Category: Zaratustra II

  • 2.22. LA HORA MÁS SILENCIOSA

    «¿Qué me sucedió, amigos míos? Me veis turbado, empujado lejos, obediente a mi pesar, dispuesto a partir —¡ay, apartarme de vosotros! Sí, una vez más debe Zaratustra ir a su soledad; pero esta vez vuelve el oso a su cueva de mala gana. ¿Qué me sucedió? ¿Quién manda esto? —¡Ay!, así lo quiere mi colérica señora; me habló—¿os dije ya su nombre?—. Ayer, hacia la tarde, me habló mi hora más silenciosa: tal es el nombre de mi terrible señora. Y así sucedió —pues he de decíroslo todo, para que vuestro corazón no se endurezca contra el que se separa de improviso—.»

    «¿Conocéis el espanto del que cae dormido? Se aterra hasta los dedos de los pies, porque el suelo le cede y el sueño comienza. Esto os lo digo a modo de parábola. Ayer, a la hora más silenciosa, me cedió el suelo bajo los pies: comenzó el sueño. La manecilla avanzó, el reloj de mi vida tomó aliento: nunca oí tal silencio en torno a mí; de modo que mi corazón se aterró.»

    «Entonces me habló sin voz: “¿Lo sabes, Zaratustra?” Y yo grité de espanto ante ese susurro, y la sangre se retiró de mi rostro; pero callé.»

    «Entonces me habló una vez más sin voz: “¡Lo sabes, Zaratustra, pero no lo dices!” Y por fin respondí como uno que desafía: “¡Sí, lo sé, pero no quiero decirlo!”»

    «Entonces me habló de nuevo sin voz: “¿No quieres, Zaratustra? ¿También esto es verdad? ¡No te escondas en tu desafío!” Y lloré y temblé como un niño y dije: “¡Ay, sí que quería, pero ¿cómo puedo? Ahórrame esto solo. ¡Está por encima de mis fuerzas!”»

    «Entonces me habló de nuevo sin voz: “¡Qué importas tú, Zaratustra! Di tu palabra y rómpete.”»

    «Y yo respondí: “¡Ay!, ¿es mi palabra? ¿Quién soy yo? Espero al más digno; no soy digno ni siquiera de romperme contra ella.”»

    «Entonces me habló de nuevo sin voz: “¿Qué importas tú? Aún no eres suficientemente humilde para mí. La humildad tiene la piel más dura.” Y yo respondí: “¡Qué no soportó ya la piel de mi humildad! Moro al pie de mi altura: ¿cuán altas son mis cumbres? Nadie me lo dijo aún. Pero conozco bien mis valles.”»

    «Entonces me habló de nuevo sin voz: “¡Oh, Zaratustra, quien está llamado a mover montañas mueve también valles y hondonadas!” Y yo respondí: “Aún no movió mi palabra ninguna montaña, y lo que dije no alcanzó a los hombres. Fui, sí, hacia los hombres, pero aún no llegué a ellos.”»

    «Entonces me habló de nuevo sin voz: “¡Qué sabes tú de eso! El rocío cae sobre la hierba cuando la noche es más sigilosa.” Y yo respondí: “Se burlaron de mí cuando hallé mi propio camino y lo seguí; y, en verdad, entonces me temblaron los pies. Y me hablaron así: ‘¡Desaprendiste el camino; ahora desaprendes también a andar!’”»

    «Entonces me habló de nuevo sin voz: “¡Qué importa su burla! Tú eres uno que ha desaprendido obedecer: ¡ahora debes mandar! ¿No sabes quién es el más necesario para todos? Aquel que manda grandes cosas. Realizar grandes cosas es difícil; pero más difícil es mandar grandes cosas. Esto es lo más imperdonable en ti: tienes el poder y no quieres gobernar.” Y yo respondí: “Me falta la voz del león para mandar.”»

    «Entonces me habló de nuevo como un susurro: “Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad. Los pensamientos que llegan con pies de paloma dirigen el mundo. ¡Oh, Zaratustra, has de ir como una sombra de lo que ha de llegar: así mandarás y, mandando, precederás.” Y yo respondí: “Me avergüenzo.”»

    «Entonces me habló de nuevo sin voz: “Debes aún convertirte en niño, sin vergüenza. El orgullo de la juventud está aún sobre ti; tarde te hiciste joven. Pero quien quiere convertirse en niño debe también superar su juventud.” Y reflexioné largo tiempo y temblé. Por fin, sin embargo, dije lo que dije al principio: “No quiero.”»

    «Entonces se produjo una risa a mi alrededor. ¡Ay, cómo esa risa me desgarró las entrañas y me rajó el corazón! Y me habló por última vez: “¡Oh, Zaratustra, tus frutos están maduros, pero tú no estás maduro para tus frutos! Así, has de volver de nuevo a la soledad, pues aún has de hacerte tierno.” Y de nuevo rió y huyó; luego se hizo a mi alrededor silencio como con un doble silencio. Pero yo yacía en el suelo, y el sudor me manaba de los miembros.»

    «Ahora oísteis todo y por qué debo volver a mi soledad. Nada os oculté, amigos míos. Pero también oísteis esto de mí: quien aún es el más reservado de entre todos los hombres —y quiere serlo. ¡Ay, amigos míos! Aún tendría algo que deciros, aún tendría algo que daros. ¿Por qué no lo doy? ¿Soy, pues, avaro?

    Pero cuando Zaratustra hubo pronunciado estas palabras, lo asaltó la violencia del dolor y la cercanía de la despedida de sus amigos, de modo que lloró en voz alta; y nadie supo consolarlo. De noche, sin embargo, se marchó solo y dejó a sus amigos.»

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.21. DE LA PRUDENCIA HUMANA

    No la altura: la pendiente es lo terrible. La pendiente donde la mirada se precipita hacia abajo y la mano se alza hacia lo alto para asirse. Allí le da vértigo al corazón ante su doble voluntad. ¡Ay, amigos! ¿Adivináis acaso la doble voluntad de mi corazón?

    Esto, esto es mi pendiente y mi peligro: que mi mirada se precipita hacia lo alto, y que mi mano querría sostenerse y apoyarse —¡en lo profundo! Al hombre se aferra mi querer, con cadenas me ato al hombre, porque me arranca hacia lo alto, hacia el superhombre: pues hacia allí quiere mi otro querer. Y para ello vivo ciego entre los hombres, como si no los conociera: para que mi mano no pierda del todo su fe en lo firme.

    No os conozco, hombres: esta oscuridad y consolación a menudo está extendida en torno a mí. Me siento en el umbral para todo pícaro y pregunto: ¿quién quiere engañarme? Esa es mi primera prudencia humana: que me dejo engañar, para no estar en guardia contra los embaucadores. ¡Ay, si estuviera en guardia contra el hombre, ¿cómo podría ser el hombre un ancla para mi globo?! Demasiado fácilmente me arrancaría hacia lo alto y me llevaría lejos. Esta providencia pesa sobre mi destino: que debo carecer de cautela.

    Y el que no quiera morir de sed entre los hombres debe aprender a beber de todos los vasos; y el que quiera permanecer limpio entre los hombres debe saber lavarse también con agua sucia. Y así me decía a menudo para consuelo: «¡Ea! ¡Arriba! ¡Viejo corazón! Una desdicha te salió mal: ¡disfruta esto como tu — dicha!»

    Esta es mi otra prudencia humana: soy más indulgente con los vanidosos que con los orgullosos. ¿No es la vanidad herida la madre de todas las tragedias? Pero donde el orgullo es herido, allí acaso crece algo aún mejor que el orgullo.

