrona de ese egoísmo. 

    Decidme, hermanos míos: ¿qué consideramos malo y lo peor? ¿No es la degeneración? Y siempre señalamos degeneración allí donde falta el alma que regala. Hacia arriba va nuestro camino, de la especie a la superespecie. Pero un horror es para nosotros el sentido degenerante que dice: “¡Todo para mí!” Hacia arriba vuela nuestro sentido: así es una parábola de nuestro cuerpo, una parábola de elevación. Parábolas de tales elevaciones son los nombres de las virtudes. 

    Así va el cuerpo a través de la historia, algo que deviene y que lucha. ¿Y el espíritu? Heraldo, compañero y eco de sus luchas y victorias. 

    Parábolas son todos los nombres del bien y del mal: no hablan, tan sólo hacen señas. Necio es quien pretende obtener conocimiento a partir de ellas. 

    Prestad atención, hermanos míos, a cada hora en que vuestro espíritu quiera hablar en parábolas: ahí está el origen de vuestra virtud. Elevado está allí vuestro cuerpo y resucitado; con su gozo extasía al espíritu, para que se convierta en creador, tesorero, amante y benefactor de todas las cosas. 

    Cuando vuestro corazón hierve, ancho y pleno, como un río, una bendición y un peligro para los residentes: ahí está el origen de vuestra virtud. 

    Cuando estáis por encima de la alabanza y la censura, y vuestra voluntad quiere mandar sobre todas las cosas, como la voluntad de un amante: ahí está el origen de vuestra  virtud. 

    Cuando despreciais lo placentero, y la cama blanda, y no podéis acostaros lo suficientemente lejos de los blandos: ahí está el origen de vuestra virtud.

    Cuando sois volientes de una única voluntad, y este viraje de toda necesidad lo llamais necesidad: ahí está el origen de vuestra virtud. 

    En verdad: ¡es un nuevo bien y mal! En verdad: un nuevo, profundo murmullo, y la voz de una nueva fuente.

    Poder es ella, esta nueva virtud; un pensamiento dominante es ella, y en torno a él, un alma sabia: un sol dorado, y en torno a él, la serpiente del conocimiento.

    [2] Aquí permaneció en silencio Zaratustra un rato y miró con amor a sus discípulos. Luego pasó a hablar así: – y su voz se habia transformado.

    Permanecedme fieles a la tierra, hermanos míos, ¡con el poder de vuestra virtud! Que vuestro amor que regala y vuestro conocimiento sirvan al sentido de la tierra. Así os lo pido y os lo conjuro. No la déjeis volar fuera de lo terrenal, ni que golpee con sus alas contra muros eternos. ¡Ay, siempre  hubo tanta virtud extraviada en el vuelo! Llevad, como yo, la virtud extraviada en su vuelo de vuelta a la tierra -sí, de vuelta al cuerpo y la vida-, para que dé a la tierra su sentido, ¡un sentido humano!

    Cien veces se extraviaron en su vuelo y se equivocaron tanto el espíritu como la virtud. ¡Ay, en nuestro cuerpo habita aún ahora toda esa locura y ese error! Cuerpo y voluntad se han vuelto allí. 

    Cien veces intentaron y erraron, hasta ahora, tanto el espíritu como la virtud. Sí, un intento fue el hombre. ¡Ay, mucha ignorancia y error se han vuelto cuerpo en nosotros!  

    No solo la razón de milenios, también su locura hace erupción en nosotros. Es peligroso ser heredero. Todavía luchamos paso a paso con el gigante azar, y sobre toda la humanidad ha reinado hasta ahora el sinsentido, la falta de sentido. 

    Que vuestro espíritu y vuestra virtud  sirvan al sentido de la tierra, hermanos míos; y que el valor de todas las cosas sea nuevamente establecido por vosotros. ¡Por eso habréis de ser luchadores! ¡Por eso habéis de ser creadores!

    Sabiendo se purifica el cuerpo; intentando con saber se eleva; al que conoce se le santifican todos los impulsos; al elevado se le vuelve el alma alegre.

    Medico, ayúdate a ti mismo: así también ayudas todavía a tu enfermo. Que esa sea su mejor ayuda: ver con sus ojos a aquel que se cura a sí mismo. 

    Hay mil senderos que aún no han sido recorridos; mil saludes, y oblicuas islas de vida. Inagotado y sin descubrir es todavía el hombre, y la tierra del hombre. 

    ¡Despertad y escuchad, vosotros solitarios! Desde el futuro llegan vientos con furtivo batir de alas; y a los oídos finos se proclama la buena nueva.

    Vosotros, solitarios de hoy, vosotros, los que os apartais, vosotros algún día seréis un pueblo: de vosotros, que os escogisteis a vosotros mismos, surgira un pueblo escogido: – y de él el superhombre. 

    ¡En verdad, un lugar de recuperación ha de convertirse todavía la tierra! Y ya se extiende un nuevo aroma a su alrededor, uno que trae salvación, – ¡y una nueva esperanza!

    [3] Cuando Zaratustra hubo pronunciado estas palabras, permaneció en silencio, como quien no ha dicho aún su última palabra. Largo tiempo sopesó el bastón, dudando, en su mano. Finalmente habló así: – y su voz se había transformado.

    Ahora me voy solo, discípulos míos. Iros ahora vosotros -y solos. Así lo quiero. En verdad os aconsejo: alejaos de mí, ¡y guardaos de Zaratustra! Y mejor aún: avergonzaos de él. Quizás os engañó.

    El hombre de conocimiento debe no sólo amar a sus enemigos, sino también  poder odiar a sus amigos. 

    Se recompensa mal a un maestro cuando se permanece siempre tan solo alumno. ¿Y por qué no quereis arrancarme la corona?

    Me veneráis; pero ¿y si vuestra veneración un día se derrumba? ¡Cuidaos de que no os mate una estatua!

    ¿Decís que creeis en Zaratustra? ¡Pero qué importa Zaratustra! Vosotros sois mis creyentes: ¡pero qué importan todos los creyentes! Todavía no os habíais buscado: entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes; por eso importa tan poco toda fe. 

    Ahora os llamo a perderme y a encontraros; y solo cuando todos me hayais negado, volveré de nuevo a vosotros.

    En verdad, con otros ojos, hermanos míos, buscaré entonces a los míos perdidos; con otro amor os amaré entonces. 

    Y una vez más os habréis vuelto mis amigos, y niños de una única esperanza; entonces estaré con vosotros por tercera vez, para celebrar con vosotros el gran mediodía. 

    Y ese es el gran mediodía: cuando el hombre se encuentra en mitad de su senda, entre el animal y el superhombre, y celebra su camino hacia la tarde como su más alta esperanza; pues es el camino hacia una nueva mañana. 

    Entonces se bendecirá a sí mismo el que desciende, para ser uno que traciende; y el sol de su conocimiento le estará en el mediodía.

    “Muertos están todos los dioses; ahora queremos que viva el superhombre.”- Que esta sea alguna vez, en el gran mediodía, nuestra última voluntad.

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.21. DE LA MUERTE LIBRE

    Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña la enseñanza: “Muere en el momento adecuado!”

    Muere en el momento adecuado: así lo enseña Zaratustra. Por supuesto, quien nunca vive en el momento adecuado, ¿Cómo podría morir jamás en el momento adecuado? ¡Ojalá nunca hubiera nacido! Así aconsejo yo a los superfluos. Pero incluso los superfluos se hacen todavía los importantes con su morir e incluso la nuez más hueca quiere todavía ser cascada. Todos consideran importante morir: pero todavía no es la muerte una fiesta, todavía no aprendieron los hombres como se consagran las fiestas más hermosas.

    Yo os muestro la muerte que trae plenitud, la que se convierte en un aguijón y un voto para los vivos. El que trae plenitud muere su muerte, victorioso, rodeado por quienes prometen y hacen votos. Así se debería aprender a morir; y no se debería dar fiesta alguna, donde uno que muere así no consagrara los juramentos de los vivos. 

    Morir así es lo mejor; lo segundo, sin embargo, es: morir en combate y derrochar un alma grande. Pero para los que combaten es igual de odiosa que para el vencedor vuestra muerte sonriente, que se acerca arrastrándose como un ladrón -y todavía llega como señor. 

    Yo os alabo mi muerte, la muerte libre, que me llega porque yo quiero. ¿Y cuándo querré? – Quien tiene una meta y un heredero, quiere la muerte en el momento adecuado para la meta y el heredero. Y por respeto a la meta y al heredero ya no colgará coronas marchitas en el santuario de la vida. En verdad, no quiero parecerme a los torcedores de cuerdas: (estiran) su hilo en la longitud y van con ello ellos mismos siempre hacia atrás. 

    Algunos se vuelven tambien demasiado viejos para sus verdades y victorias; una boca sin dientes ya no tiene derecho a cada verdad. Y todo aquel que quiera tener fama, debe despedirse a tiempo del honor y ejercitar  el difícil arte de marcharse – en el momento adecuado. 

    Uno debe dejar de dejarse comer cuando mejor sabe:  eso lo saben los que quieren ser amados mucho tiempo. Existen, por supuesto, manzanas agrias, cuyo destino quiere que esperen hasta el último día del otoño: y al mismo tiempo se vuelven maduras, amarillas y arrugadas. A unos les envejece primero el corazón  y a otros el espíritu. Y algunos son canosos en la juventud: pero el joven tardío se conserva joven mucho tiempo.

    A muchos les sale mal la vida: un gusano venenoso se les come el corazón. Por eso, ¡ojalá se ocupen de que el morir le salga tanto mejor! Muchos nunca llegan a ser  dulces. Es la cobardía la que los retiene en su rama.

    Viven demasiados y cuelgan demasiado tiempo en sus ramas. ¡Quisiera que llegara una tormenta que sacudiese del arbol toda esta podredumbre y gusanera!

    ¡Quisiera que llegaran predicadores de la muerte rápida! Esos serían para mí las adecuadas tormentas y vareadores en los árboles de la vida. Pero oigo solo predicar la muerte lenta y la paciencia con todo lo lo “terrenal.” 

    Ah, ¿predicáis paciencia con lo terrenal? ¡Es lo terrenal el que tiene demasiada paciencia con vosotros, blasfemos!

    En verdad, murió demasiado pronto aquel hebreo a quien honran los predicadores de la muerte lenta: y se convirtió desde entonces en la perdición de muchos que muriera demasiado pronto. Aún conocía solo las lágrimas y la melancolía del hebreo, junto con el odio de los buenos y los justos -el hebreo Jesús: entonces cayó sobre él el anhelo por la muerte. ¡Ojalá se hubiera quedado en el desierto y lejos de los buenos y los justos! Quizás hubiera aprendido a vivir y aprendido a amar la tierra – y la risa también.  

    ¡Creedme, hermanos míos! Murió demasiado pronto; él mismo habría renegado de su doctrina, si hubiera llegado a mi edad. Era suficientemente noble para renegar. Pero aún estaba inmaduro. Inmaduro ama el joven e inmaduro odia a los hombres y la tierra. Atadas y pesadas estaban todavía su naturaleza y las alas de su espíritu. 

    Pero en el hombre hay más niño que en el joven y menos melancolía: entiende el mejor la muerte y la vida. Libre ante la muerte y libre en la muerte, un sagrado negador cuando no es tiempo ya para el “Sí”: así entiende el la muerte y la vida. 

    Que vuestro morir no sea una blasfemia contra los hombres y la tierra, amigos míos: eso es lo que pido a la miel de vuestra alma. En vuestro morir deben todavía brillar vuestro espíritu y vuestra virtud, como un resplandor vespertino alrededor de la tierra: o si no, el morir os ha salido mal. 

    Así quiero morir yo mismo, para que vosotros, amigos, améis más la tierra por mi causa; y quiero convertirme de nuevo en tierra, para tener descanso en aquella que me dió a luz. 

    En verdad, Zaratustra tenía una meta, lanzó su bola: ahora sois vosotros, amigos, los herederos de mi meta, a vosotros os lanzo mi bola de oro. ¡Más  que cualquier otra cosa, me gusta veros, amigos míos, lanzar la bola de oro! Y así me demoro todavía un poco sobre la tierra: ¡perdonadme eso!

    Así habló Zaratustra. 

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.20. DEL NIÑO Y EL MATRIMONIO

    Tengo una pregunta para tí solo, hermano mío: como una plomada lanzo esta pregunta a tu alma para saber cuán profunda es. 

    Eres joven y deseas para ti niño y matrimonio. Pero yo te pregunto: ¿Eres un hombre al que le sea lícito desear para si un niño?

    Eres el victorioso, el conquistador de ti mismo, el regidor de tus pasiones, el señor de tus virtudes? Asi te pregunto. ¿O hablan desde tu deseo el animal y la necesidad? ¿O el aislamiento? ¿O la discordia contigo mismo?

    Yo quiero que sean tu victoria y tu libertad las que anhelen un niño. Monumentos vivos has de construir a tu victoria y tu libertad. 

    Más allá de ti mismo has de construir. Pero primero, para mí, debes estar construido tú mismo, recto en cuerpo y alma. No solo debes plantarte hacia delante, sino hacia lo alto! ¡Que te ayude para ello el jardín del matrimonio! Debes crear un cuerpo más alto, un primer movimiento, una rueda que ruede por sí misma, – debes crear un creador. 

    Matrimonio: así llamo yo a la voluntad de dos de crear uno, que sea más que los que lo crean. “Reverencia del uno hacia el otro” llamo yo al matrimonio cuando se da entre los que quieren una voluntad así. Que este sea el significado y la verdad de tu matrimonio. Pero aquello que los demasiados llaman matrimonio, estos superfluos, , – ¿ay, cómo llamo yo a eso? ¡Ay, esta pobreza del alma a dos! ¡Ay, esta suciedad del alma a dos! ¡Ay, este patetico contentamiento a dos! Ellos llaman matrimonio a todo esto; y dicen, que sus matrimonios se sellan en el cielo. ¡Pues bien, a mi no me gusta este cielo de los superfluos! ¡No, no me gustan esos animales enredados en las redes celestiales! ¡Lejos permanezca también de mi el Dios, que se acerca cojeando, a bendecir lo que el no ha unido! No te me rías de esos matrimonios! ¿Qué niño no ha tenido motivo para llorar por causa de sus padres?

    Valioso me pareció este hombre y maduro para el sentido de la tierra. Pero cuando vi a su esposa, me pareció la tierra una casa para insensatos. ¡Sí, yo querría que la tierra temblara en convulsiones cuando un santo y una gansa se aparean entre sí!

    Este salió como un héroe en busca de verdades, y finalmente se llevó una pequeña mentira emperifollada. Su matrimonio, llama a eso.

    Ese era distante en el trato y escogía con escrúpulo. Pero de repente echó a perder para siempre su compañía: su matrimonio, llama a eso.

    Ese buscaba una criada con las virtudes de un ángel. Pero de repente se convirtió en la criada de una mujer, y ahora era necesario que, además, él se convirtiese en ángel.

    Cuidadosos encontré ahora a todos los compradores, y todos tienen ojos astutos. Pero incluso el más astuto compra a su mujer en un saco.

