«¿Qué me sucedió, amigos míos? Me veis turbado, empujado lejos, obediente a mi pesar, dispuesto a partir —¡ay, apartarme de vosotros! Sí, una vez más debe Zaratustra ir a su soledad; pero esta vez vuelve el oso a su cueva de mala gana. ¿Qué me sucedió? ¿Quién manda esto? —¡Ay!, así lo quiere mi colérica señora; me habló—¿os dije ya su nombre?—. Ayer, hacia la tarde, me habló mi hora más silenciosa: tal es el nombre de mi terrible señora. Y así sucedió —pues he de decíroslo todo, para que vuestro corazón no se endurezca contra el que se separa de improviso—.»
«¿Conocéis el espanto del que cae dormido? Se aterra hasta los dedos de los pies, porque el suelo le cede y el sueño comienza. Esto os lo digo a modo de parábola. Ayer, a la hora más silenciosa, me cedió el suelo bajo los pies: comenzó el sueño. La manecilla avanzó, el reloj de mi vida tomó aliento: nunca oí tal silencio en torno a mí; de modo que mi corazón se aterró.»
«Entonces me habló sin voz: “¿Lo sabes, Zaratustra?” Y yo grité de espanto ante ese susurro, y la sangre se retiró de mi rostro; pero callé.»
«Entonces me habló una vez más sin voz: “¡Lo sabes, Zaratustra, pero no lo dices!” Y por fin respondí como uno que desafía: “¡Sí, lo sé, pero no quiero decirlo!”»
«Entonces me habló de nuevo sin voz: “¿No quieres, Zaratustra? ¿También esto es verdad? ¡No te escondas en tu desafío!” Y lloré y temblé como un niño y dije: “¡Ay, sí que quería, pero ¿cómo puedo? Ahórrame esto solo. ¡Está por encima de mis fuerzas!”»
«Entonces me habló de nuevo sin voz: “¡Qué importas tú, Zaratustra! Di tu palabra y rómpete.”»
«Y yo respondí: “¡Ay!, ¿es mi palabra? ¿Quién soy yo? Espero al más digno; no soy digno ni siquiera de romperme contra ella.”»
«Entonces me habló de nuevo sin voz: “¿Qué importas tú? Aún no eres suficientemente humilde para mí. La humildad tiene la piel más dura.” Y yo respondí: “¡Qué no soportó ya la piel de mi humildad! Moro al pie de mi altura: ¿cuán altas son mis cumbres? Nadie me lo dijo aún. Pero conozco bien mis valles.”»
«Entonces me habló de nuevo sin voz: “¡Oh, Zaratustra, quien está llamado a mover montañas mueve también valles y hondonadas!” Y yo respondí: “Aún no movió mi palabra ninguna montaña, y lo que dije no alcanzó a los hombres. Fui, sí, hacia los hombres, pero aún no llegué a ellos.”»
«Entonces me habló de nuevo sin voz: “¡Qué sabes tú de eso! El rocío cae sobre la hierba cuando la noche es más sigilosa.” Y yo respondí: “Se burlaron de mí cuando hallé mi propio camino y lo seguí; y, en verdad, entonces me temblaron los pies. Y me hablaron así: ‘¡Desaprendiste el camino; ahora desaprendes también a andar!’”»
«Entonces me habló de nuevo sin voz: “¡Qué importa su burla! Tú eres uno que ha desaprendido obedecer: ¡ahora debes mandar! ¿No sabes quién es el más necesario para todos? Aquel que manda grandes cosas. Realizar grandes cosas es difícil; pero más difícil es mandar grandes cosas. Esto es lo más imperdonable en ti: tienes el poder y no quieres gobernar.” Y yo respondí: “Me falta la voz del león para mandar.”»
«Entonces me habló de nuevo como un susurro: “Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad. Los pensamientos que llegan con pies de paloma dirigen el mundo. ¡Oh, Zaratustra, has de ir como una sombra de lo que ha de llegar: así mandarás y, mandando, precederás.” Y yo respondí: “Me avergüenzo.”»
«Entonces me habló de nuevo sin voz: “Debes aún convertirte en niño, sin vergüenza. El orgullo de la juventud está aún sobre ti; tarde te hiciste joven. Pero quien quiere convertirse en niño debe también superar su juventud.” Y reflexioné largo tiempo y temblé. Por fin, sin embargo, dije lo que dije al principio: “No quiero.”»
«Entonces se produjo una risa a mi alrededor. ¡Ay, cómo esa risa me desgarró las entrañas y me rajó el corazón! Y me habló por última vez: “¡Oh, Zaratustra, tus frutos están maduros, pero tú no estás maduro para tus frutos! Así, has de volver de nuevo a la soledad, pues aún has de hacerte tierno.” Y de nuevo rió y huyó; luego se hizo a mi alrededor silencio como con un doble silencio. Pero yo yacía en el suelo, y el sudor me manaba de los miembros.»
«Ahora oísteis todo y por qué debo volver a mi soledad. Nada os oculté, amigos míos. Pero también oísteis esto de mí: quien aún es el más reservado de entre todos los hombres —y quiere serlo. ¡Ay, amigos míos! Aún tendría algo que deciros, aún tendría algo que daros. ¿Por qué no lo doy? ¿Soy, pues, avaro?
Pero cuando Zaratustra hubo pronunciado estas palabras, lo asaltó la violencia del dolor y la cercanía de la despedida de sus amigos, de modo que lloró en voz alta; y nadie supo consolarlo. De noche, sin embargo, se marchó solo y dejó a sus amigos.»
Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.