    Para que la vida sea grata de contemplar, su obra debe estar bien representada; y para ello son menester buenos actores. A todos los vanidosos los encontré buenos actores: actúan y quieren que se los contemple de buen grado —todo su espíritu está en este querer. Se escenifican, se inventan a sí mismos; en su cercanía amo contemplar la vida —me cura de la melancolía. Por eso soy indulgente con los vanidosos, porque son médicos de mi melancolía y me mantienen asido al hombre como a un espectáculo.

    Y además: ¿quién puede medir en el vanidoso toda la profundidad de su modestia? Le tengo afecto y compasión por su modestia. De vosotros quiere aprender su fe en sí mismo; se alimenta de vuestras miradas, devora el elogio de vuestras manos. Todavía cree vuestras mentiras, si mentís a su favor; pues en lo más profundo suspira su corazón: «¡Qué soy yo!» Y si esa es la verdadera virtud, la que no sabe de sí misma, pues bien: el vanidoso no sabe de su modestia.

    Pero esta es mi tercera prudencia humana: no me dejo amargar la contemplación de los malvados por vuestra pusilanimidad. Me sé bienaventurado al ver las maravillas que incuba el sol ardiente: tigres, palmeras y serpientes de cascabel. También entre los hombres hay una hermosa cría del sol ardiente y mucho digno de maravilla en los malvados.

    Ciertamente, así como vuestros más sabios no me parecieron del todo tan sabios, así también encontré la maldad de los hombres por debajo de su fama. Y a menudo, meneando la cabeza, pregunté: «¿Por qué aún hacer sonar el cascabel, vosotras, serpientes de cascabel?»

    En verdad, también para el mal hay aún un futuro. Y el Sur más ardiente no está aún descubierto para el hombre. ¡A cuántas cosas se las llama ya «la peor maldad» cuando no pasan de doce pies de ancho y tres meses de duración! Pero un día nacerán al mundo dragones más grandes. Pues, para que al superhombre no le falte su dragón —el superdragón, digno de él—, aún ha de arder mucho sol ardiente sobre selva primigenia húmeda. De vuestros gatos salvajes han de hacerse primero tigres, y de vuestros sapos venenosos, cocodrilos; pues el buen cazador ha de tener buena caza.

    Y en verdad, ¡vosotros, buenos y justos! En vosotros hay mucho de qué reír, y especialmente vuestro miedo a lo que hasta ahora se llamó «diablo». Tan ajenos sois a lo grande en vuestra alma, que el superhombre os sería terrible en su bondad. Y vosotros, sabios y conocedores, huiríais de la quemadura del sol de la sabiduría en la que el superhombre baña con placer su desnudez. ¡Vosotros, hombres más altos que encontró mi ojo! Esta es mi duda acerca de vosotros y mi risa secreta: adivino que a mi superhombre —«diablo» lo llamaríais.

    ¡Ay, me cansé de estos más altos y mejores: desde su «altura» me urgía subir, salir, alejarme hacia el superhombre! Un horror me asaltó cuando vi desnudos a estos mejores: entonces me crecieron alas para volar lejos hacia futuros lejanos — a futuros más lejanos, a sures más meridionales que cuantos soñó jamás artífice alguno; allí donde los dioses se avergüenzan de todas las ropas. Pero disfrazados quiero veros, vosotros, vecinos y compañeros, y bien acicalados, y vanidosos, y dignos, como «los buenos y justos»; y yo mismo, disfrazado, quiero sentarme entre vosotros — para desconoceros a vosotros y a mí: esa es, precisamente, mi última prudencia humana.

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.20. DE LA REDENCIÓN

    Cuando un día Zaratustra cruzaba el gran puente, lo rodearon tullidos y mendigos, y un jorobado le habló así: «¡Mira, Zaratustra! También el pueblo aprende de ti y aumenta su fe en tu enseñanza; pero para que crea en ti por completo, todavía tiene necesidad de una cosa: todavía debes convencernos primero a nosotros, los tullidos. Aquí tienes ahora una bonita selección y, en verdad, una ocasión con más de un mechón de donde cogerla. Puedes curar a los ciegos y hacer andar a los cojos; y al que lleva demasiado a cuestas, bien podrías quitarle un poco: eso, pienso yo, sería la manera correcta de hacer que los tullidos crean en Zaratustra».

    Pero Zaratustra respondió así al que le habló: «Si a un jorobado se le quita su joroba, entonces se le quita también su espíritu —así enseña el pueblo. Y si se le dan ojos a un ciego, entonces ve demasiadas cosas malas en la tierra, de modo que maldice al que lo curó. Pero quien pone a andar al cojo, ese le causa el mayor daño de todos: pues apenas puede correr, y ya se desbocan con él sus vicios. ¿Y por qué no habría Zaratustra de aprender incluso del pueblo, si el pueblo aprende de Zaratustra?»

    «Pero esto es para mí lo de menos desde que estoy entre los hombres: ver que a éste le falta un ojo, a aquél una oreja, a un tercero la pierna; y otros hay que han perdido la lengua, la nariz o la cabeza. Veo y vi algo peor, y más de una cosa tan repugnante que no quiero hablar de todo, y de alguna ni siquiera quiero callar: a saber, hombres a los que les falta todo, excepto que tienen demasiado de una única cosa — hombres que no son más que un gran ojo, o unas grandes fauces, o un vientre grande, o cualquier cosa grande: los llamo tullidos inversos.»

    «Y cuando salí de mi soledad y crucé por primera vez este puente, no podía dar crédito a mis ojos: miré, volví a mirar, y finalmente dije: “¡eso es una oreja! ¡Una oreja tan grande como un hombre!” Miré aún mejor: y en verdad, bajo aquella oreja se movía algo tan pequeño que movía a compasión, miserable, mezquino y débil. Y realmente aquella monstruosa oreja estaba asentada sobre un tallo pequeño y delgado — ¡pero el tallo era un hombre! Quien se ponía un cristal ante los ojos podía incluso reconocer una pequeña cara envidiosa, y que un alma abotargada se bamboleaba en el tallo. Pero el pueblo me decía que aquella gran oreja era no sólo un hombre, sino un gran hombre, un genio. Yo, en cambio, nunca creí al pueblo cuando me habló de grandes hombres, y mantuve mi convicción de que era un tullido inverso, que en todo tenía demasiado poco y en una cosa demasiado.»

    Cuando Zaratustra hubo respondido así al jorobado y a aquellos de los que era portavoz e intercesor, se dirigió con profundo enojo a sus discípulos y dijo: «¡En verdad, mis amigos, camino entre los hombres como entre piezas rotas y amasijos de miembros de hombres! Esto es para mi ojo lo horrible: que encuentro al hombre descuartizado y disperso, como sobre un campo de batalla y un campo de carniceros. Y si huye mi ojo del presente al ayer: siempre encuentra lo mismo, piezas rotas y amasijos de miembros de hombres, y horrendos azares — ¡pero no hombres!»

    «El presente y el ayer sobre la tierra — ¡ay, mis amigos! — eso es para mí lo insoportable; y no sabría vivir, si no fuera también un vaticinador de aquello que debe llegar. Un vaticinador, un volente, un creador, un futuro en sí y un puente hacia el futuro — y ¡ay!, también, por así decir, un tullido en este puente: todo eso es Zaratustra.»

    «Y también vosotros os preguntasteis a menudo: “¿Quién es para nosotros Zaratustra? ¿Cómo ha de llamarse para nosotros?” Y, como yo mismo, os disteis preguntas por respuesta. ¿Es uno que promete? ¿O uno que cumple? ¿Uno que conquista? ¿O uno que hereda? ¿Un otoño? ¿O una reja de arado? ¿Un médico? ¿O un convaleciente? ¿Es un poeta? ¿O un veraz? ¿Un libertador? ¿O un domador? ¿Un bueno? ¿O un malo?»