    Muchas locuras breves – eso se llama entre vosotros “amor.” Y vuestro matrimonio pone a muchas locuras breves un fin, como una estupidez larga.

    Vuestro amor por la mujer y el amor de la mujer por el hombre: !ay, querría que fuese compasión por dioses sufrientes y ocultos! Pero la mayoría de las veces, dos animales se adivinan mutuamente.

    Pero incluso vuestro mejor amor es solamente una metáfora azucarada y un ardor doloroso. Es una antorcha que debe iluminaros hacia caminos más altos. Hay amargura en el cáliz incluso del mejor amor: ¡así engendra anhelo del superhombre, así engendra sed en ti, creador! Sed en el creador, flecha y anhelo del superhombre: di, hermano mío, ¿es esta tu voluntad hacia el matrimonio? Santos se llaman para mi tal voluntad y tal matrimonio.

    Así hablo Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.19. DE LA MORDEDURA DE LA VÍBORA

    Una tarde estaba Zaratustra dormido bajo una higuera, porque tenía calor, y tenía los brazos puestos sobre la cara. Entonces llegó una víbora y le mordió en el cuello, así que Zaratustra gritó de dolor. Cuando se quitó  el brazo de la cara, miró a la serpiente. Entonces reconoció ella los ojos de Zaratustra, se retorció con torpeza y  quiso escapar. “No, no lo hagas, dijo Zaratustra; todavía no aceptaste mi gratitud. Me despertaste a tiempo. Mi camino es aún largo.” “Tu camino es ya corto,” dijo la víbora tristemente; mi veneno mata.” Zaratustra sonrió. ¿Cuando murió jamás un dragón por el veneno de una serpiente? Dijo. ¡Pero toma tu veneno otra vez! No eres suficientemente rica para regalármelo.” Entonces le cayó de nuevo la víbora alrededor del cuello y le lamió la herida. 

    Cuando Zaratustra contó una vez esto a sus discípulos, ellos preguntaron: “¿Y cual, Oh Zaratustra, es la moraleja de tu historia? Zaratustra respondió a esto así: El destructor de la moral me llaman los buenos y los justos: mi historia es inmoral. 

    Pero, si tenéis un enemigo, entonces no le paguéis mal con bien; porque eso avergonzaría. Sino demostrad que os ha tratado bien. 

    ¡Y mejor que estéis aun furiosos, que que avergonzeis! Y cuando se os maldiga, no me gusta entonces, que, cuando sea así, querais bendecir. ¡Mejor maldecir también un poco! 

    Y si os ocurrió una gran injusticia, entonces hacedme rápido cinco pequeñas más! Es horrible contemplar a aquel al que abruma la injusticia a él solo. 

    ¿Conocisteis esto ya? Una injusticia compartida es media justicia. ¡Y debe tomar la injusticia sobre sí aquel que pueda soportarla!

    Una pequeña venganza es mas acorde a la naturaleza de los hombres que ninguna venganza en absoluto. Y cuando el castigo no es un derecho y un honor para el trangresor, entonces no me gusta tampoco vuestro castigo. 

    Es más noble, atribuirse injusticia que forzar la justicia, particularmente si se está en posesión de la justicia, solamente se debe ser suficientemente rico también. 

    No me gusta vuestra fría justicia; y desde el ojo de vuestros jueces mira hacia mi siempre el verdugo y su hierro frío. Decid, ¿dónde se encuentra la justicia que es amor con ojos que ven? ¡Entonces encontradme al amor, que no sólo soporte todo castigo, sino también toda culpa! ¡Entonces encontradme a la justicia que absuelva a todos excepto al que juzga!   

    ¿Queréis oír esto tambien? A aquel que desde el fondo del corazón quiere ser justo, se le convierte aún la mentira en amistad con los hombres. ¿Pero como querría yo ser justo desde el fondo del corazón? ¡Cómo puedo yo dar a cada uno lo suyo! Que esto me sea suficiente: yo doy a cada uno lo mío.

    Finalmente, hermanos míos: guardaos de cometer injusticia contra cualquier ermitaño! Como podría un ermitaño olvidar? ¿Cómo podría devolver el daño infligido? Como un pozo profundo es un ermitaño. Es fácil arrojar dentro una piedra; pero si se hunde hasta el fondo -decidme: ¿quién podría volver a sacarla? Guardaos de herir a un ermitaño! Pero si lo hacéis, entonces matadlo también.

    Así hablo Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.18. DE MUJERCITAS VIEJAS Y JÓVENES

    ¿Por qué te arrastras tan tímido a través del crepúsculo, Zaratustra? ¿Y qué pones a salvo prudente bajo tu manto? Es un tesoro que te fue regalado? O un niño que te nació? O vas tú mismo ahora por los caminos de los ladrones, tú amigo de los malos? 

    ¡En verdad, hermano mío! dijo Zaratustra, es un tesoro que me fue regalado: una pequeña verdad es la que llevo. Pero es rebelde como un niño pequeño; y si no le sujeto la boca, grita demasiado alto.  

    Cuando hoy caminaba solo por mi camino, a la hora en que el sol se pone, me salió al encuentro una mujercita vieja y le habló así a mi alma: “Mucho nos habló Zaratustra también a nosotras, las mujeres, pero nunca nos habló sobre la mujer.” Y yo le respondí: “sobre la mujer se debe hablar solo a los hombres.” “Háblame también a mí de la mujer, dijo ella; soy lo suficientemente vieja para olvidarlo enseguida otra vez.” Y yo obedecí a la viejecita y le hablé así. 

    “Todo en la mujer es un acertijo, y todo en la mujer tiene una solución: se llama preñez. El hombre es para la mujer un medio: el fin es siempre el niño. ¿Pero qué es la mujer para el hombre?”

    Dos cosas quiere el verdadero hombre: peligro y juego. Por eso quiere a la mujer como el juguete más peligroso. El hombre debe ser educado para la guerra y la mujer para la recreación del guerrero: todo lo demás es necedad. Frutos demasiado dulces – no quiere el guerrero. Por eso quiere a la mujer; amarga es aún la mujer más dulce. Mejor que un hombre entiende la mujer a los niños, pero el hombre es  más niño que la mujer. 

    En el verdadero hombre hay un niño escondido: quiere jugar. ¡Vamos, mujeres, descubridme al niño en el hombre! Un juguete sea la mujer, puro y delicado, como la piedra preciosa irradiada por las virtudes de un mundo que aún no es. Que el rayo de una estrella brille en vuestro amor! Que vuestra esperanza se llame: ¡pueda yo dar a luz al sobrehombre!

    ¡Que en vuestro amor haya coraje! ¡Con vuestro amor habéis de abalanzaros sobre aquel que os infunde miedo! ¡Que en vuestro amor esté vuestro honor! Poco entiende sino la mujer del honor. Pero que este sea vuestro honor, siempre amar más, de lo que sois amadas, y nunca ser segundas. 

    Que el hombre tenga miedo a la mujer cuando ella ama: entonces toma sobre sí cualquier sacrificio, y cualquier otra cosa carece para ella de valor. Que el hombre tema a la mujer cuando ella odia: porque el hombre es en el fondo de su alma solamente malo, la mujer, sin embargo, es allí maligna. ¿A quién odia la mujer más? – Así habló el hierro al imán: “te odio a tí más, porque atraes, pero no eres suficientemente fuerte para arrastrar hasta tí.” 

    La felicidad del hombre se llama: yo quiero; la felicidad de la mujer se llama: él quiere. “Mira, justo ahora se volvió el mundo perfecto” – así piensa toda mujer cuando obedece desde un amor total. Y obedecer debe la mujer y encontrar una profundidad para su superficie. Superficie es la inclinación de la mujer, una movediza, tormentosa piel que emerge desde un  agua poco profunda. La inclinación del hombre sin embargo es profunda: su río ruge en el interior de cavernas subterráneas. La mujer presiente su poder, pero no lo comprende

    Entonces me contestó la vieja mujercita: “Muchas cosas corteses dijo Zaratustra y en particular para aquellos que son suficientemente jóvenes para ello. ¡Es extraño, Zaratustra conoce poco a las mujeres y sin embargo tiene sobre ellas razón! ¿Sucede esto porque con las mujeres ninguna cosa es imposible? Y ahora toma en agradecimiento una pequeña verdad. ¡Soy ciertamente suficientemente vieja para ella! Envuélvela y sujétale la boca, si no, gritará demasiado alto esta pequeña verdad. 

    “¡Dáme, mujer, tu pequeña verdad!” Dije yo. Y así habló la vieja mujercita: 

    “¿Vas hacia mujeres? ¡No olvides el látigo!”

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.17. DEL CAMINO DEL CREADOR

    ¿Quieres, hermano mío, entrar en la soledad? ¿Quieres buscar el camino hacia tí mismo? Demórate todavía un poco y escúchame. 

    “Quien busca facilmente se pierde a sí mismo. Toda soledad es culpa”: así habla el rebaño. Y tú perteneciste mucho tiempo al rebaño. La voz del rebaño también resonará todavía en tí. Y cuando digas: “No tengo ya una conciencia con vosotros,” entonces será un lamento y un dolor. Mira, este dolor mismo lo engendró esa única conciencia: y el último destello de esa conciencia brilla todavía en tu aflicción. 

    Pero quieres seguir el camino de tu aflicción, el cual es el camino hacia tí mismo. ¡Entonces  muéstrame tu  derecho y tu fuerza para ello! ¿Eres una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer impulso? ¿Una rueda que gira por sí sola? ¿Puedes forzar incluso a las estrellas a girar en torno a tí?

    ¡Ay, hay tanta lujuria por la altura! ¡Hay tantas convulsiones de los ambiciosos! ¡Muéstrame que no eres uno de los lujuriosos y ambiciosos! 

    ¡Ay, hay tantos grandes pensamientos que no hacen más que un fuelle: hinchan y hacen más vacío!

    ¿Te llamas libre? Quiero oir tu pensamiento más noble, y no que has escapado de un yugo. ¿Eres uno de aquellos a quienes se les podía quitar un yugo? Hay más de uno que tiró su último valor cuando arrojó su servidumbre.  

    ¿Libre de qué? ¿Que le importa eso a Zaratustra? Pero claramente me proclamarán tus ojos: ¿libre para qué?

    ¿Puedes darte a ti mismo tu mal y tu bien y colgar tu voluntad sobre ti como una ley? ¿Puedes ser para ti mismo juez y vengador de tu ley? Terrible es la soledad con el juez y vengador de la propia ley. Así es arrojada una estrella al espacio desolado y al aliento helado de la soledad. Hoy todavía sufres tú por los muchos, tú, el uno: hoy todavía tienes tú tu valor entero y tus esperanzas. Pero un día la soledad te cansará; un día tu orgullo se encorvará y tu valor crujirá. Un día gritarás: “¡Estoy solo!” Un día no verás más tu altura y tu bajeza estará demasiado cerca. Tu sublimidad misma te asustará como un fantasma. Un día gritarás: “¡Todo es falso!”

    Hay sentimientos que quieren matar al solitario; ¡si no lo consiguen, entonces deben morir ellos mismos! ¿Pero eres capaz tú de eso, de ser un asesino? 

    ¿Conoces, hermano mío, ya la palabra “desprecio”? ¿Y el tormento de tu justicia, ser justo con aquellos que te desprecian? Obligas a muchos a reaprender sobre tí; eso te lo tienen en cuenta con dureza. Te acercaste a ellos y sin embargo pasaste de largo: eso no te lo perdonan nunca. Tú vas más allá de ellos: pero cuanto más alto subes, tanto más pequeño te ve el ojo de la envidia. Sin embargo, el más odiado es el que vuela. 

    “Cómo querríais ser justos conmigo! -debes decir- yo escojo para mí vuestra injusticia como la parte  a mí asignada. Injusticia y suciedad lanzan al solitario: pero, hermano mío, si quieres ser una estrella, no debes brillar menos para ellos por eso. 

    ¡Y cuídate de los buenos y los justos! Crucifican gustosamente a los que se inventan su propia virtud,-odian al solitario. Cuídate también de la santa simplicidad. Todo lo que no es simple le parece impío; juega también gustosamente con el fuego – la hoguera. ¡Y cuídate también de los arrebatos de tu amor! Demasiado rápido tiende el solitario la mano a aquel que se encuentra con él. A más de uno no debes darle la mano, sino la pata – y quiero que tu pata también tenga garras. 

    Pero el peor enemigo que puedes encontrar serás siempre tú para tí mismo; tú mismo te acechas en cuevas y bosques. ¡Solitario, recorres el camino hacia tí mismo! Y tú camino pasa más allá de tí mismo y de tus siete demonios. Un hereje serás para tí mismo, y una bruja y un adivino, y un loco y un dudador, y un impío y un villano. Debes querer quemarte en tu propia llama: ¿cómo querrías volverte nuevo, si primero no te has vuelto cenizas?

    Solitario, recorres el camino del creador: quieres crearte un dios a partir de tus siete demonios. 

    Solitario, recorres el camino del amante: te amas a tí mismo y por esa razón te desprecias, como solo los amantes desprecian. Crear quiere el amante porque es un despreciador. ¡Qué sabe del amor aquel que no debió despreciar justamente lo que amó!

    Con tu amor entra en la soledad y con tu creación, hermano mío; y tarde sólo cojeará tras de tí la justicia. 

    Con mis lágrimas entra en tu soledad, hermano mío. Amo a aquel que quiere crear más allá de sí mismo y así sucumbe.

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.16. DEL AMOR AL PRÓJIMO

    Os agolpais alrededor del vecino y téneis bellas palabras para ello. Pero yo os digo: vuestro amor por el prójimo es vuestro mal amor hacia vosotros mismos. Huísteis hacia el prójimo saliendo de vosotros mismos y os gustaría de ello hacer una virtud: pero yo veo a través de vuestra falta de egoísmo. 

    El “tú” es más antiguo que el “yo”; el “tú” ha sido declarado sagrado, pero todavía no el “yo”: así que se abalanza el hombre hacia su prójimo. 

    ¿Os aconsejo yo el amor al prójimo? ¡Mejor todavía os aconsejo la huída del prójimo y el amor al más lejano! Más alto que el amor al prójimo es  el amor al más lejano y al venidero. Más alto aún que el amor a los hombres es el amor a las cosas y los fantasmas. Este fantasma que corre delante de tí, hermano mío, es más hermoso que tú; ¿por qué no le das tu carne y tus huesos? Pero tú tienes miedo y corres hacia tu prójimo.  

    Vosotros no lo soportais con vosotros mismos y no os quereis lo suficiente: por eso quereis tentar al prójimo al amor y doraros con su engaño. ¡Quisiera que no soportarais a ninguna clase de prójimos ni a sus vecinos! Así tendríais que crear, desde vosotros mismos, a vuestro amigo y su corazón desbordante. 

    Vosotros os invitais a un testigo, cuando quereis hablar bien de vosotros. Y cuando lo habeis seducido a pensar bien de vosotros, pensáis vosotros mismos bien de vosotros. 

    No sólo miente quien habla contra su conocimiento, sino más aún quien habla contra su ignorancia. Y así habláis de vosotros mismos en el trato y engañais con vosotros al vecino. 