    «Camino entre los hombres como entre los fragmentos del futuro, de ese futuro que contemplo: y eso es toda mi poesía y todo mi empeño, poetizar y reunir en unidad lo que es fragmento, acertijo y horrendo azar. ¿Y cómo soportaría ser hombre, si el hombre no fuera también poeta, adivinador de acertijos y redentor del azar?»

    «Redimir lo pasado y transformar todo “Fue” en un “¡Así lo quise!” — eso sería para mí, por fin, redención. Voluntad: así se llama el libertador y portador de alegría — así os enseñé, mis amigos. Pero aprended ahora esto además: la voluntad misma es todavía un prisionero. Querer libera: ¿pero cómo se llama lo que también al liberador aún mantiene en cadenas? “Fue”: así se llama el rechinar de dientes y la más solitaria aflicción de la voluntad. Impotente contra lo que ha sido hecho, es, de todo lo pasado, un maligno espectador. La voluntad no puede querer hacia atrás: que no puede quebrar el tiempo ni el deseo del tiempo — eso es la más solitaria aflicción de la voluntad.»

    «Querer libera: ¿pero qué imagina la voluntad misma para librarse de su aflicción y burlarse de su mazmorra? ¡Ay, todo prisionero se hace un necio! Neciamente se redime también la voluntad prisionera. Que el tiempo no corra hacia atrás, ese es su rencor; “Lo que fue”: así se llama la piedra que no puede mover. Y así, en su rencor y su enojo, revuelve piedras y toma venganza en aquello que no siente, como ella, rencor y enojo. Así se volvió la voluntad, el liberador, en hacedor de desgracias: y en todo lo que puede sufrir, toma venganza de no tener poder hacia atrás. Esto, sí, esto solo es la venganza misma: la aversión de la voluntad contra el tiempo y su “Fue.”»

    «En verdad, una gran necedad mora en nuestra voluntad; y en una maldición se convirtió para todo lo humano que esta necedad aprendiese espíritu.»

    «El espíritu de la venganza, mis amigos: eso ha sido hasta ahora la mejor reflexión de los hombres; y donde hubo sufrimiento, allí debía siempre haber castigo.»

    «‘Castigo’: así se llama a sí misma la propia venganza; con una palabra mentirosa se finge una buena conciencia.»

    «Y porque en el que quiere mismo hay sufrimiento, por no poder querer hacia atrás, así debía la voluntad misma y toda la vida ser castigo. Y entonces se amontonó nube sobre nube sobre el espíritu, hasta que finalmente la locura predicó: “Todo perece; por eso, todo merece perecer. Y esto es la justicia misma, aquella ley del tiempo: que debe devorar a sus hijos.” Así predicó la locura.»

    «Moralmente están ordenadas las cosas conforme a derecho y castigo. ¡Oh, dónde está la redención del río de las cosas y del castigo de existir! Así predicó la locura.»

    «¿Puede haber redención, si hay un derecho eterno? ¡Ay, inamovible es la piedra ‘Fue’: eternos deben ser también todos los castigos! Así predicó la locura.»

    «Ningún acto puede ser aniquilado: ¿cómo podría ser deshecho por el castigo? Esto, esto es lo eterno en el castigo ‘existir’: que el existir debe también ser eternamente de nuevo acto y culpa. Salvo que la voluntad finalmente se redimiera a sí misma, y el querer llegara a ser no-querer —. Pero vosotros conocéis, mis hermanos, esta canción fabulosa de la locura.»

    «Os aparté de estas canciones fabulosas, cuando os enseñé: “la voluntad es un creador.” Todo “Fue” es un fragmento, un acertijo, un horrendo azar — hasta que la voluntad creadora le dice: “¡pero así lo quise!” Hasta que la voluntad creadora le dice: “¡Pero así lo quiero! ¡Así lo querré!”»

    «¿Pero habló ya así? ¿Y cuándo sucede esto? ¿Está la voluntad ya desenjaezada de su propia necedad? ¿Se volvió la voluntad para sí misma ya en redentor y portador de alegría? ¿Desaprendió el espíritu de la venganza y todo el rechinar de dientes? ¿Y quién le enseñó reconciliación con el tiempo, y algo más alto que lo que es toda reconciliación? Algo más alto que toda reconciliación debe querer la voluntad, que es voluntad de poder —; ¿pero cómo le sucede eso? ¿Quién le enseñó también el querer hacia atrás?»

    «Pero en este punto de su discurso ocurrió que Zaratustra se detuvo de repente y se asemejó por completo a alguien que se asusta hasta lo extremo. Con ojo asustado miró a sus discípulos; su ojo atravesó como con flechas sus pensamientos y los pensamientos detrás de sus pensamientos. Pero al cabo de un momento volvió a reír y dijo apaciguado: “Es difícil vivir con los hombres, porque el silencio es tan difícil. Especialmente para un charlatán.”»

    «Así habló Zaratustra.»

    «Pero el jorobado había escuchado la conversación y, mientras tanto, había cubierto su rostro; pero cuando oyó a Zaratustra reír, levantó la vista con curiosidad y dijo lentamente: “¿Pero por qué habla Zaratustra a nosotros de modo distinto que a sus discípulos?”»

    «Zaratustra respondió: “¡Qué hay de sorprendente en ello! ¡Con los jorobados se puede hablar ya en jorobado!”»

    «“Bien” —dijo el jorobado—; “y con escolares se puede ya charlar fuera de la escuela. ¿Pero por qué habla Zaratustra de modo diferente a sus escolares que a sí mismo?”»

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.19. EL ADIVINO

    «Y contemplé una gran tristeza descender sobre los hombres. Los mejores se cansaron de sus obras. Una doctrina se difundió, una fe corrió junto a ella: «¡Todo es vacío, todo es igual, todo ha sido!» Y desde todas las colinas resonó de nuevo: «¡Todo es vacío, todo es igual, todo ha sido!» Ciertamente, hemos cosechado; pero ¿por qué se pudrieron y pardearon todos nuestros frutos? ¿Qué cayó de la luna funesta en la última noche? En vano fue todo trabajo; veneno se volvió nuestro vino; mal ojo abrasó nuestros campos y corazones, tornándolos amarillos. Secos nos volvimos todos; y si el fuego cae sobre nosotros, nos desmoronamos en polvo como ceniza: — sí, al propio fuego agotamos. Todos los manantiales se nos secaron, también el mar retrocedió. Todos los suelos quieren resquebrajarse, mas la hondura no quiere tragar. «¡Ay, dónde queda aún un mar en que poder ahogarse!» — así resuena nuestro lamento sobre pantanos rasos. En verdad, para morir ya nos hallamos demasiado cansados; y así velamos todavía y vivimos aún, — ¡en cámaras funerarias!»

    Así oyó Zaratustra hablar a un adivino, y su profecía le llegó al corazón y lo transformó. Triste vagaba y cansado; y se volvió semejante a aquellos de quienes había hablado el adivino.

    «En verdad —dijo a sus discípulos—, falta poco para que llegue este largo crepúsculo. ¡Ay, cómo salvaré mi luz al otro lado! ¡Que no se me ahogue en esta tristeza! Ha de ser luz para mundos más lejanos, sí, y para noches aún más remotas.»

    De esta manera, afligido en su corazón, vagó Zaratustra; durante tres días no tomó alimento ni bebida, no tuvo reposo y perdió el habla. Finalmente cayó en un profundo sueño. Pero sus discípulos velaban a su alrededor en largas vigilias nocturnas, y aguardaban con preocupación que despertara, que hablara de nuevo y que se recobrara de su aflicción.

    Pero este es el discurso que Zaratustra pronunció cuando despertó; su voz, sin embargo, llegó a sus discípulos como desde muy lejos.

    «¡Escuchadme, pues, el sueño que soñé, vosotros, mis amigos, y ayudadme a adivinar su sentido! Todavía es un acertijo para mí este sueño; su sentido está oculto en él y aprisionado, y aún no lo sobrevuela con alas libres.»

    Había renunciado a toda vida, así me parecía en el sueño. Me había convertido en vigía nocturno y guardián de tumbas, allá en la solitaria fortaleza de la montaña de la muerte. En lo alto guardaba sus ataúdes; repletas estaban las bóvedas sombrías de tales signos de victoria. Desde ataúdes de cristal me miraba la vida vencida. Respiraba el olor de eternidades polvorientas; bochornosa y polvorienta yacía mi alma. ¡Y quién habría podido allí airear su alma!

    Claridad de medianoche había siempre a mi alrededor; la soledad se agazapaba a su lado; y, en trío con ellas, una jadeante quietud de muerte, la peor de mis amigas. Llevaba llaves, las más herrumbrosas de todas las llaves; y sabía abrir con ellas la más chirriante de todas las puertas. Como un áspero graznido corría el sonido por los largos corredores cuando se alzaban las hojas de la puerta; ese pájaro gritaba siniestro, a disgusto quería ser despertado. Pero más espantoso aún y opresor del corazón era cuando callaba de nuevo y todo alrededor quedaba en silencio, y yo permanecía solo en ese silencio traicionero.

    Así transcurría para mí, y se deslizaba el tiempo, si es que aún había tiempo: ¿qué sé yo de ello? Pero finalmente ocurrió aquello que me despertó. Tres veces resonaron golpes en la puerta, como truenos; las bóvedas retumbaron y aullaron tres veces de nuevo: entonces fui yo a la puerta. «¡Alpa!», grité, «¿quién lleva sus cenizas a la montaña? ¡Alpa! ¡Alpa! ¿quién lleva sus cenizas a la montaña?» Y presioné la llave, y tiré de la puerta, y me esforcé; pero aún no se abría ni un dedo de ancho. Entonces un viento rugiente desgarró sus hojas y las abrió de par en par: silbando, estridente y cortante, me lanzó un ataúd negro.

    Y en el rugido, el silbido y el estridor, el ataúd estalló y vomitó una risa mil veces multiplicada. Y desde mil muecas de niños, ángeles, búhos, locos y mariposas grandes como niños reía, se burlaba y bramaba contra mí. Horriblemente me asusté por ello: me derribó; y grité de horror como nunca había gritado. Pero mi propio grito me despertó, y volví en mí.

    Así relató Zaratustra su sueño y luego calló, pues aún no conocía la interpretación de su sueño. Pero el discípulo al que más amaba se levantó rápidamente, tomó la mano de Zaratustra y dijo:

    «¡Tu propia vida nos interpreta este sueño, oh Zaratustra! ¿No eres tú mismo el viento de estridente silbido que abre de par en par las puertas de las fortalezas de la muerte? ¿No eres tú mismo el ataúd lleno de coloridas malicias y muecas angélicas de la vida? En verdad, como risa de niños multiplicada por mil viene Zaratustra a todas las cámaras de los muertos, riéndose de esos vigías nocturnos y guardianes de tumbas y de cualquiera que haga sonar llaves lúgubres. Con tu risa los atemorizarás y derribarás; el desmayo y el despertar probarán tu poder sobre ellos. Y aun cuando venga el largo crepúsculo y el cansancio de la muerte, tú no te pondrás en nuestro cielo, oh intercesor de la vida. Nuevas estrellas nos dejaste ver y nuevas magnificencias nocturnas; en verdad, tu risa misma tendiste como un entoldado multicolor sobre nosotros. Ahora manará siempre risa de niños desde los ataúdes; ahora, victorioso, un viento fuerte vendrá siempre contra todo cansancio de la muerte: de ello eres tú mismo garante y adivino. En verdad, a ellos mismos los soñaste, a tus enemigos: ese fue tu sueño más difícil. Pero así como de ellos despertaste y volviste a ti, así también ellos habrán de despertar de sí mismos — ¡y venir a ti!»

    Así habló el discípulo; y todos los demás se apretaron ahora en torno a Zaratustra, y le cogieron de las manos, y quisieron persuadirle de que dejase el lecho y la tristeza y volviese con ellos. Pero Zaratustra se sentó erguido en su lecho, y con mirada extraña. Como quien regresa a casa de una larga extranjería, posó la vista sobre sus discípulos y examinó sus rostros; y aún no los reconocía. Pero cuando lo alzaron y lo pusieron en pie, he aquí que de repente su ojo se transformó; comprendió todo lo que había ocurrido, se acarició la barba y dijo con voz fuerte:


    «¡Ea! Esto ahora tiene su tiempo; pero cuidadme, discípulos míos, de que hagamos un buen festín, y en breve. Así pienso hacer penitencia por malos sueños. Pero el adivino ha de comer y beber a mi lado; y en verdad, quiero aún mostrarle un mar en el que puede ahogarse.»


    Así habló Zaratustra. Pero después miró largo tiempo al discípulo que había hecho de intérprete del sueño, y entonces sacudió la cabeza.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.18. DE LOS GRANDES ACONTECIMIENTOS

    Hay una isla en el mar —no lejos de las Islas Bienaventuradas de Zaratustra— sobre la que de continuo humea un volcán; de ella dice el pueblo, y dicen en especial las mujercitas viejas del pueblo, que está colocada como un peñasco ante la puerta del inframundo; pero que a través del propio volcán conduce hacia abajo el estrecho camino que lleva hacia esta puerta del inframundo.

    Por aquel tiempo, cuando Zaratustra moraba en las Islas Bienaventuradas, ocurrió que un barco echó ancla en la isla sobre la que se alza la montaña humeante; y su tripulación fue a tierra a cazar conejos. Hacia la hora del mediodía, cuando el capitán y su gente estaban de nuevo reunidos, vieron de pronto a un hombre acercarse a ellos a través del aire, y una voz dijo claramente: «¡Es la hora! ¡Es más que la hora ya!» Pero cuando la figura estuvo más cerca de ellos —voló rápidamente, como una sombra, pasándolos de largo en dirección a donde estaba el volcán— reconocieron con la mayor consternación que era Zaratustra; pues todos lo habían visto ya antes, salvo el propio capitán, y lo amaban como ama el pueblo: de modo que en partes iguales estaban juntos amor y temor. «¡Mirad! —dijo el viejo timonel—, ahí va Zaratustra al infierno!»

    Por el mismo tiempo en que estos marineros tomaron tierra en la isla de fuego, corría por todas partes el rumor de que Zaratustra había desaparecido; y cuando se preguntó a sus amigos, contaron que se había embarcado por la noche sin decir adónde quería viajar. Así surgió cierta inquietud; después de tres días, sin embargo, se sumó a esta inquietud la historia de los marineros, y entonces dijo todo el pueblo que el diablo se había llevado a Zaratustra. Sus discípulos, ciertamente, se rieron de estos rumores; y uno de ellos dijo incluso: «Antes creería que Zaratustra se ha llevado al diablo.» Pero en el fondo de sus almas estaban todos llenos de preocupación y de anhelo: por eso fue grande su alegría cuando, al quinto día, Zaratustra apareció entre ellos.