    Así habla el necio: el contacto con los hombres corrompe el caracter, especialmente cuando uno no tiene ninguno.

    Uno va hacia el prójimo, porque se busca a sí mismo, y el otro, porque querría perderse. Vuestro mal amor a vosotros mismos os hace de la soledad una prisión. Los más lejanos son los que pagan vuestro amor hacia el prójimo; y cuando estáis ya cinco juntos, debe siempre morir un sexto. 

    Tampoco amo vuestras fiestas: encontré en ellas demasiados actores, y también los espectadores se comportaban a menudo como actores.

    No os enseño al prójimo, sino al amigo. Que el amigo sea para vosotros la fiesta de la tierra y un presentimiento del superhombre. Yo os enseño al amigo y su corazón rebosante. Pero hay que saber ser una esponja, si se quiere ser amado por corazones rebosantes. Yo os enseño al amigo en quien el mundo yace completo, un cuenco del bien, el amigo creador, que siempre tiene un mundo completo para regalar. Y como para él el mundo se desenrrolló en pedazos, así se le vuelve a enrollar en anillos, como el devenir del bien a través del mal, como el devenir del propósito nacido del azar. 

    Que el futuro y lo más lejano sean para tí la causa de tu hoy: en tu amigo amarás al superhombre como tu causa.

    Hermanos míos, no os aconsejo el amor al prójimo: os aconsejo el amor al más lejano.

    Así habló Zaratustra. 

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.15. DE LAS MIL Y LA ÚNICA META

    Muchas tierras vio Zaratustra y muchos pueblos. Así descubrió el bien y el mal de muchos pueblos. No encontró Zaratustra un poder mayor sobre la tierra que el bien y el mal. 

    Ningún pueblo podría vivir que no valorase primero; pero si quiere conservarse, entonces no debe valorar como valora el vecino. Mucho de lo que un pueblo llama bueno, otro lo llama escarnio y vergüenza: así lo hallé. Muchas cosas encontré aquí llamadas malas, y allí grabadas con honores púrpura. Nunca entendió un vecino al otro: siempre se asombraba su alma de la locura y la maldad del vecino. 

    Una tabla de los bienes cuelga sobre cada pueblo. Mira: es la tabla de sus superaciones; mira: es la voz de su voluntad de poder. 

    Es digno de alabanza lo que le resulta difícil; lo indispensable y difícil se llama bueno, y lo que incluso libera de la más extrema necesidad, lo raro, lo más difícil, eso lo alaba como sagrado. 

    Lo que hace que reine y venza y brille para horror y envidia de sus vecinos: eso vale para él  como lo alto, lo primero, la medida, el sentido de todas las cosas.  

    En verdad, hermano mío: si conociste la necesidad, la tierra, el cielo y el vecino de un pueblo, entonces has adivinado la ley de sus superaciones y por qué sube, por esta escalera, hacia su esperanza. 

    “Siempre serás el primero y te adelantarás a los otros: a nadie ha de amar tu alma celosa excepto al amigo”: esto hizo estremecer el alma a un Griego: y así siguió su camino hacia la grandeza. 

    “Decir la verdad” y “tratar bien con arco y flecha” eso le parecía, al mismo tiempo, grato y arduo al pueblo del que procede mi nombre – el nombre que a mí también me resulta grato y dificil. 

    Honrar al padre y a la madre y estar a su servicio hasta la raíz del alma: esta tabla de superación colgó otro pueblo sobre sí, y con ello se hizo poderoso y eterno. 

    Practicar la lealtad y por el bien de la lealtad poner el honor y la sangre incluso en cosas malas y peligrosas: instruyéndose así, se conquistó otro pueblo a sí mismo y conquistándose así se volvió preñado y pesado de grandes esperanzas. 

    En verdad, los hombres se dieron a sí mismos todo su bien y su mal. En verdad, no lo tomaron, no lo encontraron, no les cayó como una voz del cielo. Valores puso primero el hombre en las cosas para preservarse, – ¡él dió el primero el sentido a las cosas, un sentido humano! Por eso se llamó a sí mismo “hombre,” esto es: el que valora. 

    Valorar es crear: escuchadlo, creadores. El valorar mismo es, de todas las cosas valoradas, el tesoro y la joya. Por el valorar en primer lugar existe el valor: y sin el valorar estaría la nuez de la existencia hueca. Escuchadlo, creadores. 

    Cambio de valores – eso es, cambio de los creadores. Siempre destruye quien ha de ser un creador. 

    Los creadores fueron primero los pueblos, y sólo más tarde los individuos. En verdad el individuo mismo es todavía la creación más reciente. 

    Los pueblos colgaron una vez sobre sí una tabla del bien. El amor que quiere reinar, y el amor que quiere obedecer, crearon juntos esas tablas. 

    Más antiguo es el placer en el rebaño que el placer en el yo: y mientras la mala conciencia se  llame rebaño, dice sólo la mala conciencia: Yo. 

    En verdad, el yo astuto, el despiadado, que busca su provecho en el provecho de muchos, no es el origen del rebaño, sino su ocaso. 

    Amantes fueron siempre, y creadores, los que crearon el bien y el mal. Fuego de amor arde en los nombres de todas las virtudes y fuego de cólera.

    Muchas tierras vió Zaratustra, y muchos pueblos; no encontró Zaratustra poder más grande sobre la tierra que las obras de los amantes: “bien” y “mal” es su nombre.

    En verdad, un monstruo es el poder de este alabar y censurar. Decid, ¿quién me lo conquista, hermanos? Decid, ¿quién arroja a este monstruo el cepo sobre los mil cuellos? 

    Mil metas ha habido hasta ahora, porque ha habido mil pueblos. Sólo el cepo para los mil cuellos falta todavía, falta la única meta. Todavía no tiene la humanidad meta. 

    Pero decidme, hermanos míos, si a la humanidad le falta todavía una meta, ¿no le falta entonces también ella misma?

    Así habló Zaratustra.  

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.14. DEL AMIGO

    “Uno es siempre demasiado a mi alrededor” – así piensa el ermitaño. “Siempre una vez uno – eso da con el tiempo dos.”

    Yo y Mi mismo estamos siempre demasiado entusiasmados en la conversación: 

    ¿Cómo podría soportarse eso, si no hubiera un amigo? Para el ermitaño, el amigo es siempre el tercero: el tercero es el corcho que impide que la conversación de los dos se hunda en lo profundo. ¡Ay! hay demasiadas profundidades para todos los ermitaños. Por eso anhelan tanto un amigo y su altura. 

    Nuestra fe en otros delata en qué aspecto nos gustaría tener fe en nosotros mismos. Nuestro anhelo por un amigo es nuestro delator. Y a menudo se quiere con el amor solo saltar por encima de la envidia. Y a menudo se ataca y se convierte uno en enemigo de alguien, para ocultar que se es vulnerable. “¡Se al menos mi enemigo!” – así habla la verdadera reverencia, que no se atreve a pedir amistad. 

    Si se quiere tener un amigo, también se debe querer hacer la guerra por él; y para hacer la guerra, se debe ser capaz de ser enemigo. 

    Uno debería en su amigo todavía honrar al enemigo. ¿Puedes acercarte a tu amigo sin pasarte a su lado? 

    En su amigo debería uno tener a su mejor enemigo. Deberías estarle más cerca con el corazón cuando le opones resistencia. 

    ¿Quieres no llevar ningún atavío delante de tu amigo? ¿Ha de ser el honor de tu amigo que te le ofrezcas tal como eres? ¡Pero el te manda al diablo por eso! Quien no hace disimulo de sí, escandaliza: ¡tanto fundamento tenéis para temer la desnudez! Si, si fuerais dioses, entonces os estaría permitido avergonzaros de vuestros atavíos. No puedes arreglarte lo bastante para tu amigo; pues debes ser para el una flecha y un anhelo hacia el superhombre.

    ¿Has visto ya a tu amigo dormir – para saber cómo es su aspecto? ¿Qué es, por lo demás, el rostro de tu amigo? Es tu propio rostro en un espejo tosco e imperfecto. 

    ¿Has visto ya a tu amigo dormir? ¿No te asustaste de que tuviera ese aspecto? Oh, amigo mío: el hombre es algo que debe ser superado. 

    En adivinar y en callar debería el amigo ser un maestro: no debes querer verlo todo. Tu sueño te revelará lo que tu amigo hace en la vigilia. 

    Que tu compasión sea un adivinar: que primero sepas si tu amigo quiere compasión. Quizás ama en ti el ojo inquebrantable y la mirada de la eternidad. Que la compasión por el amigo se esconda bajo una concha dura; contra ella deberías romperte un diente. Así tendrá su delicadeza y su dulzura.

    ¿Eres aire puro y soledad y pan y medicina para tu amigo? Muchos no pueden romper sus propias cadenas – y sin embargo son un redentor para su amigo. 

    ¿Eres un esclavo? Entonces no puedes ser amigo. ¿Eres un tirano? Entonces no puedes tener amigos. Durante demasiado tiempo hubo en la mujer un esclavo y un tirano ocultos. Por eso la mujer no es todavía capaz de la amistad: conoce solo el amor. 

    En el amor de una mujer hay injusticia y ceguera contra todo lo que no ama. Y aún en el amor consciente de la mujer hay siempre asalto y relámpago y noche junto a la luz.

    Todavía no es capaz la mujer de la amistad. Gatos son siempre todavía las mujeres, y pájaros. O, en el mejor de los casos, vacas. 

    Todavía no es capaz la mujer de la amistad. Pero decidme, vosotros hombres: ¿quién de vosotros es entonces capaz de la amistad?

    ¡Oh vuestra pobreza, hombres, y vuestra mezquindad del alma! Lo que dais a vuestros amigos, eso quiero darlo yo incluso a mis enemigos – ¡y no seré más pobre por ello! 

    Existe la camaradería – ¡ojalá exista la amistad!

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.13. DE LA CASTIDAD

    Amo el bosque. En las ciudades es malo vivir. Hay demasiados en celo. ¿No es mejor caer en manos de un asesino que en los sueños de una mujer en celo? Y miradme a estos hombres: su ojo lo dice – no conocen nada mejor en la tierra que yacer junto a una mujer. Barro hay en el fondo de su alma; y ¡ay! si su barro aun tiene espíritu. 

    ¡Ojalá fuerais al menos perfectos como animales! Pero al animal le pertenece la inocencia.

    ¿Os aconsejo la castidad? La castidad en algunos es una virtud, pero en muchos casi un vicio. Estos se abstienen, sí; pero la perra sensualidad mira con envidia desde todo lo que hacen. Incluso en las alturas de su virtud, y hasta el frío interior del espíritu, los sigue esta bestia y su desasosiego. Y con qué arte sabe la perra sensualidad mendigar un pedazo de espíritu cuando se le niega un pedazo de carne. 

    ¿Amais las tragedias y todo lo que parte el corazón? Pero yo desconfío de vuestra perra. Me tenéis ojos demasiado crueles y miráis con lujuria a los que sufren. ¿No se ha disfrazado solo vuestra lujuria y se llama a si misma compasión?

    Y también os doy esta parábola: no pocos que quisieron expulsar a sus demonios, acabaron ellos mismos entre los puercos. 

    A quien la castidad le resulte difícil, debería desaconsejársele: para que no se convierta en un camino hacia el infierno – hacia el barro y el celo del alma. 

    ¿Hablo de cosas sucias? Eso no es lo peor para mí. No cuando la verdad es sucia, sino cuando es superficial, entra el conocedor a desgana en sus aguas. En verdad, hay castos de raíz: son más amables de corazón, y ríen más y mejor que vosotros. Se ríen también de la castidad y preguntan: “¿Qué es la castidad? ¿No es la castidad locura? Pero esta locura vino a nosotros y no nosotros a ella. Ofrecimos a este huésped alojamiento y corazón: ahora vive con nosotros -¡que se quede el tiempo que quiera!

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.12. DE LAS MOSCAS DEL MERCADO

    ¡Huye, amigo mío, a tu soledad! Te veo aturdido por el ruido de los grandes hombres y picoteado por los aguijones de los pequeños. El bosque y la roca saben guardar silencio contigo con dignidad. Vuélvete como el árbol que amas, el de ramas anchas: cuelga en silencio y atento sobre el mar. 

    Donde la soledad termina, comienza el mercado; y donde comienza el mercado, comienza también el ruido de los grandes actores y el zumbido de las moscas venenosas.

    En el mundo, las mejores cosas no valen nada sin alguien que primero las ponga en escena: a esos que las escenifican, el pueblo los llama “grandes hombres.”

    Poco comprende el pueblo lo grande -es decir, lo creador-. Pero tiene sensibilidad para todos los que ponen en escena y actúan grandes asuntos. 

    Alrededor de los inventores de nuevos valores gira el mundo – pero gira de forma invisible. En cambio, alrededor de los actores giran el pueblo y la fama: así es el curso del mundo. 

    El actor tiene espíritu, pero poca conciencia del espíritu. Cree siempre en aquello con lo que genera la mayor fe – fe en sí mismo. Mañana tiene una nueva fe, y pasado mañana una más nueva aún. Tiene los sentidos rápidos, como el pueblo, y humores cambiantes. Derribar – eso significa para el: demostrar. Volver loco – eso significa para el: convencer. Y la sangre le vale como el mejor de todos los argumentos. Una verdad que solo se desliza en oídos delicados, la llama mentira y nada. En verdad, solo cree en dioses que hacen gran ruido en el mundo. 

    Lleno de solemnes bufones está el mercado – ¡y el pueblo se enorgullece de sus grandes hombres! Esos son, para el, los señores del momento. Pero el momento los apremia -y por eso te apremian a ti. También de ti quieren un Si o un No. ¡Ay de ti si quieres colocar tu silla entre el Pro y el Contra!

    Por causa de estos incondicionales y apremiantes, no sientas celos, ¡tu, amante de la verdad! Jamás se colgó la verdad del brazo de un incondicional. Por causa de estos hombres repentinos, vuelve a tu refugio: solo en el mercado se es asaltado con un “¿Si?” o un “¿No?” Lenta es la experiencia de todos los pozos profundos: mucho tiempo deben esperar hasta saber qué cayó en su profundidad. 

    Lejos del mercado y de la fama sucede todo lo grande: lejos del mercado y de la fama vivieron desde siempre los inventores de nuevos valores. 

    ¡Huye, amigo mío, a tu soledad! Te veo picoteado por moscas venenosas. Huye hacia donde sople un viento áspero, fuerte. 

    ¡Huye a tu soledad! Viviste demasiado cerca de los pequeños y los miserables. ¡Huye de su venganza invisible! Contra ti no son más que venganza.

    ¡No levantes más el brazo contra ellos! Son innumerables, y no es tu destino ser un matamoscas. Innumerables son estos pequeños y miserables y a muchas estructuras orgullosas les bastaron gotas de lluvia y malas hierbas para derrumbarse. No eres ninguna piedra, pero ya te has vuelto hueco por tantas gotas. Todavía te me romperás y estallarás por muchas gotas más. Te veo agotado por las moscas venenosas, te veo ensangrentado por cien heridas; y tu orgullo ni siquiera quiere ya enfurecerse. Sangre quieren de ti con toda inocencia; sangre ansían sus almas sin sangre – y por eso te pican con toda inocencia. Pero tu, profundo, sufres demasiado profundamente incluso por pequeñas heridas  y antes siquiera de que te curaras, el mismo gusano venenoso se arrastró otra vez sobre tu mano. Eres demasiado orgulloso para matar a estos golosos. ¡Pero cuídate de que no se convierta en tu perdición soportar toda su injusticia venenosa!