    Y este es el relato del diálogo de Zaratustra con el Perro de Fuego.

    «La tierra —dijo— tiene una piel, y esta piel tiene enfermedades. Una de estas enfermedades se llama, por ejemplo, “hombre”. Y otra de estas enfermedades se llama “Perro de Fuego”: sobre él los hombres se han mentido mucho y se han dejado mentir. Para desentrañar este secreto crucé el mar, y he visto a la verdad desnuda, en verdad: ¡descalza hasta la garganta! Ahora sé qué hay con el Perro de Fuego, y también con todos esos diablos de erupción y subversión, de los que no sólo las mujercitas viejas se asustan.

    »¡Fuera contigo, Perro de Fuego, sal de tu hondura! —grité— y confiesa qué profunda es esa profundidad. ¿De dónde proviene eso que resoplas hacia arriba? Bebes de continuo en el mar: eso delata tu muy salada elocuencia. En verdad, para ser un perro de la hondura tomas demasiado tu alimento de la superficie. Como mucho te tengo por el ventrílocuo de la tierra; y siempre que oí hablar a los diablos subversivos y eruptivos, los encontré como a ti: salados, mentirosos y superficiales. ¡Sabéis bramar y oscurecer con cenizas! Sois los mayores bocazas y aprendisteis de sobra el arte de hervir el lodo al rojo vivo. Donde vosotros estáis, ahí debe siempre haber lodo en la cercanía, y mucho que sea fofo, cavernoso y comprimido: eso quiere ir hacia la libertad. “Libertad” bramáis todos con mayor gusto; pero yo desaprendí la fe en los “grandes acontecimientos”, en cuanto hay mucho bramido y humo a su alrededor.

    »Y créeme, amigo Ruido Infernal: los más grandes acontecimientos —eso no son nuestras horas más ruidosas, sino nuestras horas más silenciosas. No alrededor de los inventores de nuevo ruido: alrededor de los inventores de nuevos valores gira el mundo; y gira inaudible.

    »¡Y confiésalo tan sólo! Poco había ocurrido en realidad, cuando tu ruido y tu humo se disiparon. ¡Qué importa que una ciudad se convirtiera en momia, y una estatua yaciera en el lodo! Y esta palabra digo aún a los derrocadores de estatuas: la mayor necedad es arrojar sal al mar y estatuas al lodo. Pero esa es precisamente su ley: que a ella, de vuestro desprecio, le vuelvan a crecer vida y belleza viviente. Con rasgos más divinos se alza ahora, sufriente y seductora; y, en verdad, aún os dará las gracias porque la derribasteis, ¡oh derrocadores! Pero este consejo aconsejo yo a reyes y a iglesias y a todo lo que es débil por edad y por virtud: ¡dejaos sólo derrocar! Para que volváis de nuevo a la vida, y a vosotros — la virtud.»

    «Así hablé delante del Perro de Fuego: entonces me interrumpió hoscamente y preguntó: “¿Iglesia? ¿Qué es eso?”

    »“¿Iglesia?” respondí, “eso es un tipo de Estado, y el más embustero de todos. ¡Pero cállate y permanece quieto, perro hipócrita! Tú ya conoces tu especie mejor que nadie. Igual que tú, el Estado es un perro hipócrita; igual que tú, habla con gusto con humo y bramido, para hacer creer, igual que tú, que habla desde las entrañas de las cosas. Porque el Estado quiere a toda costa ser el animal más importante sobre la tierra; y eso se le cree también.”

    »Cuando había dicho eso, el Perro de Fuego se comportó como loco de envidia. “¿Qué? —gritó— ¿el animal más importante sobre la tierra? ¿Y eso se le cree también?” Y tanto vapor y voces horribles le salieron de la garganta, que pensé que se ahogaría de enfado y envidia.

    »Por fin se aquietó, y su jadeo cedió. Tan pronto como estuvo en silencio, dije riendo: “Te enfadas, Perro de Fuego: ¡así que tengo razón sobre ti! Y para que siga teniendo razón, escucha acerca de otro Perro de Fuego, que realmente habla desde el corazón de la tierra. Oro exhala su aliento y lluvia dorada: así lo quiere su corazón. ¡Qué son para él la ceniza, el humo y el moco ardiente! La risa revolotea de él como una nube multicolor. Es enemigo de tu gorgotear, escupir y rabia de entrañas. Pero el oro y la risa —eso lo toma del corazón de la tierra: pues para que lo sepas, el corazón de la tierra es de oro.”

    »Cuando el Perro de Fuego oyó esto, ya no soportó seguir escuchándome. Avergonzado, metió el rabo entre las piernas, dijo con voz apagada: “¡Guau! ¡Guau!” y se arrastró a su cueva.»

    Así contó Zaratustra. Pero sus discípulos apenas lo escucharon, tan grande era su deseo de contarle acerca de los marineros, los conejos y el hombre que volaba.

    «¡Qué he de pensar de ello! —dijo Zaratustra—. ¿Soy un fantasma entonces? Pero habrá sido mi sombra. ¿Habéis oído ya algo del Caminante y su sombra? Pero esto es seguro: tengo que atarlo más corto, o si no, todavía me arruina la reputación.»

    «Y de nuevo sacudió Zaratustra la cabeza y se maravilló. “¡Qué he de pensar de ello!” dijo otra vez. “¿Por qué gritó entonces el fantasma: ¡Es la hora! ¡Es más que la hora ya!? ¿Para qué es entonces — más que la hora?”»

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.17. DE LOS POETAS

    «Desde que conozco mejor el cuerpo —dijo Zaratustra a uno de sus discípulos—, el espíritu es para mí solo, por así decirlo, espíritu; y todo lo imperecedero —eso es también solo una parábola.»

    «Ya te oí decir eso una vez —respondió el discípulo—, y entonces añadiste: “pero los poetas mienten demasiado.” ¿Por qué dijiste entonces que los poetas mienten demasiado?»

    «¿Por qué? —dijo Zaratustra—. ¿Preguntas por qué? Yo no pertenezco a aquellos a los que se les puede preguntar por su porqué. ¿Es acaso mi vivencia de ayer? Ha pasado mucho tiempo desde que experimenté las razones de mis opiniones. ¿No tendría que ser un barril de memoria, si también quisiera llevar conmigo mis razones? Ya es demasiado para mí retener siquiera mis propias opiniones; y más de un pájaro se me escapa volando. Y de vez en cuando encuentro también un animal llegado volando a mi palomar, que me es extraño, y que tiembla cuando pongo mi mano sobre él. ¿Pero qué te dijo una vez Zaratustra? ¿Que los poetas mienten demasiado? — Pero también Zaratustra es un poeta. ¿Crees ahora que aquí te dijo la verdad? ¿Por qué lo crees?»

    El discípulo respondió: «Creo en Zaratustra.» Pero Zaratustra sacudió la cabeza y sonrió.

    «La fe no me hace bienaventurado —dijo—, y menos aún la fe en mí. Pero suponiendo que alguien dijera con toda seriedad: “los poetas mienten demasiado”, tendría razón —nosotros mentimos demasiado. Sabemos demasiado poco y somos malos aprendices: así que tenemos ya que mentir. ¿Y quién de nosotros poetas no ha adulterado su vino? Más de una mezcla venenosa ocurrió en nuestros sótanos, más de una cosa indescriptible fue hecha allí. Y porque sabemos poco, nos gustan de corazón los pobres de espíritu, especialmente cuando son mujercitas jóvenes. E incluso codiciamos todavía las cosas que las mujercitas viejas se cuentan por la noche. A eso nosotros mismos lo llamamos el eterno femenino en nosotros. Y como si hubiera un acceso secreto especial al saber, que se cerrara precisamente a quienes aprenden algo: así creemos en el pueblo y en su “sabiduría.”»