    Zumban a tu alrededor también con su alabanza: intrusión es su alabar. Quieren la cercanía de tu piel y de tu sangre. Te adulan como a un dios o a un demonio; gimotean ante ti como ante un dios o un demonio. ¿Qué importa? Son aduladores y gimoteadores, y nada más. 

    También se presentan con frecuencia como amables. Pero esa ha sido siempre la astucia de los cobardes. Sí, los cobardes son astutos. Piensan mucho sobre ti con su alma estrecha – ¡siempre eres para ellos preocupante! Todo sobre lo que se piensa mucho se vuelve preocupante.

    Te castigan por todas tus virtudes. Te perdonan de corazón solo – tus errores. 

    Porque eres gentil y de sentir justo, dices: “Son inocentes en su pequeña existencia.” Pero su alma estrecha piensa: “Culpable es toda gran existencia.”

    Incluso cuando eres gentil con ellos, aún se sienten despreciados por ti; y te devuelven tu bondad con maldades ocultas. Tu orgullo sin palabras va siempre contra su gusto; exultan cuando, alguna vez, eres lo bastante modesto para ser vanidoso.  Lo que reconocemos en un hombre, eso mismo lo inflamamos en él. Así que cuídate de los pequeños. Ante ti se sienten pequeños, y su bajeza arde y se enciende contra ti en una venganza invisible. ¿No te diste cuenta de cuán a menudo se quedaban mudos cuando te acercabas a ellos, y de cómo su fuerza se iba de ellos como el humo de un fuego que se extingue?

    Sí, amigo mío, tú eres la mala conciencia de tus vecinos: porque no son dignos de ti. Por eso te odian, y quisieran chupar tu sangre.

    Tus vecinos serán siempre moscas venenosas; eso que hay de grande en ti -eso mismo debe hacerlos más venenosos, y cada vez más como moscas. 

    Huye, amigo mío, a tu soledad y hacia donde sople un viento áspero, fuerte. No es tu destino ser un matamoscas.

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.11 DEL NUEVO ÍDOLO

    En algún lugar existen todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros, hermanos míos: aquí hay estados. ¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Ea, pues! Abridme ahora los oídos, porque ahora os diré mi palabra sobre la muerte de los pueblos. 

    Estado se llama el más frío de todos los monstruos fríos. También miente fríamente y esta mentira se arrastra desde su boca: “Yo, el Estado, soy el pueblo.” ¡Es mentira! Fueron los creadores los que crearon a los pueblos y colgaron una fe y un amor sobre ellos: así sirvieron a la vida.

    Son destructores quienes tienden trampas para muchos y las llaman Estado: cuelgan sobre ellos una espada y cien codicias.

    Donde aún hay pueblo, no se comprende al Estado y se le odia como un mal de ojo y un pecado contra las costumbres y los derechos. 

    Esta señal os doy: cada pueblo habla su propia lengua del bien y del mal, que su vecino no comprende. Su lengua se la inventó en sus costumbres y derechos. Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y todo lo que dice lo miente, y todo lo que tiene, lo ha robado. Todo en el es falso; con dientes robados muerde, el mordaz. Incluso sus entrañas son falsas. Confusión de lenguas del bien y del mal: esta señal os doy como señal del Estado. ¡En verdad, esta señal revela la voluntad de muerte! ¡En verdad, convoca a los predicadores de la muerte!

    Demasiados nacen: ¡para los superfluos fue inventado el Estado! 

    ¡Mirad, pues, como atrae hacia si a los demasiados! ¡Como los engulle, los mastica y los remastica. “ Sobre la tierra no hay nada más grande que yo: ¡yo soy el dedo ordenador de Dios!” – así ruge la bestia. Y no solo los de orejas largas y los cortos de vista caen de rodillas. ¡Ay, también en vosotros, oh grandes almas, susurra sus sombrías mentiras! ¡Ay, él descubre los corazones ricos que con gusto se prodigan! Si, también a vosotros os descubre, Oh vencedores del viejo Dios! Os agotasteis en la lucha y ahora vuestra fatiga sirve al nuevo ídolo. Héroes y honorables quisiera el nuevo ídolo colocar a su alrededor. ¡Con gusto se solaza en el resplandor de las buenas conciencias, el monstruo frío!

    Todo promete daros, si lo adoráis, el nuevo ídolo. Así compra el esplendor de vuestra virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos. Quiere cebar con vosotros a los demasiados. 

    ¡Sí, allí se inventó un artificio infernal, un caballo de la muerte, resonante con los atavíos de honores divinos! ¡Sí, allí se inventó un morir para muchos, que se jacta de ser vida! En verdad, un servicio ferviente para todos los predicadores de la muerte.

    Estado llamo a donde todos son bebedores de veneno, buenos y malos; Estado a donde todos se pierden a sí mismos, buenos y malos; Estado a donde el lento suicidio de todos se llama “la vida”. 

    ¡Mirad, pues, a estos superfluos! Roban las obras de los inventores y los tesoros de los sabios: ‘cultura’ llaman a su robo ¡y todo se les torna enfermedad y desgracia!

    ¡Mirad, pues, a estos superfluos! Siempre están enfermos, vomitan su bilis y lo llaman periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera pueden digerirse.

    ¡Mirad, pues, a estos superfluos! Adquieren riquezas y se tornan más pobres con ellas. Ansían poder, y ante todo la palanca del poder, mucho dinero, – ¡esos incapaces!

    ¡Miradlos trepar, estos ágiles monos! Trepan unos sobre otros y así se hunden en el barro y el abismo. Todos ansían llegar al trono: ¡es su locura, como si la felicidad se sentara en el trono! A menudo el barro se sienta en el trono, y a menudo también el trono descansa en el barro. ¡Todos me parecen locos, monos trepadores y fanáticos ardientes! ¡Fétido me parece su ídolo, el monstruo frío! ¡Fétidos me parecen todos juntos, estos idólatras!

    ¡Hermanos míos, queréis acaso asfixiaros en los vapores de sus bocas y codicias! ¡Mejor romped las ventanas y saltad al aire libre!

    ¡Huid, pues, de los fétidos olores! ¡Alejaos de la idolatría de los superfluos!

    ¡Huid, pues, de los fétidos olores! ¡Alejaos del vaho de estos sacrificios humanos!

    ¡Aún ahora la tierra está libre para las grandes almas! Todavía hay muchos lugares vacíos para solitarios y para los que van de a dos, alrededor de los cuales flota el aroma de mares serenos.

    ¡Todavía está abierta a las grandes almas una vida libre! En verdad, quien poco posee, menos es poseído: ¡bendita sea la modesta pobreza!

    Allí donde el Estado termina comienza por fin el hombre que no es superfluo: ¡allí comienza el canto del necesario, la melodía única e irremplazable!

    Allí donde el Estado termina, ¡mirad, pues, hermanos míos! ¿No veis el arcoíris y los puentes del superhombre?

    Así hablo Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.10. DE LA GUERRA Y LOS GUERREROS

    No queremos ser indultados por nuestros mejores enemigos, ni por aquellos a los que amamos desde lo más hondo. ¡Así que dejadme deciros la verdad!

    ¡Mis hermanos en la guerra! Yo os amo desde lo más hondo, soy y he sido como vosotros. Y soy también vuestro mejor enemigo. ¡Así que dejadme deciros la verdad!

    Se del odio y la envidia de vuestros corazones. No sois lo suficientemente grandes para no conocer el odio y la envidia. ¡Sed entonces lo suficientemente grandes para no avergonzaros de ellos!

    Y si no podéis ser santos del conocimiento, sedme al menos sus guerreros. Ellos son los compañeros y precursores de tal santidad.

    Veo muchos soldados: ¡Ojalá viera muchos guerreros! “Uniforme” se llama a lo que llevan: ¡ojalá no sea uniforme lo que ocultan con el!

    ¡Sed para mi de aquellos cuyos ojos siempre buscan un enemigo – vuestro enemigo! Y en algunos de vosotros hay incluso un odio a primera vista. ¡Buscareis a vuestro enemigo, libraréis vuestra guerra y por vuestros pensamientos! Y si vuestros pensamientos sucumben, que vuestra honestidad aún grite: “¡Triunfo!” Amaréis la paz como medio para nuevas guerras. Y la paz breve más que la larga. No os aconsejo el trabajo, sino la lucha. No os aconsejo la paz, sino la victoria. ¡Que vuestro trabajo sea una lucha, y vuestra paz, una victoria! Se puede estar en silencio y sentarse en paz solo cuando se tiene arco y flecha: en otro caso, uno parlotea y se enreda en disputas. ¡Que vuestra paz sea una victoria!

    ¿Decis que es la buena causa la que santifica incluso la guerra? Yo os digo: es la buena guerra la que santifica toda causa. La guerra y el valor han hecho mayores cosas que el amor al prójimo. No vuestra compasión, sino vuestra bravura ha salvado hasta ahora a los desafortunados.

    “¿Que es bueno?” preguntáis. Ser valiente es bueno. Dejad que las niñas pequeñas digan: “ser bueno es, lo que es al mismo tiempo bonito y conmovedor”.

    Se os llama sin corazón, pero vuestro corazón es sincero, y yo amo la modestia de vuestra cordialidad. Os avergonzáis de vuestra marea, y otros se avergüenzan de su sequedad. 

    ¿Sois feos? ¡Pues, bien, hermanos míos! Poned lo sublime alrededor de vosotros, el manto de los feos. Y cuando vuestra alma se vuelve grande, entonces se vuelve altiva, y en vuestra sublimidad hay malicia. Yo os conozco. 

    En la malicia se encuentra el altivo con el débil. Pero se malinterpretan el uno al otro. Yo os conozco. 

    Podéis solo tener enemigos que merezcan odio, pero no enemigos que merezcan desprecio. Debéis estar orgullosos de vuestro enemigo: entonces son los éxitos de vuestro enemigo también vuestros éxitos. 

    Rebelión – eso es nobleza en el esclavo. ¡Que vuestra nobleza sea obediencia! ¡Que vuestro mandar mismo sea un obedecer! A un buen guerrero le suena “tú debes” más agradable que “yo quiero.” Y todo lo que os es grato debéis dejar primero que os lo manden. 

    Vuestro amor a la vida sea amor a vuestra más alta esperanza: y vuestra más alta esperanza sea el pensamiento más alto de vida. 

    Vuestro más alto pensamiento, sin embargo, dejareis que os sea mandado por mí – y reza: el hombre es algo que debe ser superado. 

    ¡Así que vivid vuestra vida de obediencia y de guerra! ¡Qué importa una vida larga! ¡Qué guerrero quiere ser perdonado!

    Yo no os perdono la vida, os amo desde lo más hondo, hermanos míos en la guerra!

    Así habló Zaratustra. 

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.9. DE LOS PREDICADORES DE LA MUERTE

    Hay predicadores de la muerte, y la tierra está llena de aquellos a quienes debe predicarse la renuncia a la vida. La tierra está llena de los superfluos; la vida está estropeada por los demasiados. ¡Ojalá se pudiera atraerlos fuera de esta vida con la promesa de la vida eterna! “Amarillos”: así se llama a los predicadores de la muerte —o también “negros”. Pero yo quiero mostraroslos todavía en otros colores.

    Están los terribles, que llevan consigo a la bestia de presa y no tienen más elección que la lujuria o la autolaceración. Y aun su lujuria no es sino autolaceración. Ni siquiera se han convertido aún en hombres, estos terribles: ¡ojalá prediquen la renuncia a la vida y desaparezcan!

    Están los tísicos del alma: apenas han nacido, y ya empiezan a morir y a anhelar doctrinas de cansancio y renuncia. Querrían estar muertos, y nosotros deberíamos dar por buena su voluntad. ¡Cuidémonos de no despertar a estos muertos ni de profanar estos ataúdes vivientes!

    Se topan con un enfermo, un anciano, o un cadáver, y enseguida dicen: “La vida está refutada.” Pero son ellos los refutados —ellos, y sus ojos que solo ven una cara de la existencia. Envueltos en melancolía profunda, ansiosos por los pequeños accidentes que traen la muerte: así esperan, con los dientes apretados. O bien: se lanzan a por golosinas, y al mismo tiempo se burlan de su propia niñería. Se aferran a su vida de paja, y se burlan de sí mismos por seguir colgados de un simple tallo seco.Su sabiduría reza: “Un necio es quien sigue con vida. ¡Pero somos tan necios! ¡Y eso es precisamente lo más necio de la vida!”

    “La vida es solo sufrimiento”, dicen otros —y no mienten. Entonces aseguraos de cesar! ¡Procurad que se detenga la vida que no es más que sufrimiento!

    Y que así rece la enseñanza de vuestra virtud: “Debes matarte a ti mismo! ¡Debes escabullirte de ti mismo!”

    “La lujuria es pecado” —así dicen aquellos que predican la muerte— “Apartémonos, y no engendremos hijos.”

    “Dar a luz es arduo”, dicen otros. “¿Por qué seguir trayendo vida? ¡Solo se da a luz a desdichados!” Y también estos son predicadores de la muerte.

    “La compasión es necesaria”, dicen los terceros. “¡Tomad lo que tengo! ¡Tomad lo que soy! Así la vida me ata tanto menos.”

    Si fueran verdaderamente compasivos, arruinarían la vida de sus prójimos. Ser malos —eso sería su auténtica bondad. Pero ellos quieren liberarse de la vida: ¿qué les importa que, con sus cadenas y regalos, aten a los demás todavía más firmemente?

    Y también vosotros, para quienes la vida es trabajo furioso e inquietud: ¿no estáis ya muy cansados de la vida? ¿No estáis maduros para el sermón de la muerte?

    Todos vosotros, a quienes os es grato el trabajo desenfrenado, lo rápido, lo nuevo, lo extraño: no os soportáis a vosotros mismos. Vuestra diligencia es huida, y vuestra voluntad, olvido de sí. Si creyerais más en la vida, no os lanzaríais tan fácilmente al instante. Pero no tenéis sustancia interior para esperar —ni siquiera para la pereza.

    Por todas partes resuena la voz de los que predican la muerte, y la tierra está llena de aquellos a quienes debe predicarse la muerte. O “la vida eterna”: me da igual, con tal de que se marchen pronto.

    Así habló Zaratustra.       

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.8. DEL ÁRBOL EN LA COLINA

    El ojo de Zaratustra había observado que un joven lo evitaba. Y mientras una tarde paseaba solo por las colinas que rodean la ciudad, que se llamaba “la vaca multicolor”, he aquí que encontró allí en su paseo a este joven, que estaba sentado apoyado contra un árbol y miraba con cansancio al valle. Zaratustra tocó el árbol junto al que estaba sentado el joven, y habló así:

    “Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no sería capaz de hacerlo. Pero el viento que nosotros no vemos lo atormenta y lo dobla adonde quiere. Nosotros somos doblados y atormentados aún peor por manos invisibles.”