    «Pero esto creen todos los poetas: que quien yace en la hierba o sobre laderas solitarias y aguza los oídos, experimenta algo de las cosas que están entre el cielo y la tierra.
    Y, si les vienen tiernas emociones, entonces piensan siempre los poetas que la naturaleza misma está enamorada de ellos: y que se desliza hasta su oído para decir en él cosas secretas y halagos amorosos. ¡De esto sacan pecho y se inflan ante todos los mortales!»

    ¡Ay, hay tantas cosas entre el cielo y la tierra sobre las que solo los poetas se han permitido soñar algo!

    Y especialmente por encima del cielo: ¡porque todos los dioses son parábola de poetas, engaño de poetas! En verdad, siempre nos arrastra hacia arriba, es decir, al reino de las nubes: sobre estas asentamos nuestros coloreados pellejos y los llamamos entonces dioses y superhombres. ¡Sin duda son lo bastante ligeros para tales asientos, todos esos dioses y superhombres! ¡Ay, qué cansado estoy de todo lo inadecuado que de todas formas ha de pasar por sucedido! ¡Ay, qué cansado estoy de los poetas!

    Cuando Zaratustra habló así, su discípulo se indignó contra él, pero calló. Y también Zaratustra calló; y su ojo se había vuelto hacia dentro, como si mirara a vastas distancias. Por fin suspiró y tomó aliento.

    «Soy de hoy y de tiempos pasados —dijo entonces—; pero algo hay en mí que es de mañana, de pasado mañana y de tiempos por venir. Llegué a estar cansado de los poetas, de los viejos y de los nuevos; para mí son todos superficiales y mares poco profundos. No pensaron lo bastante en la profundidad: por eso su sentimiento no se hundió hasta los fondos.

    Algo de lujuria y algo de aburrimiento: eso ha sido incluso su mejor reflexión. Soplo de fantasmas y correteo de fantasmas me parece todo su tintineo de arpas; ¡qué han sabido hasta hoy del fervor de los tonos!»

    «Tampoco son lo bastante limpios para mí: todos enturbian su agua para que parezca profunda. Con gusto se presentan así como reconciliadores; pero para mí siguen siendo mediadores y mezcladores, medias tintas e impuros.»

    «Ay, ciertamente lancé mi red a sus mares y quise atrapar buenos peces; pero siempre saqué a la superficie la cabeza de un viejo dios. Así el mar dio una piedra al hambriento. Y ellos bien pueden provenir del mar. Ciertamente se pueden encontrar perlas en ellos; tanto más semejantes son a duros animales de concha. Y en lugar de alma, encontré a menudo en ellos cieno salado.»

    «Aprendieron del mar también su vanidad: ¿no es el mar el pavo real de los pavos reales? Aun ante el más feo de todos los búfalos despliega su cola; jamás se cansa de su abanico de encaje de plata y seda. Desafiante mira el búfalo hacia allí, cercano a la arena en su alma, más cercano aún al matorral, pero lo más cercano de todo al pantano. ¡Qué son para él la belleza, el mar y el ornato de los pavos! Esta parábola digo a los poetas. En verdad, su espíritu mismo es el pavo real de los pavos reales y un mar de vanidad. El espíritu del poeta quiere espectadores: ¡aún fueran búfalos!»

    «Pero he llegado a estar cansado de este espíritu; y veo venir que llegará a cansarse de sí mismo. He visto ya a los poetas transformados y vuelta hacia sí mismos la mirada. Penitentes del espíritu vi venir: surgían de ellos.»

    Así habló Zaratustra.


    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.16. DE LOS ERUDITOS

    Cuando yacía dormido, una oveja comió de la corona de hiedra de mi cabeza —comía y decía además: «Zaratustra no es ya erudito.» Dijo eso y se fue pavoneándose y orgullosa. Un niño me lo contó.

    Con gusto yago aquí, donde los niños juegan, junto al muro derrumbado, entre los cardos y las rojas amapolas. Todavía soy un erudito para los niños, y también para los cardos y las rojas amapolas. Inocentes son aún en su malicia. Pero para las ovejas no lo soy ya: así lo quiere mi suerte —¡bendita sea!

    Porque esta es la verdad: he salido de la casa de los eruditos, y aún cerré de golpe la puerta detrás de mí. Demasiado tiempo se sentó mi alma hambrienta a su mesa; no estoy, como ellos, adiestrado para el conocer como para cascar nueces. Amo la libertad y el aire sobre la tierra fresca; antes quiero dormir sobre pieles de buey que sobre sus dignidades y respetabilidades.

    Soy demasiado ardiente y abrasado por mis propios pensamientos; a menudo quiere quitarme el aliento. Entonces debo salir al aire libre y apartarme de todas las habitaciones polvorientas. Pero ellos se sientan fríos en la sombra fría; quieren en todo ser solamente espectadores y se cuidan de no sentarse allí donde el sol arde sobre los escalones. Como aquellos que están en la calle y miran boquiabiertos a la gente que pasa, así también esperan ellos y miran boquiabiertos los pensamientos que otros han pensado.

    Si uno los coge con las manos, desprenden polvo a su alrededor como sacos de harina, y sin querer. Pero ¿quién adivinaría que su polvo proviene del grano y de la dorada delicia de los campos de verano? Si se presentan como sabios, me estremecen con sus pequeños dichos y verdades: a menudo hay en su sabiduría un olor como si proviniera del pantano; y en verdad, también he oído ya a la rana croar en ella. Son habilidosos, tienen dedos hábiles: ¿qué quiere mi sencillez al lado de su multiplicidad? Todo enhebrar, anudar y tejer entienden sus dedos: ¡así producen las medias del espíritu!

    Son buenos relojes: sólo se debe darles cuerda correctamente. Entonces indican sin engaño la hora y hacen con ello un ruido modesto. Como ruedas de molino trabajan, y como pilones: sólo se deben arrojar a ellos los granos del fruto. Ya saben moler el grano menudo y hacer de él polvo blanco.

    Se vigilan estrechamente y no se atreven a lo mejor. Inventivos en pequeñas astucias, esperan a aquellos cuyo saber camina sobre pies lisiados; como arañas esperan. Siempre los vi preparar veneno con cautela, y siempre se calzaban guantes de cristal en los dedos. También saben jugar con dados falsos; y con tanto ardor encontré que jugaban que al hacerlo sudaban.

    Somos extraños el uno al otro, y sus virtudes me repugnan aún más que sus falsedades y sus dados trucados. Y cuando viví entre ellos, viví sobre ellos. Por ello me guardaron rencor. No quieren oír nada de que alguien camine sobre sus cabezas; y así pusieron madera, tierra e inmundicia entre mí y sus cabezas. Así amortiguaron el sonido de mis pasos: y fui peor oído, hasta ahora, por los más eruditos. El error y la debilidad de todos los hombres los pusieron entre ellos y yo. “Falso suelo” llaman a eso en sus casas. Pero, aun así, camino con mis pensamientos sobre sus cabezas; e incluso si quisiera caminar sobre mis propios errores, todavía estaría sobre ellos y sobre sus cabezas.

    Porque los hombres no son iguales: así habla la justicia. Y lo que yo quiero, no pueden ellos quererlo.

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.15. DEL SABER SIN MANCHA

    Cuando ayer salió la luna, imaginé que quería dar a luz a un sol: tan ancha y preñada yacía en el horizonte. Pero fue un mentiroso para mí con su embarazo; y antes quiero creer en el hombre en la luna que en la mujer.