    Entonces el joven se levantó, perplejo, y dijo:
    —Escucho a Zaratustra, y justamente ahora pensaba en él.

    Zaratustra respondió:
    —¿Por qué te asustas por eso? Pero ocurre con los hombres como con los árboles. Cuanto más quieren alzarse hacia lo alto y la luz, con tanta más fuerza sus raíces se abren paso hacia la tierra, hacia abajo, adentrándose en la oscuridad, en lo profundo… en el mal.

    —¡Sí, en el mal! —gritó el joven.

    —¿Cómo es posible que tú descubrieras mi alma?

    Zaratustra sonrió y dijo:
    —Muchas almas uno no las descubrirá nunca, a menos que primero las invente.

    —¡Sí, en el mal! —volvió a gritar el joven—. Has dicho la verdad, Zaratustra. No confío ya en mí desde que busco la altura, y nadie confía en mí ya más —¿cómo ha sucedido esto? Cambio demasiado rápido; mi hoy contradice a mi ayer. A menudo salto por encima de los escalones cuando asciendo —eso no me lo perdona ningún escalón. Cuando estoy arriba, me encuentro siempre solo. Nadie habla conmigo; la escarcha de la soledad me hace temblar. ¿Qué busco en la altura? Mi desprecio y mi anhelo crecen a la par: cuanto más alto escalo, más desprecio yo al que escala. ¿Qué busca en la altura? ¡Cómo me avergüenzo de mi trepar y tropezar! ¡Cómo me burlo de mi pesado jadeo! ¡Cómo odio al que vuela! ¡Qué cansado estoy sobre la altura!

    Aquí calló el joven. Y Zaratustra contempló el árbol junto al que estaban y habló así:

    —Este árbol se yergue aquí solitario en las montañas. Creció alto por encima de hombre y bestia. Y si hablara, nadie podría entenderlo: ha crecido demasiado alto. Ahora espera y espera… ¿Qué espera? Mora demasiado cerca del asiento de las nubes: espera, probablemente, el primer rayo.

    Cuando Zaratustra hubo dicho esto, el joven gritó con gestos violentos:
    —¡Sí, Zaratustra, has hablado verdad! Quería mi descenso cuando me quería en la altura, y tú eres el rayo que esperaba. Mira, ¿qué soy desde que tú has aparecido entre nosotros? ¡Ha sido la envidia de ti lo que me ha quebrado!

    Así habló el joven y sollozó amargamente. Zaratustra, sin embargo, puso su brazo alrededor de él y se lo llevó del lugar consigo.

    Y cuando hubieron caminado juntos un rato, Zaratustra comenzó a hablar:

    —Me desgarra el corazón. Mejor de lo que tus palabras lo dicen, me hablan tus ojos de todos tus peligros. Todavía no eres libre, buscas todavía la libertad. Tu búsqueda te ha vuelto exhausto y vigilante. Quieres estar en la libertad de la altura; tu alma tiene sed de las estrellas. Pero también tus malos impulsos tienen sed de libertad. Tus perros salvajes quieren libertad. Ladran de alegría en su celda cuando tu espíritu lucha por abrir todas las prisiones.

    Todavía eres para mí un prisionero que maquina su libertad: ¡ay! El alma de tales prisioneros se vuelve ingeniosa, pero también engañosa y malvada. Debe purificarse todavía el espíritu liberado. Todavía hay en él mucha prisión y moho. Puros deben todavía volverse sus ojos.

    Sí, conocí tu peligro. Pero por mi amor y esperanza te conjuro: no arrojes tu amor y tu esperanza lejos de ti. Noble te sientes tú todavía, y noble te sienten todavía a ti los otros, que están agraviados contigo y te lanzan malas miradas. Sabe que para todos un noble constituye un obstáculo. También para los buenos es un noble un obstáculo: e incluso cuando lo llaman un bueno, quieren con ello ponerlo a un lado.

    El noble crea lo nuevo y una nueva virtud. El bueno quiere lo viejo y preservar lo viejo en su sitio. Pero no es ese el peligro de un noble, que se convierta en un bueno, sino en un gañán, un burlador, un destructor.

    ¡Ay! Conocí nobles que perdieron su más alta esperanza. Y entonces calumniaron toda más alta esperanza. Entonces vivieron impúdicamente entre breves placeres, y ya no proyectan sus metas más allá del día. “El espíritu también es lujuria” —así dijeron. Entonces rompieron las alas de su espíritu: ahora se arrastra por las inmediaciones y ensucia lo que roe. Una vez pensaron en convertirse en héroes: ahora son voluptuosos. Un dolor y un horror es para ellos el héroe.

    ¡Pero por mi amor y esperanza te conjuro: no arrojes lejos de ti al héroe que hay en tu alma! ¡Mantén sagrada tu más alta esperanza!

    Así habló Zaratustra.


    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.7. DE LEER Y ESCRIBIR

    De todo lo que está escrito, amo solamente aquello que un hombre escribe con su sangre. Escribe con sangre: y experimentarás que la sangre es espíritu.

    No es facilmente posible entender la sangre ajena: odio a los ociosos que leen. Quien conoce al lector, ya no hace en adelante nada por el lector. Otro siglo de lectores — y hasta el espíritu apestará.

    Que a todos se les permita aprender a leer, corrompe a la larga no sólo la escritura, sino también el pensamiento.  Una vez el espíritu fue Dios; entonces se convirtió en  hombre; y ahora, incluso se convierte en chusma.

    Quien escribe en sangre y proverbios no quiere ser leído, sino aprendido de memoria. En las montañas, el camino más corto es de cumbre a cumbre: pero para ello se debe tener piernas largas. Los proverbios deberían ser cumbres — y aquellos a los que son dirigidos, grandes y altos. El aire enrarecido y puro, el peligro próximo, y el espíritu lleno de un alegre sarcasmo: así encajan bien unas cosas con otras. Quiero tener duendes alrededor de mí, porque soy valiente. El valor que ahuyenta a los fantasmas crea para sí duendes: el valor quiere reír.   

    Ya no siento con vosotros: esta nube que veo debajo de mí, esta negrura y gravedad de las que  me río – precisamente esto es vuestra nube de tormenta. Miráis hacia arriba cuando sentís el anhelo de elevación. Y yo miro hacia abajo porque estoy elevado. ¿Quién de vosotros puede reír y estar elevado a un tiempo? Quien escala la montaña más alta se ríe de todas las tragedias y de toda seriedad trágica.

    Valientes, despreocupados, burlones, violentos — así nos quiere la sabiduría: es una mujer y siempre ama sólo a un guerrero.

    Me decís: «La vida es dura de soportar». ¿Pero por qué tendríais vuestro orgullo en la mañana y vuestra resignación en la tarde? La vida es  dura de soportar; ¡Pero no me os pongais tan delicados! Todos somos bonitas bestias de carga, asnos machos y hembras. ¿Qué tenemos en común con el capullo de rosa, que tiembla porque una gota de rocío yace sobre su cuerpo?

    Es cierto: amamos la vida, no porque estemos acostumbrados a vivir, sino porque estamos acostumbrados a amar. Siempre hay algo de locura en el amor. Pero también hay siempre algo de razón en la locura.

    Y también a mí, que estoy bien dispuesto hacia la vida, las mariposas y las pompas de jabón, y todo lo que es de su especie entre los hombres, me parece que son los que conocen más sobre la dicha. Ver revolotear a esas pequeñas almas ligeras, insensatas, delicadas y móviles, seduce a Zaratustra hasta las lágrimas y las canciones.

    Sólo creería en un dios que supiera bailar. Y cuando vi a mi demonio, lo encontré serio, minucioso, profundo y solemne: era el espíritu de la gravedad: a través de él caen todas las cosas.

    No matamos con la ira, sino con la risa. ¡Vamos, matemos al espíritu de la gravedad!

    He aprendido a caminar: desde entonces me dejo correr. He aprendido a volar: desde entonces, no quiero que me empujen para moverme.

    Ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora me veo debajo de mí mismo, ahora un dios baila a través de mí.

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.6. DEL PÁLIDO CRIMINAL

    ¿No queréis matar, vosotros jueces y sacrificadores, hasta que el animal haya asentido con la cabeza? Mirad, el pálido criminal ha asentido con la cabeza: desde sus ojos habla el gran desprecio.

    «Mi yo es algo que será superado: mi yo es para mí el gran desprecio del hombre», así habla él desde estos ojos.

    Que se condenase a sí mismo, ese fue su momento más elevado; ¡no dejéis al sublime de nuevo en su bajeza! No hay redención para quien sufre tanto de sí mismo, salvo una muerte rápida.

    Vuestro matar, vosotros jueces, será compasión y no venganza. ¡Y al matar, mirad que vosotros mismos justificáis la vida! No basta con que os reconcilieis con aquel al que dais muerte. Que vuestra tristeza sea amor al superhombre -¡así justificaréis vuestro propio seguir vivos!

    «Enemigo» diréis, pero no «villano»; «enfermo» diréis, pero no «canalla»; «necio» diréis, pero no «pecador».

    Y tú, rojo juez, si dijeras en alto todo lo que ya has hecho en tus pensamientos, todos gritarían: «¡Fuera con esta inmundicia y este venenoso gusano!».

    Pero una cosa es el pensamiento, otra cosa es el acto, otra cosa es la imagen del acto: la rueda de la causalidad no gira entre ellas.

    Una imagen hizo a este hombre pálido palidecer. Él estaba a la altura de su acto cuando lo cometió; pero no pudo soportar su imagen cuando estuvo hecho. En adelante siempre se vió como el autor de un acto. A esto lo llamo locura: la excepción se convirtió en la esencia. Una trazo en la tierra hechiza a una gallina; el golpe que dirigió hechizó su pobre razón: locura después del acto llamo yo a esto.

    Escuchad, vosotros jueces: otra locura hay todavía, y está antes del acto. Ay, no os habéis introducido lo suficiente en esta alma.

    El rojo juez habla así: «¿Por qué asesinó este criminal? Quiso robar». Pero yo os digo: su alma quiso sangre, no botín; tuvo sed de la felicidad del cuchillo. Su pobre razón, sin embargo, no comprendió esta locura y le persuadió: «¿Qué importa la sangre?», le preguntó; «¿no quieres al menos hacer botín por ese medio? ¿Tomar venganza?». Y él escuchó a su pobre razón: su discurso yacía sobre él como plomo; así que robó cuando asesinó. No quiso avergonzarse de su locura.

    Y ahora otra vez yace el plomo de su culpa sobre él, y otra vez está su pobre razón tan rígida, tan paralizada, tan pesada. Si tan solo pudiera sacudir la cabeza, entonces su carga se rodaría hasta el suelo: ¿pero quién sacudiría esta cabeza?

    ¿Qué es este hombre? Un montón de enfermedades que, a través de su espíritu, se extienden hacia el mundo: allí quieren atrapar a su presa.

    ¿Qué es este hombre? Una bola de serpientes salvajes, que raramente tienen paz unas de otras – así salen solas y buscan presa en el mundo.

    ¡Contemplad este pobre cuerpo! Lo que sufrió y codició esta pobre alma lo interpretó por sí misma – lo interpretó como lujuria asesina y ansia por la felicidad del cuchillo.

    Al que enferma ahora le sorprende el mal que ahora es el mal: quieren hacer daño con lo que le hace daño. Pero ha habido otras épocas y otro mal y otro bien. En otro tiempo, la duda era el mal y la voluntad de sí-mismo. Entonces los enfermos se convertían en herejes y brujas: como herejes o brujas, sufrían y querían infligir sufrimiento.

    Pero esto no quiere entrar en vuestros oídos: perjudica a vuestra buena gente, me decís. Pero ¿qué me importa vuestra buena gente a mí? Mucho de vuestra buena gente me da náuseas; y, en verdad, no es su maldad. De hecho, desearía que tuvieran una locura por la que sucumbieran como este pálido criminal.

    En verdad, desearía que su locura se llamara verdad o lealtad o justicia: pero ellos tienen su virtud para vivir largamente y en miserable satisfacción.

    Soy un barandal junto al torrente: ¡que me agarren los que puedan! Pero no soy vuestra muleta.

    Así habló Zaratustra.


    Traduccion revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edicion orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la division estructural de Walter Kaufmann.

  • 1.5. DE LAS ALEGRÍAS Y LAS PASIONES

    Hermano mío, si tienes una virtud —y es tu virtud—, entonces no la tienes en común con nadie. A buen seguro querrás llamarla por su nombre y acariciarla: querrás tirarle de la oreja y tener diversión con ella. ¡Y mira! ahora tienes su nombre en común con el pueblo y te has convertido en uno del pueblo y el rebaño con tu virtud.

    Harías mejor en decir: «Inexpresable y sin nombre es lo que causa a mi alma agonía y dulzura y es incluso el hambre de mis entrañas».


    Que tu virtud sea demasiado elevada para la familiaridad de los nombres: y si tienes que hablar de ella, no te avergüences de tartamudear.
     Habla y tartamudea así: «Eso es mi bien; eso amo; así me complace por entero; así sólo deseo yo el bien. No lo quiero como una ley divina, ni como estatuto y necesidad humanos: no será un indicador para mí hacia sobre-tierras y paraísos. Una virtud terrenal es la que yo amo: poca prudencia hay en ella, y aún menos sentido común” Pero este pájaro construyó a mi lado su nido: por eso lo amo y acaricio; ahora está sentado a mi lado sobre sus huevos de oro». Así deberías tartamudear y alabar tu virtud.

    Una vez tuviste pasiones y las llamaste malas. Pero ahora solo te quedan tus virtudes: surgieron de tus pasiones. Pusiste tu más alta meta en el corazón de estas pasiones; y así se convirtieron en tus virtudes y motivos de alegria.

    Y tanto si eras de la tribu de los coléricos, o de los voluptuosos, o de los fanáticos o de los vengativos, al final todas tus pasiones se convirtieron en virtudes, y todos tus demonios, en ángeles. Una vez tuviste perros salvajes en tu sótano: pero al final se transformaron en pájaros y dulces cantores. De tus venenos elaboraste para tí tu bálsamo. Tu vaca, la melancolía, la ordeñaste – ahora bebes la dulce leche de sus ubres.

    Nada malo crecerá en ti de ahora en adelante, salvo el mal que nazca de la lucha entre tus virtudes. Hermano mío, si tienes suerte, solo tienes una virtud y nada más: entonces pasas más ligero por encima del puente. Es una distinción tener muchas virtudes, pero un arduo destino; y muchos se han retirado al desierto y se han quitado la vida, por estar cansados de ser la batalla y el campo de batalla de sus virtudes.