    Ciertamente, poco hombre es también este tímido noctámbulo. En verdad, con mala conciencia camina sobre los tejados. Pues es lascivo y celoso, el monje en la luna, lascivo de la tierra y de todas las alegrías de los amantes.

    ¡No, no me gusta ese gato sobre los tejados! Me resultan repulsivos todos los que se deslizan furtivamente alrededor de ventanas medio cerradas. Piadoso y callado camina sobre alfombras de estrellas — pero no me gustan los pies de hombre que pisan quedamente y en los que ni siquiera una espuela tintinea. Todo paso honesto habla; pero el gato se escabulle por la tierra. ¡Mira! Gatuna viene de allí la luna, y deshonesta.

    Esta parábola os la doy a vosotros, hipócritas sentimentales, a vosotros, los “conocedores puros”. ¡A vosotros os llamo — lascivos!

    También vosotros amáis la tierra y lo terrenal: ¡os adiviné bien! Pero hay vergüenza en vuestro amor, y mala conciencia — ¡os parecéis a la luna! Al desprecio de lo terrenal se ha persuadido a vuestro espíritu, pero no a vuestras vísceras: ¡y ellas son lo más fuerte en vosotros! Y ahora se avergüenza vuestro espíritu de servir a vuestras vísceras, y recorre, por vergüenza, senderos furtivos y mentirosos.

    “Eso sería para mí lo más alto — así se habla vuestro mentiroso espíritu a sí mismo —: mirar la vida sin deseo, y no como el perro con la lengua colgante. Ser feliz en la contemplación, con la voluntad extinguida, sin el afán de asir ni la codicia del egoísmo — frío y gris ceniza en todo el cuerpo, pero con embriagados ojos de luna.” “Eso sería para mí lo más amado — así se seduce a sí mismo el seducido —: amar la tierra como la ama la luna, y tocar su belleza solamente con el ojo.” “Y a eso llamo conocimiento sin mancha de todas las cosas: que no quiero nada de ellas, salvo que se me permita yacer ante ellas como un espejo con cien ojos.”

    ¡Oh, vosotros, hipócritas sentimentales, vosotros lascivos! Os falta la inocencia en el deseo, y por eso calumniáis el deseo. En verdad, no como los que crean, los que engendran y los que se gozan en el devenir amáis la tierra. ¿Dónde está la inocencia? Donde hay voluntad de engendrar. Y quien quiere crear más allá de sí mismo, ese tiene para mí la voluntad más pura.

    ¿Dónde hay belleza? Donde debo querer con toda mi voluntad; donde quiero amar y perecer para que una imagen no se quede solo en imagen. Amar y perecer: eso rima desde eternidades. Voluntad de amor: eso es estar también dispuesto a la muerte. ¡Así os hablo a vosotros, cobardes!

    ¡Pero ahora, vuestra castrada bizquera quiere llamarse “contemplación”! ¡Y lo que se deja tocar con ojos cobardes ha de ser bautizado como “hermoso”! ¡Oh vosotros, profanadores de nobles nombres!

    Pero esto ha de ser vuestra maldición, vosotros sin mancha, vosotros conocedores puros: que nunca daréis a luz, ¡aunque yacéis anchos y preñados en el horizonte! En verdad, os llenáis la boca de nobles palabras, ¿y hemos de creer que os rebosa el corazón, vosotros mentirosos? Pero mis palabras son palabras humildes, despreciadas, torcidas: con gusto recojo lo que cae bajo la mesa de vuestros banquetes. Siempre puedo todavía, con ellas — ¡decir la verdad a los hipócritas! Sí, mis espinas de pescado, mis conchas y hojas espinosas han de — ¡cosquillear las narices de los hipócritas! Mal aire hay siempre alrededor de vosotros y de vuestras comidas: vuestros pensamientos lascivos, vuestras mentiras y secretos, sí, están en el aire. ¡Atreveos al menos una vez a creer en vosotros mismos — en vosotros y en vuestras vísceras! El que no se cree a sí mismo, miente siempre.

    La máscara de un dios colgasteis delante de vosotros mismos, vosotros “puros”; y a esa máscara de dios se arrastró vuestra horrible lombriz. En verdad, engañáis, vosotros “contemplativos”. También Zaratustra fue una vez el necio de vuestra divina piel: no adivinó las espirales de serpiente de las que estaba rellena. ¡El alma de un dios imaginé una vez jugar en vuestros juegos, vosotros conocedores puros! ¡Ningún arte mejor imaginé entonces que vuestras artes! Podredumbre de serpiente y mal olor me ocultó la distancia, y que la astucia lujuriosa de una lagartija reptaba por aquí.

    Pero me acerqué a vosotros: entonces llegó a mí el día — y ahora os llega a vosotros. ¡Se acabó el amorío de la luna! ¡Mirad! Sorprendida y pálida está ahí — ante la aurora roja. Porque ya llega, la incandescente — ¡llega su amor por la tierra! Inocencia y deseo creador es todo amor del sol.

    ¡Mirad cómo llega impaciente sobre el mar! ¿No sentís la sed y el aliento ardiente de su amor? En el mar quiere sorber, y beber su profundidad hacia sí, hacia lo alto: entonces se alza el deseo del mar con mil pechos. Besado y sorbido quiere ser por la sed del sol; ¡quiere convertirse en aire, en altura, en sendero de la luz, y en luz él mismo!

    En verdad, como el sol amo yo la vida y todos los mares profundos. Y a esto llamo saber: que todo lo profundo ha de subir — ¡a mi altura!

    Así habló Zaratustra


    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2. 14 DE LA TIERRA DE LA EDUCACIÓN

    Demasiado adentro volé en el futuro: un horror me sobrevino. Y cuando miré en torno a mí, ¡he aquí!, el tiempo era mi único contemporáneo. Entonces huí hacia atrás, hacia el hogar — y cada vez más aprisa: así llegué a vosotros, los del presente, y a la tierra de la educación. Por primera vez traje conmigo un ojo para vosotros, y buen deseo: en verdad, con anhelo en el corazón vine.

    ¿Pero qué me sucedió? ¡Aunque tenía miedo, tenía que reír! Nunca vio mi ojo algo tan moteado de colores. Reí y reí, mientras el pie aún me temblaba y el corazón con él: “¡aquí está, sí, el hogar de todos los botes de pintura!”, dije.

    Con cincuenta manchas pintadas en rostro y miembros: así estabais allí sentados, para mi asombro, vosotros los del presente. Y con cincuenta espejos a vuestro alrededor, que halagaban y repetían vuestro juego de colores. ¡En verdad, no podríais llevar mejor máscara que vuestro propio rostro, vosotros los del presente! ¡Quién podría reconoceros!

    Escritos de arriba abajo con los signos del pasado, y esos mismos signos recubiertos además con nuevos signos: así os habéis ocultado bien de todos los intérpretes de signos. Y aunque uno fuera un escrutador de riñones, ¿quién cree ya que tenéis riñones? De colores parecéis horneados, y de tiras de papel pegadas. Todos los tiempos y pueblos miran multicolores desde vuestros velos; todas las costumbres y credos hablan multicolores desde vuestros gestos.

    Si alguien os quitara velos, envoltorios, pinturas y gestos, quedaría justo lo bastante para espantar a los pájaros. En verdad, yo mismo soy el pájaro espantado que una vez os vio desnudos y sin pintura; y volé lejos cuando el esqueleto me hizo un gesto de amor. Con más gusto querría ser jornalero en el inframundo, en el Hades, y entre las sombras de antaño: ¡más gordos y más llenos que vosotros están aún los inframundanos!