    Hermano mío, ¿son la guerra y la batalla malas? Pero este mal es necesario: la envidia, la desconfianza y la calumnia entre tus virtudes son necesarias. Mira cómo cada una de tus virtudes está codiciosa de lo más alto: quiere todo tu espíritu para que se convierta en su heraldo, quiere toda tu fuerza en la ira, el odio y el amor. Celosa está cada virtud de las otras, y los celos son cosa terrible. Aún las virtudes pueden sucumbir por los celos. Aquel al que la llama de los celos rodea, torna al final, como el escorpión, contra sí mismo el aguijón venenoso
    ¡Ay, hermano mío! ¿No has visto nunca a una virtud calumniarse y apuñalarse a sí misma?

    El hombre es algo que debe ser superado; y por eso deberías amar tus virtudes – porque perecerás de ellas.

    Así habló Zaratustra.


  • 1.4. DE LOS DESPRECIADORES DEL CUERPO

    Quiero hablarles a los que desprecian el cuerpo. No quiero que aprendan ni que enseñen de forma diferente, solo que se despidan de sus cuerpos – y guarden silencio.

    «Cuerpo soy y alma»- así dice el niño. ¿Y por qué no hablar como los niños?

    Pero el despierto y el que sabe dice: cuerpo soy por entero, y nada más; y alma es solo una palabra para algo que está en el cuerpo».

    El cuerpo es una gran razón, una pluralidad con un sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor. Un instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, lo que tú llamas “espíritu” – un pequeño instrumento y un juguete de tu gran razón.

    “Yo” dices y estás orgulloso de esta palabra. Pero más grande es aquello en lo que no quieres tener fe -tu cuerpo y su gran razón: no dice “yo”, pero hace “yo”.

    Lo que el sentido siente, lo que el espíritu conoce, nunca tiene su fin en sí mismo. Pero el sentido y el espíritu te persuadirían de que son el fin de todas las cosas: así es como son de vanos. Instrumentos y juguetes son sentido y espíritu: detrás de ellos todavía yace el sí-mismo. El sí-mismo también busca con los ojos de los sentidos; también escucha con los oídos del espíritu. El sí-mismo siempre escucha y busca: compara, supera, conquista, destruye. Rige, y es el regidor del yo también. 

    Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se yergue un señor poderoso, un sabio desconocido – cuyo nombre es el sí-mismo. En tu cuerpo habita; es tu cuerpo.

    Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe entonces por qué tu cuerpo necesita precisamente tu mejor sabiduría?

    Tu “sí mismo” se ríe de tu yo y de sus audaces saltos. “¿Qué son esos saltos y vuelos de pensamiento para mí?” Se dice. “Un rodeo para llegar a mi fin. Yo soy quien mueve los hilos del yo, yo soy quien le dicta  los pensamientos.

    Tu “sí mismo” le dice al yo: «Siente dolor aquí». Entonces el yo sufre… y piensa cómo podría dejar de sufrir – y justo para ese propósito se supone que piensa.

    Tu “sí mismo” le dice al yo: «Siente placer aquí». Entonces el yo disfruta y piensa cómo volver a sentir placer – y justo para ese propósito se supone que piensa.

    A los despreciadores del cuerpo les quiero decir una palabra. Que su desprecio está basado en su aprecio. ¿Qué es lo que creó el aprecio y el desprecio y el valor y la voluntad? El “sí-mismo” creador creó para sí aprecio y desprecio; creó para sí placer y dolor. El cuerpo creador creó al espíritu como una mano para su voluntad.

    Incluso en vuestra locura y vuestro desprecio, vosotros despreciadores del cuerpo, servís a vuestro “sí mismo”. Yo os digo: vuestro “sí mismo” quiere morir y se aparta de la vida. Ya no es capaz de aquello que más quiere: crear más allá de sí mismo. Eso es lo que quiere hacer por encima de todo, ese es su ferviente deseo.

    Pero ahora es demasiado tarde para eso: así que vuestro “sí mismo” quiere descender, oh despreciadores del cuerpo. ¡Vuestro “sí mismo” quiere descender, y esa es la razón por la que os habeis convertido en despreciadores del cuerpo! Porque ya no sois capaces de crear más allá de vosotros mismos.

    Y esa es la razón por la que estais furiosos con la vida y la tierra. Una envidia inconsciente habla desde la mirada rencorosa de vuestro desprecio.

    ¡No seguiré vuestro camino, Oh despreciadores del cuerpo! ¡No sois un puente hacia el superhombre!

               Así habló Zaratustra.

  • 1.3. DE LOS TRANSMUNDANOS

    En un tiempo, también Zaratustra  proyectó su ilusión más allá del hombre, como todos los transmundanos. El mundo me parecía entonces la obra de un dios sufriente y torturado. Un sueño, y la ficción de un dios me parecía el mundo: humo de colores ante los ojos de una deidad insatisfecha. Bien y mal, dicha y dolor, tú y yo: todo me parecía humo de colores ante ojos creadores. El creador quiso apartar su mirada de sí mismo; por eso creó el mundo.

    ¡Qué jubilo embriagado es, para el que sufre, apartar la mirada de su propio sufrimiento y perderse a sí mismo! Un jubilo embriagado  y un olvido de uno mismo me pareció una vez el mundo. Este mundo eternamente imperfecto, imagen de una eterna contradicción, una imagen imperfecta – un júbilo embriagado para su creador imperfecto—: así me pareció una vez el mundo.

    Por lo tanto, también yo, proyecté una vez, mi ilusión más allá del hombre, como todos los transmundanos. ¿Más allá del hombre, en realidad?

    ¡Ay, hermanos míos! Este dios que yo creé era obra humana, y locura humana, como todos los dioses. Era  hombre, apenas un pobre fragmento de hombre y de ego: de mis propias cenizas y de mi propio fuego vino a mí este fantasma, y, en verdad, no desde el más allá. ¿Qué ocurrió, hermanos míos?  Me superé a mí mismo, al sufriente; llevé mis propias cenizas a las montañas; inventé para mí una llama más luminosa. ¡Y entonces ese fantasma huyó de mí! Hoy, creer en tales fantasmas sería sufrimiento y agonía para el recobrado: ahora sería sufrimiento y humillación. Así hablo a los transmundanos.

    Fueron el sufrimiento y la incapacidad los crearon todos los más allá: y también esa breve locura de felicidad que experimentan sólo los que más profundamente sufren.

    Cansancio, que quiere alcanzar el final de un salto, de un salto fatal, un pobre, ignorante cansancio, que ya no quiere querer más: ésto creó todos los dioses y todos los más allá.

     Creedme, hermanos míos: fue el cuerpo el que desesperó del cuerpo y tocó los muros últimos con los dedos de un espíritu engañado. Creedme, hermanos míos: fue el cuerpo el que desesperó de la tierra y oyó al vientre del ser hablarle.  Quiso atravesar con la cabeza esos muros finales —y no sólo con la cabeza— para llegar «a ese mundo». Pero «ese mundo» está bien oculto de los humanos: ese deshumanizado mundo inhumano que es una nada celestial. Y el vientre del ser no habla a los hombres, si no es en forma humana.

    En verdad, todo ser es difícil de demostrar, y difícil de hacer hablar. Decidme, hermanos míos: ¿no es precisamente la más extraña de todas las cosas la que se demuestra con mayor certeza?

    Sí: este ego y su contradicción, este yo y su confusión todavía hablan con la mayor honestidad de su ser – este ego creador, que quiere, que valora, que es la medida y el valor de las cosas. Y este ser, el más honesto, el ego, habla del cuerpo y sigue deseándo el cuerpo, incluso cuando poetiza y delira y revolotea con alas rotas. Aprende a hablar cada vez con más sinceridad, este ego; y cuanto más aprende, más palabras y más honores encuentra para el cuerpo y para la tierra.

    Mi ego me enseñó un nuevo orgullo: y esto es lo que enseño a los hombres —que no entierren ya la cabeza en la arena de las cosas celestiales, sino que la lleven libremente, una cabeza terrenal, que cree un sentido para la tierra.

    Una nueva voluntad enseño a los hombres : querer ese camino que el hombre ha recorrido a ciegas y afirmarlo, no escabullirse de él como los enfermos y los que decadentes.

    Fueron los enfermos y los decadentes quienes despreciaron el cuerpo y la tierra, e inventaron el reino celestial y las gotas redentoras de sangre. Pero hasta esos dulces y sombríos venenos los tomaron del cuerpo y de la tierra. Querían huir de su propia miseria, y las estrellas estaban demasiado lejos para ellos. Así que suspiraron: «¡Ojalá hubiese caminos celestiales para colarnos en otro estado de ser y de felicidad!». Y así inventaron sus astutas tretas y sus sangrientas pociones. Ingratos, se creyeron transportados fuera de sus cuerpos y de esta tierra.¿Pero a quién debían las convulsiones y los éxtasis de su transporte? A sus cuerpos y a esta tierra.

    Zaratustra es compasivo con los enfermos. En verdad, no se irrita ante su tipo de consuelo ni ante su ingratitud: ¡que se conviertan en convalecientes, hombres de superación, creadores de un cuerpo más elevado para sí mismos! Tampoco se irrita Zaratustra con el convaleciente que mira con ternura su ilusión y, a medianoche, ronda la tumba de su dios: pero aún así sus lágrimas todavía delatan enfermedad y un cuerpo enfermo.

    Siempre ha habido muchos enfermos entre los poetas y los sedientos de dios; odian furiosamente al amante del conocimiento y a la más joven de las virtudes, que es llamada “honestidad.” Siempre miran hacia atrás, hacia las épocas oscuras: entonces, en verdad, la ilusión y la fe eran otra cosa; a la furia de la razón se la consideraba divinidad, y a la duda, pecado.

    Conozco bien a esos hombres divinales: quieren que se crea en ellos y que la duda sea pecado. También sé en lo que tienen más fe. En verdad no es en el más allá y las gotas de sangre redentoras, sino en el cuerpo en lo que ellos tambien tienen más fe; y su cuerpo es para ellos su cosa en sí. Pero es una cosa enferma para ellos, y gustosamente querrían deshacerse de su piel. Por eso escuchan a los predicadores de la muerte y ellos mismos predican el más allá.

    Escuchad más bien, hermanos míos, la voz del cuerpo sano: es una voz más honesta y más pura. Con más honestidad y pureza habla el cuerpo sano, perfecto y vertical: y habla del sentido de la tierra.

    Así habló Zaratustra.

  • 1.2. DE LAS CÁTEDRAS DE LA VIRTUD

     Se alababa a un sabio ante Zaratustra, por saber hablar bien del sueño y de la virtud. Se decía que era honrado y grandemente recompensado por ello, y que todos los jóvenes se sentaban a sus pies. Zaratustra fue a verlo, y se sentó también a sus pies, junto con los jóvenes. Y el sabio habló así:

    «Honra el sueño y sé tímido ante él, eso ante todo. Y evita a todos los que duermen mal y permanecen despiertos por la noche. Incluso el ladrón es tímido ante el sueño: siempre roba en silencio durante la noche. Pero el vigilante nocturno es un desvergonzado: hace sonar su cuerno sin pudor.

    Dormir no es un arte pequeño: para dormir bien, hay que estar despierto todo el día. Diez veces al día debes vencerte a ti mismo —eso te hace bueno y cansado, y actúa como opio para el alma. Diez veces debes reconciliarte otra vez contigo mismo —porque la victoria es amarga, y los que no se reconcilian duermen mal. Diez verdades al día debes descubrir —si no, buscarás la verdad por la noche, y tu alma tendrá hambre. Diez veces al día debes reír y alegrarte —de lo contrario, tu estómago se quejará por la noche: y el estómago es el padre de la tristeza.

    Pocos lo saben, pero para dormir bien hay que tener todas las virtudes. ¿Daré falso testimonio? ¿Cometeré adulterio? ¿Codiciaré a la criada del vecino? Todo eso impide un buen sueño.

    E incluso si uno posee todas las virtudes, aún debe saber esto: enviarlas a dormir a su hora. Que no se peleen entre ellas, las bellas damiselas, por ti, hijo de la desgracia. Paz con Dios y con el prójimo: eso exige el buen sueño. Y también paz con el demonio del prójimo, si no quieres que te persiga en sueños.

    Honra a los magistrados y obedece incluso a los corruptos: el buen sueño lo exige. ¿Es culpa mía que al poder le guste andar con piernas torcidas?

    Llamaré buen pastor al que guía a sus ovejas a los más verdes pastos: eso va bien con el buen sueño.

    No deseo muchos honores ni grandes joyas: inflaman el bazo. Pero sin un buen nombre y una joyita, se duerme mal.

    Prefiero pocos amigos a muchos malvados —pero que vengan y se vayan a la hora precisa. Eso conviene al buen sueño.

    Me agradan mucho también los pobres de espíritu: favorecen el sueño. Bienaventurados ellos, sobre todo si siempre se les da la razón.

    Así pasa el día del virtuoso. Y cuando llega la noche, me guardo de llamar al sueño. Porque el sueño, el maestro de las virtudes, no quiere que lo llamen. En cambio, repaso lo vivido: rumio, paciente como una vaca, y me pregunto: ¿cuáles han sido tus diez victorias? ¿y cuáles fueron tus diez reconciliaciones, las diez verdades, las diez risas con las que se edificó hoy tu corazón? Sopesando eso, y mecido por cuarenta pensamientos, me vence de repente el sueño —el no llamado, el señor de las virtudes. El sueño acaricia mis ojos: se hacen pesados. Toca mi boca: queda abierta. Llega con suelas suaves, el más querido de los ladrones, y me roba los pensamientos: me vuelvo estúpido, como esta silla. Pero no por mucho: pronto me acuesto.»

    Cuando Zaratustra escuchó así al sabio, rió en su corazón: se le reveló una idea. Y habló a su corazón así:

    «Este sabio con sus cuarenta pensamientos es un necio —pero, sin duda, sabe dormir. ¡Feliz quien vive cerca de él! Su sueño es contagioso, incluso a través de una pared gruesa. Hay magia en su silla. No es en vano que los jóvenes se sienten a sus pies. Su sabiduría es: despertarse para dormir bien. Y en verdad, si la vida no tuviera sentido y yo debiera elegir entre sinsentidos, entonces este sería el más sensato.

    Ahora entiendo qué se buscaba realmente cuando se buscaban maestros de virtud: se buscaba el buen sueño, y virtudes que actuaran como opio. Estos sabios tan celebrados, maestros de virtud, concebían la sabiduría como un sueño sin sueños. No conocían un sentido mejor para la vida.

    Tal vez aún existan hombres como este predicador —aunque no todos tan honestos. Pero su tiempo ha pasado. No durarán mucho: pronto se irán a acostar.

    “Bienaventurados los somnolientos, porque pronto dormitarán.”

    Así habló Zaratustra.

  • 1.1. DE LAS TRES METAMORFOSIS

    Tres metamorfosis del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, finalmente, en niño.

    Hay mucho que es difícil para el espíritu, el fuerte, reverente espíritu que soportaría mucho: pero lo difícil y lo más difícil son lo que su fortaleza demanda.

    “¿Qué hay difícil?”, pregunta el espíritu resistente, y se arrodilla como el camello que quiere ser bien cargado. “¿Qué es lo más difícil, oh héroes?”, pregunta el espíritu resistente, “para que lo tome sobre mí y me regocije en mi fuerza”. ¿No es humillarse uno mismo para herir el propio orgullo? ¿Hacer brillar su locura para burlarse de su sabiduría?

    ¿O es esto: apartarse de nuestra causa cuando celebra su victoria? ¿Subir a altas montañas para tentar al tentador?

    ¿O es esto: alimentarse de bellotas y hierba del conocimiento y, por amor a la verdad, sufrir hambre en el alma?

    ¿O es esto: estar enfermo y enviar a casa a los confortadores y hacerse amigo de los sordos, que nunca oyen lo que uno desea?

    ¿O es esto: entrar en aguas inmundas cuando son las aguas de la verdad, y no apartar de sí a las ranas frías y a los sapos calientes?

    ¿O es esto: amar a quienes nos desprecian y tender la mano al espectro que nos asusta?

    Todo esto, lo más difícil, toma sobre sí el espíritu resistente, como el camello que, cargado, se adentra veloz en el desierto: así se adentra el espíritu en su propio desierto.

    Pero en el desierto más solitario ocurre la segunda transformación: allí el espíritu se convierte en león, que quiere conquistar su libertad y ser señor de su propio desierto. Allí busca a su último amo: quiere luchar contra él y contra su último dios; por la victoria final, quiere luchar contra el gran dragón.

    ¿Quién es el gran dragón al que el espíritu no llamará más ni señor ni dios? “Tú debes” se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice: “¡Yo quiero!”. “Tú debes” se interpone en su camino, resplandeciente como un animal cubierto de escamas; y en cada escama brilla un “Tú debes” dorado.

    Valores milenarios resplandecen en esas escamas, y así habla el más poderoso de todos los dragones: “Todo el valor de las cosas resplandece en mí superficie. Todo valor ha sido creado hace tiempo, y yo soy todo valor creado. En verdad, no debe haber más ‘Yo quiero’”. Así habla el dragón.

    Hermanos míos, ¿para qué necesita el espíritu un león? ¿Por qué no basta la bestia de carga, que renuncia y es reverente?

    Crear nuevos valores, eso ni siquiera el león puede hacerlo; pero conquistar la libertad para una nueva creación, eso está en el poder del león. Crear libertad para sí mismo y un sagrado “no” incluso frente al deber: para eso, hermanos míos, se necesita al león. Asumir el derecho a nuevos valores: esa es la asuncion más temible para un espíritu reverente, que soportaría mucho. En verdad, para él es presa, y un asunto para una bestia de presa. Una vez amó el “Tú debes” como lo más sagrado: ahora tiene que encontrar ilusión y arbitrariedad incluso en lo más sagrado, para que la liberacion de ese amor se convierta en su presa. Se necesita al león para tal presa.

    Pero decidme, hermanos míos, ¿qué puede hacer el niño que ni siquiera el león puede hacer? ¿Por qué tiene el depredador león que convertirse en niño? El niño es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, un “Sí” sagrado. Para el juego de la creación, hermanos míos, se necesita un “Sí” sagrado: el espíritu quiere ahora su propia voluntad, el que se había perdido para el mundo, conquista ahora su propio mundo.

    Tres metamorfosis del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y finalmente el león en niño.

    Así habló Zaratustra. Y en aquel tiempo moraba en la ciudad llamada “la vaca multicolor”.

  • Prólogo de Zaratustra

    1
    Cuando Zaratustra cumplió treinta años dejó su hogar y el lago cercano a su hogar y subió a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad, y durante diez años no se cansó de ello. Pero al fin se produjo un cambio en su corazón, y una mañana se levantó con el alba, se puso delante del sol y le habló así:
    «Gran estrella, ¿qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos para quienes brillas?
    «Durante diez años has ascendido a mi cueva: te habrías cansado de tu luz y del viaje si no hubiera sido por mí, mi águila y mi serpiente.
    «Pero te esperábamos cada mañana, tomábamos de ti tu desbordamiento y te bendecíamos por ello.
    «He aquí que me fatiga mi sabiduría, como una abeja que ha recogido demasiada miel; necesito manos extendidas para recibirla.
    «Quiero repartir y distribuir, hasta que los sabios vuelvan a gozar de su locura y los pobres de sus riquezas.
    «Para eso debo descender a lo profundo, como tú haces al atardecer cuando vas detrás del mar y aún traes luz al inframundo, estrella sobreriquecida.
    «Como tú, también yo debo DESCENDER – descender, como dice el hombre, hacia el hombre al que quiero alcanzar.
    «¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo que puedes mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande!
    «Bendice la copa que quiere rebosar, para que el agua brote de ella dorada y lleve a todas partes el reflejo de tu deleite.
    «He aquí que esta copa quiere volver a vaciarse, y Zaratustra quiere volver a ser hombre».
    Así comenzó el descenso de Zaratustra.

    2
    Zaratustra descendió solo de las montañas, sin encontrar a nadie. Pero cuando llegó al bosque, de pronto se presentó ante él un anciano que había abandonado su santa cabaña para buscar raíces en el bosque. Y el anciano habló así a Zaratustra:
    «No me es extraño este vagabundo: hace muchos años pasó por aquí. Zaratustra se llamaba, pero ha cambiado. En aquel tiempo llevaste tus cenizas a las montañas; ¿llevarás ahora tu fuego a los valles? ¿No temes ser castigado como incendiario?
    «Sí, reconozco a Zaratustra. Sus ojos son puros, y no se posa ningún asco en su boca ¿No camina como un bailarín?
    «Zaratustra ha cambiado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un despierto; ¿qué quieres ahora entre los durmientes? Vivías en tu soledad como en el mar, y el mar te sostenia. Ay, ¿quieres ahora subir a la orilla? Ay, ¿arrastrarías de nuevo tu propio cuerpo?
    Zaratustra respondió: «Amo al hombre».
    «¿Por qué», preguntó el santo, »me adentré en el bosque y en el desierto? ¿No fue porque amaba demasiado al hombre? Ahora amo a Dios; no amo al hombre. El hombre es para mí algo demasiado imperfecto. El amor al hombre me mataría».
    Zaratustra respondió: «¿He hablado yo de amor? Traigo al hombre un regalo».
    «¡No les des nada!», dijo el santo. «Más bien, toma parte de su carga y ayúdales a llevarla – ¡eso será lo mejor para ellos, aunque sólo te haga bien a ti! Y si quieres darles algo, no les des más que una limosna, ¡y que mendiguen por eso!».
    «No», respondió Zaratustra. «Yo no doy limosna. Para eso no soy lo bastante pobre».
    El santo se rió de Zaratustra y habló así: «Entonces procura que acepten tus tesoros. Desconfían de los ermitaños y no creen que vengamos con regalos. Nuestros pasos suenan demasiado solitarios por las calles. Y si por la noche, en sus camas, oyen pasar a un hombre mucho antes de que haya salido el sol, probablemente se pregunten: ¿Adónde va el ladrón?
    «No vayas hacia el hombre. ¡Quédate en el bosque! ¡Ve más bien incluso a los animales! ¿Por qué no quieres ser como yo: un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?».
    «¿Y qué hace el santo en el bosque?», preguntó Zaratustra.
    Respondió el santo: «Hago canciones y las canto; y cuando hago canciones, río, lloro y tarareo: así alabo a Dios. Con el canto, el llanto, la risa y el tarareo, alabo al dios que es mi dios. Pero, ¿qué nos traes de regalo?».
    Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras se despidió del santo y le dijo: «¿Qué podría darte? Pero déjame irme de prisa, no sea que sin querer te quite algo.” Y así se separaron, el viejo y el hombre, riendo como ríen dos muchachos.
    Pero cuando Zaratustra se quedó solo habló así a su corazón: «¿Será posible? Este viejo santo del bosque aún no ha oído nada de esto, ¡que DIOS HA MUERTO!».

    3

    Cuando Zaratustra llegó a la siguiente ciudad, situada en la linde del bosque, encontró a mucha gente reunida en la plaza del mercado, pues se había prometido que habría un equilibrista. Y Zaratustra habló así a la gente:

    «Os enseño al superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?

    »Todos los seres, hasta ahora, han creado algo más allá de sí mismos; ¿y queréis ser la resaca de este gran diluvio, incluso volver a las bestias antes que superar al hombre? ¿Qué es el mono para el hombre? Un hazmerreír o una dolorosa vergüenza. Y el hombre será precisamente eso para el superhombre: un hazmerreír o un doloroso bochorno. Habéis pasado de gusano a hombre, y mucho en vosotros sigue siendo gusano. Una vez fuisteis monos, y aun ahora, el hombre es más simio que cualquier simio.

    »Quienquiera que sea el más sabio entre vosotros, también él es tan solo un conflicto y un cruce entre planta y fantasma. Pero ¿os ordeno yo que os convirtáis en fantasmas o en plantas?

    »He aquí: os enseño al superhombre. El superhombre es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad diga: ¡el superhombre será el sentido de la tierra! Os lo ruego, hermanos míos: ¡permaneced fieles a la tierra, y no creáis a quienes os hablan de esperanzas de otro mundo! Lo sepan o no, son mezcladores de veneno. Son despreciadores de la vida, decadentes y envenenados ellos mismos, de quienes la tierra está harta: ¡dejadlos ir!

    »Una vez, el pecado contra Dios fue el mayor pecado; pero Dios ha muerto, y con él murieron también esos pecadores. Ahora, pecar contra la tierra es lo más espantoso, y tener en más estima las entrañas de lo incognoscible que el sentido de la tierra.

    »Antes, el alma miraba con desprecio al cuerpo —y ese desprecio era entonces lo más alto: el alma quería un cuerpo exiguo, espantoso y hambriento. Así creía poder escapar del cuerpo —y de la tierra. ¡Oh, esta alma misma era todavía escasa, espantosa y hambrienta! Y la crueldad era la lujuria de esa alma.

    »Pero también vosotros, hermanos míos, decidme: ¿qué dice vuestro cuerpo de vuestra alma? ¿No es vuestra alma pobreza, inmundicia y un miserable contento?

    »Verdaderamente, un riachuelo impuro es el hombre. Hay que ser un mar, para poder recibir un arroyo contaminado sin ensuciarse. ¡Mirad, os muestro al superhombre: él es ese mar! En él puede ahogarse vuestro gran desprecio.

    »¿Cuál es la mayor experiencia que podéis tener? Es la hora del gran desprecio: la hora en que también vuestra felicidad os causa náusea —y vuestra razón, y vuestra virtud.

    »La hora en que decís: “¿De qué me sirve mi felicidad? Es pobreza, inmundicia y vil satisfacción. Pero mi felicidad debería justificar la existencia misma.”

    »La hora en que decís: “¿Qué importa mi razón? ¿Acaso ansía el conocimiento como el león su alimento? Es pobreza, inmundicia y vil satisfacción.”

    »La hora en que decís: “¿Para qué mi virtud? Aún no me ha hecho rabiar. ¡Qué cansado estoy de mi bien y de mi mal! Todo eso es pobreza, inmundicia y vil satisfacción.”

    »La hora en que decís: “¿Qué valor tiene mi justicia? No veo que yo sea llamas y combustible. Pero los justos son llamas y combustible.”

    »La hora en que decís: “¿Qué importa mi piedad? ¿No es la piedad la cruz en la que está clavado quien ama al hombre? Pero mi piedad no es crucifixión.”

    »¿Has hablado ya así? ¿Has llorado ya así? ¡Oh, si te hubiera oído gritar así!

    »No tu pecado, sino tu mezquindad clama al cielo; tu mezquindad, incluso en el pecado, clama al cielo.

    »¿Dónde está el rayo que te lama con su lengua? ¿Dónde el frenesí con el que deberías ser inoculado?

    »He aquí: os enseño al superhombre. Él es ese relámpago, él es ese frenesí.»

    Cuando Zaratustra hubo hablado así, uno de los presentes gritó: «¡Ya hemos oído bastante sobre el equilibrista; ahora queremos verlo también!». Y todo el pueblo se rió de Zaratustra. Pero el equilibrista, creyendo que aquellas palabras se referían a él, comenzó su actuación.

    4

    Zaratustra miró al pueblo y se asombró. Entonces habló así:
    «El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre – una cuerda sobre un abismo.
    Un peligroso ir más allá, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y detenerse.
    «Lo grande del hombre es que es un puente y no un fin: lo que puede ser amado en él es que es una transicion y una caída.
    «Amo a quienes no saben vivir si no como quienes han de descender, porque ellos son los que cruzan.
    «Amo a los grandes despreciadores porque ellos son los grandes veneradores y flechas del anhelo hacia la otra orilla.
    «Amo a quienes no buscan primero una razón tras las estrellas para caer y ser sacrificados, sino que se sacrifican por la tierra, para que algun día esta pertenezca al superhombre.
    «Amo a quien vive para conocer, y que quiere conocer para que algún día viva el superhombre. Así quiere su descenso.
    «Amo a quien trabaja e inventa para construir una casa para el superhombre y preparar la tierra, el animal y las plantas para él: así quiere su descenso.
    «Amo a quien ama su virtud, pues la virtud es voluntad de descenso y una flecha del deseo.
    «Amo a quien no guarda para sí una chispa de espíritu, sino que quiere ser por completo el espíritu de su virtud: así cruza el puente con alegria.
    «Amo a quien hace de su virtud su adicción y su perdicion: por su virtud quiere vivir aún y no seguir viviendo.
    «Amo al que no quiere demasiadas virtudes: una sola virtud es más virtud que dos, porque es un lazo más firme del que puede colgar su destino.
    «Amo a quien derrocha su alma, que no quiere agradecimientos ni los devuelve: porque siempre da y no quiere conservarse.
    «Amo a quien se avergüenza cuando la suerte le favorece, y se pregunta: «¿Soy un jugador tramposo?». Pues quiere perecer.
    «Amo a quien lanza palabras de oro antes que sus actos y siempre hace más de lo que promete: porque quiere su descenso.
    «Amo a quien justifica a los venideros y redime a los pasados: porque quiere perecer por el presente.
    «Amo a quien castiga a su dios porque ama a su dios: pues ha de perecer por la cólera de su dios.
    «Amo a quien tiene el alma profunda incluso cuando sufre heridas, y que puede perecer por una bagatela: así cruza el puente con alegria.
    «Amo a quien tiene el alma tan llena que se olvida de sí mismo, y todo entra en él: así todo se convierte en su caída.
    «Amo a quien tiene espíritu libre y corazón libre: así su cabeza no es más que las entrañas de su corazón, y su corazón lo impulsa a caer.
    «Amo a todos los que son como gotas pesadas, que caen una a una de la nube oscura suspendida sobre el hombre: ellos anuncian el relámpago que viene, y, como heraldos, perecen.
    «He aquí, yo soy un heraldo del relámpago y una gota pesada de la nube; pero ese relámpago se llama superhombre.”

    5

    Cuando Zaratustra hubo pronunciado estas palabras, volvió a mirar al pueblo y guardó silencio. «Ahí están», dijo en su corazón, «ahí se ríen. No me entienden: no soy boca para estos oídos. ¿Hay que ensordecerlos para que aprendan a ver con los ojos? ¿Hay que hacer estrépito como los timbales y predicar el arrepentimiento? ¿O es que solo creen al que balbucea?»

    «Tienen algo de lo que se enorgullecen. ¿Cómo llaman a eso que los enorgullece? Educación lo llaman; eso los distingue de los pastores de cabras. Por eso no les agrada que se les nombre el desprecio. Habladles, pues, a su orgullo. Habladles de lo que es más despreciable: ¡pero ese es el último hombre

    Y así habló Zaratustra al pueblo: «Ha llegado el momento en que el hombre debe fijarse una meta. Ha llegado el momento en que el hombre debe plantar la semilla de su más alta esperanza. Su suelo es todavía fértil para ello. Pero un día este suelo será estéril y domesticado, ningún árbol alto podrá crecer en él. Ay, ha llegado el tiempo en que el hombre ya no lanzará la flecha de su anhelo más allá del hombre, y la cuerda de su arco ha olvidado cómo silbar.»

    «Os digo: aún hay que tener caos dentro de uno para poder dar a luz una estrella danzante. Os digo: todavía tenéis caos en vosotros. 

    Ay, se acerca la hora en que el hombre ya no dará a luz estrellas. Ay, se acerca la hora del hombre más despreciable, aquel que ya no es capaz de despreciarse a sí mismo. ¡Mirad! Os muestro al último hombre

    «¿Qué es el amor? ¿Qué es la creación? ¿Qué es el anhelo? ¿Qué es una estrella?» — pregunta así el último hombre, y parpadea.

    «La tierra se ha vuelto pequeña, y sobre ella salta el último hombre, que lo hace todo pequeño. Su raza es tan indestructible como la pulga; el último hombre es el que más tiempo vive.»

    «Hemos inventado la felicidad» — dicen los últimos hombres, y parpadean. Han abandonado las regiones donde vivir es difícil, porque se necesita calor. Todavía aman al prójimo y se restriegan con él, porque se necesita calor.

    Enfermarse y albergar sospechas son pecados para ellos: se procede con cautela.  ¡Es un necio quien tropieza aún con piedras o con hombres! Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para una muerte dulce.

    Todavía se trabaja, pues el trabajo es entretenimiento. Pero se procura que el entretenimiento no canse demasiado. Ya no se es pobre ni rico: ambas cosas exigen demasiado esfuerzo.¿Quién quiere mandar aún? ¿Quién obedecer? Ambas cosas requieren demasiado esfuerzo.

    «No hay pastor, y hay un solo rebaño. Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien siente algo distinto se interna voluntariamente en un manicomio.»

    «Antes todo el mundo estaba loco» — dicen los más refinados, y parpadean.

    «Uno es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido; por eso no hay fin para la burla.» Todavía se discute, pero pronto se reconcilian, para no arruinar la digestión.

    Uno tiene su pequeño placer para el día, y su pequeño placer para la noche: pero honra su salud.

    «Hemos inventado la felicidad» — dicen los últimos hombres, y parpadean.

    Y así concluyó el primer discurso de Zaratustra, que también se llama «el Prólogo»; porque en este punto fue interrumpido por el clamor y el júbilo de la multitud.

    «¡Danos a este último hombre, oh Zaratustra!» — gritaban — «¡Haznos como esos últimos hombres! ¡Entonces te daremos al superhombre!Y todo el pueblo se regocijaba y chasqueaba la lengua.

    Zaratustra se entristeció y dijo a su corazón: «No me entienden: no soy boca para estos oídos. He vivido demasiado tiempo en las montañas; he escuchado demasiado a los arroyos y a los árboles.

    Ahora hablo como quien habla con pastores de cabras. Mi alma es clara y serena como las montañas en la mañana. Pero ellos creen que soy frío, que me burlo y hago bromas terribles. Y ahora me miran y se ríen; pero en su risa hay odio. Hay hielo en su risa.»

    6

    Entonces ocurrió algo que dejó a todos boquiabiertos y con los ojos rígidos. Entretanto, el funambulista había comenzado su acto: había salido por una pequeña puerta y caminaba sobre la cuerda tendida entre dos torres, suspendida sobre el mercado y la gente. Cuando llegó exactamente al centro del recorrido, la puerta se abrió de nuevo y otro hombre, vestido con ropas abigarradas y aspecto de bufón, saltó y siguió al primero con pasos rápidos.

    «¡Adelante, cojo!» —gritó con voz imponente—. «¡Adelante, holgazán, contrabandista, cara pálida, o te haré cosquillas con el talón! ¿Qué haces aquí entre torres? ¡Tu sitio está en la torre! Deberían encerrarte; estás obstaculizando el paso a uno mejor que tú.» Y con cada palabra se acercaba más y más, hasta que, estando ya solo a un paso de él, ocurrió algo terrible que dejo a todos boquiabiertos y con los ojos rígidos: el bufón profirió un grito diabólico y saltó por encima del hombre que estaba en su camino. Éste, al ver que su rival lo ganaba, perdió la cabeza y el equilibrio, arrojó la vara y cayó al vacío aún más deprisa, un torbellino de brazos y piernas. La plaza del mercado se volvió como el mar cuando la tempestad lo alborota: la gente se dispersó, y comenzó a atropellarse, especialmente en  el lugar donde el cuerpo había golpeado la tierra.

    Zaratustra no se movió. Y fue justo a su lado donde cayó el cuerpo, mutilado y desfigurado, pero aún no muerto. Al cabo de un rato, el hombre zarandeado recuperó la conciencia y vio a Zaratustra arrodillado junto a él. «¿Qué haces aquí?» —preguntó por fin—. «Hace tiempo que sabía que el diablo me haría tropezar. Ahora me arrastrará al infierno. ¿Quieres impedirlo?»

    —Por mi honor, amigo —respondió Zaratustra—, todo lo que dices no existe: no hay diablo ni infierno. Tu alma morirá antes que tu cuerpo; no temas nada más.

    El hombre lo miró con recelo. «Si dices la verdad —dijo—, no pierdo nada al perder la vida. Mas no soy más que una bestia a la que han enseñado a bailar a golpes y con unos pocos bocados.»

    —De ninguna manera —dijo Zaratustra—. Has hecho del peligro tu vocación; no hay nada despreciable en ello. Ahora mueres por tu vocación: por eso te enterraré con mis propias manos.

    Cuando Zaratustra dijo esto, el moribundo no respondió, pero movió la mano como si buscara la de Zaratustra en señal de agradecimiento.

    7

    Mientras tanto, cayó la noche y el mercado quedó sumido en la oscuridad. La gente se dispersó, porque incluso la curiosidad y el terror se cansan. Pero Zaratustra se sentó en el suelo cerca del cadáver y quedó absorto en sus pensamientos, olvidándose del tiempo. Por fin llegó la noche y un viento frío sopló sobre el solitario.

    Entonces Zaratustra se levantó y dijo a su corazón:
    «¡Ciertamente, es una hermosa pesca la que ha traído hoy Zaratustra! No ha pescado a ningún hombre, sino un cadáver.
    La existencia humana es extraña y sigue sin sentido: un bufón puede convertirse en la fatalidad del hombre.
    Enseñaré a los hombres el sentido de su existencia: el superhombre, el relámpago que surge de la nube oscura del hombre. Pero aún estoy lejos de ellos, y mi sentido no habla a sus sentidos. Para los hombres sigo siendo un ser entre un necio y un cadáver.

    Oscura es la noche, oscuros son los caminos de Zaratustra.
    ¡Ven, frío y rígido compañero! Te llevaré a donde pueda enterrarte con mis propias manos».

    8

    Cuando Zaratustra hubo dicho esto a su corazón, se echó el cadáver a la espalda y emprendió el camino. Y no había dado cien pasos cuando un hombre se le acercó sigilosamente y le susurró al oído – he aquí que era el bufón de la torre. «Vete de esta ciudad, Zaratustra», le dijo, »aquí hay demasiados que te odian. Te odian los buenos y los justos, y te llaman su enemigo y despreciador; te odian los creyentes en la verdadera fe, y te llaman el peligro de la multitud. Tuviste la suerte de que se rieran de ti; y, en verdad, hablaste como un bufón. Tuviste suerte de agacharte hasta el perro muerto; cuando te agachaste tanto, salvaste tu propia vida para hoy. Pero vete de esta ciudad, o mañana saltaré sobre ti, uno vivo sobre otro muerto». Y dicho esto, el hombre desapareció; pero Zaratustra siguió adelante por las oscuras callejuelas.

    En la puerta de la ciudad se encontró con los sepultureros, que le iluminaron la cara con sus antorchas, reconocieron a Zaratustra y se burlaron de él. «Zaratustra se lleva al perro muerto: ¡qué bien que Zaratustra se haya convertido en sepulturero! Pues nuestras manos están demasiado limpias para este asado. ¿Robaría Zaratustra este bocado al diablo? Pues bien, entonces te deseamos una buena comida. Ojalá el diablo no fuera mejor ladrón que Zaratustra: los robará a los dos, los engullirá a los dos». Y rieron y juntaron las cabezas.

    Zaratustra no dijo ni una palabra y siguió su camino. Cuando llevaba dos horas caminando, entre bosques y pantanos, oyó tanto el aullido hambriento de los lobos que él mismo sintió hambre. Así que se detuvo en una casa solitaria en la que ardía una luz.

    «Como un ladrón, el hambre me alcanza», dijo Zaratustra. «En los bosques y en los pantanos me alcanza el hambre, y en lo profundo de la noche. Mi hambre es ciertamente caprichosa: a menudo sólo viene a mí después de comer, y hoy no ha venido en todo el día; ¿dónde habrá estado?

    Y en eso Zaratustra llamó a la puerta de la casa. Apareció un anciano, llevando la luz, y preguntó: «¿Quién es el que viene a mí y a mi mal dormir?».

    «Un vivo y un muerto», dijo Zaratustra. «Dame algo de comer y de beber; lo he olvidado durante el día. Quien alimenta al hambriento refresca su propia alma: así habla la sabiduría».
    El anciano se marchó, pero regresó al poco rato y ofreció a Zaratustra pan y vino. «Ésta es una región mala para los hambrientos -dijo-; por eso vivo aquí. Bestias y hombres vienen a mí, el ermitaño. Pero dile también a tu compañero que coma y beba; está más cansado que tú».

    Zaratustra respondió: «Mi compañero ha muerto; difícilmente podría persuadirle».

    «No me importa», dijo el anciano con malhumor. «Quien llama a mi puerta también debe aceptar lo que le ofrezco. Come y vete».

    Y Zaratustra caminó otras dos horas, confiando en el sendero y en la luz de las estrellas; pues estaba acostumbrado a caminar de noche y le gustaba mirar a la cara a todo lo que dormía. Pero cuando amaneció Zaratustra se encontró en un bosque profundo, y no vio sendero por ninguna parte. Así que acostó al muerto en un árbol hueco -quería protegerlo de los lobos- y él mismo se tumbó en el suelo y en el musgo, con la cabeza bajo el árbol. Y pronto se quedó dormido, con el cuerpo cansado pero el alma impasible.

    9

    Zaratustra durmió durante mucho tiempo, y no sólo el alba pasó sobre su rostro, sino también la mañana. Al fin, sin embargo, sus ojos se abrieron: asombrado, Zaratustra miró al bosque y al silencio; asombrado, se miró a sí mismo. Entonces se levantó rápidamente, como un marino que de repente ve tierra, y se alegró, pues vio una nueva verdad. Y habló así a su corazón:

    «Me ha llegado una intuición: necesito compañeros vivos – no compañeros muertos ni cadáveres a los que llevo conmigo donde yo quiera. Necesito compañeros vivos, que me sigan porque quieran seguirse a sí mismos – donde yo quiera.

    «Me ha venido una idea: que Zaratustra no hable al pueblo, sino a compañeros. Zaratustra no se convertirá en pastor y perro de un rebaño.

    «Para alejar a muchos del rebaño, para eso he venido. El pueblo y el rebaño se enfadarán conmigo: Zaratustra quiere ser llamado ladrón por los pastores.

    «Pastores, digo; pero se llaman a sí mismos los buenos y los justos. Pastores, digo; pero se llaman a sí mismos los creyentes en la verdadera fe.

    «¡Contemplad a los buenos y a los justos! ¿A quién odian más? Al hombre que rompe sus tablas de valores, al quebrantador, al transgresor de la ley; sin embargo, él es el creador.

    «¡Contemplad a los creyentes de todas las creencias! ¿A quién odian más? Al hombre que rompe sus tablas de valores, al infractor, al transgresor de la ley; sin embargo, él es el creador.

    «Compañeros, busca el creador, no cadáveres, no rebaños y creyentes. Compañeros creadores, busca el creador, que escriban nuevos valores en nuevas tablas. El creador busca compañeros  y amigos cosechadores; porque todo a su alrededor  está maduro para la cosecha. Pero le faltan cien hoces: así que arranca espigas y se fastidia. El creador busca compañeros, y a quienes sepan afilar sus hoces. Serán llamados destructores y despreciadores del bien y del mal. Pero son ellos los cosechadores y los que celebran. Compañeros creadores busca Zaratustra, compañeros cosechadores y compañeros celebrantes: ¿qué son para él los rebaños, los pastores y los cadáveres?

    «Y tú, mi primer compañero, ¡adiós! Te enterré bien en tu árbol hueco; te he escondido bien de los lobos. Pero me separo de ti; se acabó el tiempo. Entre amanecer y amanecer me ha llegado una nueva verdad. No seré pastor, ni sepulturero. Nunca más hablaré al pueblo: por última vez he hablado a los muertos.

    «Me uniré a los creadores, a los cosechadores, a los celebrantes: Les mostraré el arco iris y todos los pasos hacia el superhombre. A los ermitaños les cantaré mi canción, a los solitarios y a los gemelos; y quienquiera que aún tenga oídos para lo inaudito – su corazón se volverá pesado con mi felicidad.

    «A mi meta iré – por mi propio camino; sobre los que vacilan y se quedan atrás saltaré. Que mi marcha sea su descenso”.

    10

    Esto es lo que Zaratustra había dicho a su corazón cuando el sol se detuvo en el cenit; entonces miró al aire, interrogante, porque en lo alto oyó el agudo reclamo de un pájaro. Y ¡he aquí! Un águila surcaba el cielo en amplios círculos, y sobre ella se enroscaba una serpiente, no como presa, sino como amiga: porque se mantenía enroscada a su cuello.

    «Estos son mis animales», dijo Zaratustra, y se alegró en su corazón. «El animal más orgulloso bajo el sol y el animal más sabio bajo el sol – han salido de búsqueda. Quieren determinar si Zaratustra sigue vivo. En verdad, ¿todavía vivo? He encontrado la vida más peligrosa entre los hombres que entre los animales; por senderos peligrosos camina Zaratustra. Que mis animales me guíen».

    Cuando Zaratustra hubo dicho esto, recordó las palabras del santo del bosque, suspiró y habló así a su corazón: «¡Que yo sea más sabio! ¡Que sea sabio hasta la médula como mi serpiente! Pero ahí pido lo imposible: así que pido a mi orgullo que vaya siempre a la par de mi sabiduría. Y cuando mi sabiduría me abandone un día -ay, le encanta volar-, que mi orgullo vuele entonces con mi locura.»

    Así Zaratustra comenzó a descender.