    ¡Esto, sí, esto es amargura para mis entrañas: que ni desnudos ni vestidos os soporto, vosotros los del presente! Todo lo inquietante del futuro, y lo que alguna vez hizo estremecer a los pájaros extraviados, es en verdad más secreto aún y más familiar que vuestra “realidad”. Pues así habláis: “¡reales somos por completo, y sin fe ni superstición!”: así sacáis pecho — ¡ay, aún sin pechos! Sí, ¿cómo habríais de poder creer, vosotros moteados de colores, que sois pinturas de todo lo que alguna vez fue creído! Refutaciones andantes sois de la fe misma, y fracturas de todo pensamiento. ¡“Inverosímiles”: así os llamo yo, reales!

    Todos los tiempos parlotean unos contra otros en vuestro espíritu; y los sueños y parloteos de todos los tiempos fueron más reales aún que vuestra vigilia. Estériles sois: por eso os falta fe. Pero quien tuvo que crear, tuvo también siempre sus sueños verdaderos y señales de las estrellas — y tenía fe en la fe. Puertas medio abiertas sois, en las que esperan sepultureros. Y eso es vuestra realidad: “¡todo merece perecer!”

    ¡Ay, cómo estáis ahí plantados, vosotros estériles, qué magros en las costillas! Y más de uno de vosotros lo comprendió él mismo. Y dijo: “¿Acaso un dios, mientras dormía, me ha robado en secreto algo? ¡En verdad, lo bastante para formarse de ello una mujercilla! ¡Maravillosa es la pobreza de mis costillas!” Así habló ya más de uno de los del presente.

    ¡Sí, me provocáis risa, vosotros los del presente! Y especialmente cuando os sorprendéis de vosotros mismos. ¡Ay de mí, si no pudiera reír de vuestra sorpresa, y tuviera que tragar todo lo adverso de vuestras escudillas! Pero así quiero tomármelo más a la ligera con vosotros, porque tengo algo pesado que llevar; ¿y qué me importa si escarabajos y gusanos alados se posan aún sobre mi fardo! ¡En verdad, no se ha de volver por eso más pesado! Y no de vosotros, vosotros los del presente, ha de venirme el gran cansancio.

    ¡Ay, a dónde he de ascender todavía con mi anhelo! Desde todas las montañas miro hacia tierras paternas y maternas. Pero hogar no encontré en ningún sitio: errante soy en todas las ciudades y una partida en cada puerta. Extraños me son, y una burla, los del presente, a los que hace poco me llevó el corazón; y de las tierras paternas y maternas estoy desterrado. Así sólo amo aún la tierra de mis niños, la no descubierta, en el mar más lejano: hacia ella mando a mis velas que busquen y busquen. En mis niños quiero hacer bueno el ser hijo de mis padres: y en todo futuro — este presente.

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.


  • 2.13. DE LOS SUBLIMES

    Quieto es el fondo de mi mar: ¡quién adivinaría acaso que esconde monstruos juguetones! Imperturbable es mi profundidad: pero brilla con acertijos y risas que nadan. 

    Hoy ví a un sublime, un solemne, un penitente del espíritu: ¡oh cómo rió mi alma de su fealdad! Con el pecho erguido y como aquellos que aspiran hacia sí el aliento: así se erguía allí, el sublime, y en silencio. Cargado de feas verdades, botín de su caza, y rico en desgarradas ropas; también muchas espinas colgaban de él – pero todavía no ví ninguna rosa. 

    Todavía no aprendió ni la risa ni la belleza. Sombrío volvió este cazador del bosque del conocimiento. De la lucha con bestias salvajes regresó a casa; ¡Pero desde su seriedad aún mira una bestia salvaje – una indómita! Como un tigre que quiere saltar, sigue todavía allí en pie . Pero no me gustan estas almas tensas, hóstil es mi gusto a todos estos retraídos. 

    ¿Y vosotros me decís, amigos, que no cabe disputar sobre el gusto y el gustar? ¡Pero toda vida  es disputa por el gusto y el gustar! Gusto: eso es al mismo tiempo peso y balanza  y el que pesa. ¡Y ay de todo viviente que quisiera vivir sin disputa sobre peso, balanza y pesador!

    Cuando llegara a cansarse de su sublimidad, este sublime: entonces apenas comenzaría su belleza — y entonces quiero probarlo y hallarlo sabroso. Y solo cuando se aparte de sí mismo, saltará por encima de su propia sombra — y, en verdad, dentro de su sol. Demasiado tiempo permaneció en la sombra, palidecieron las mejillas del penitente del espíritu; casi murió de hambre a causa de sus expectativas. Desprecio hay todavía en su ojo; y asco se oculta en su boca. Ciertamente descansa ahora, pero su descanso aún no se ha tendido al sol. Como el toro debería obrar; y su felicidad debería oler a tierra y no a desprecio de la tierra. Como un toro blanco me gustaría verlo, cómo resoplando y bramando precede al arado: ¡y su bramido debería todavía alabar todo lo terrenal!

    Oscuro es todavía su semblante; la sombra de la mano juega sobre él. Ensombrecida está todavía la mirada de su ojo. Su acción misma es todavía la sombra sobre él: la mano oscurece al que actúa. Todavía no ha superado su acción.

    En verdad amo en él el cuello del toro; pero ahora quiero ver también el ojo del ángel. También su voluntad heroica debe aún desaprenderla. Debe ser para mí un elevado, y no solo un sublime: ¡el éter mismo debería elevarlo, al sin voluntad!

    Subyugó monstruos, resolvió acertijos: pero debería redimir también a sus monstruos y acertijos. En niños celestiales debería transformarlos. Todavía su conocimiento no ha aprendido a sonreír ni a estar sin celos; todavía su pasión torrencial no se ha vuelto quieta en la belleza.

    En verdad, no en la saciedad ha de callar y desaparecer su deseo, sino en la belleza. La gracia pertenece a la magnanimidad del magnánimo.

    El brazo colocado sobre la cabeza: así debería el héroe descansar, así debería también superar su descanso. Pero precisamente para el héroe es lo bello lo más difícil de todas las cosas. Inaccesible es lo bello para toda voluntad vehemente. Un poco más, un poco menos: eso precisamente es aquí mucho, eso es aquí lo máximo.

    Estar de pie con los músculos relajados y con la voluntad desenjaezada: ¡eso es lo más difícil para todos vosotros, sublimes!

    Cuando el poder se vuelve benigno y desciende a lo visible: a tal descenso lo llamo belleza.

    Y de nadie quiero yo tanto como de ti precisamente la belleza, tú poderoso: que tu bondad sea tu última auto-superación.

    Todo mal te atribuyo: por eso quiero de ti lo bueno.

    ¡En verdad, me reí a menudo de los enclenques que se creen buenos porque tienen garras lisiadas!

    La virtud de la columna has de perseguir: más bella se vuelve siempre, y más delicada; pero por dentro más dura y resistente, cuanto más asciende.

    Sí, tú sublime, algún día has de ser bello y sostener el espejo frente a tu propia belleza. Entonces tu alma se estremecerá de divinos deseos; ¡y habrá todavía adoración en tu vanidad!

    Porque este es el secreto del alma: solamente cuando el héroe la ha abandonado, se le acerca, en sueños, el superhéroe.

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.12. DE LA SUPERACIÓN DE SÍ MISMO

    “¿Voluntad de verdad” llamáis, vosotros los más sabios, a aquello que os impulsa y os inflama?

    Voluntad de hacer pensable todo ente: así llamo yo a vuestra voluntad. Todo ente queréis primero hacerlo pensable, porque dudáis con buen recelo de que ya lo sea. ¡Pero ha de someterse y plegarse a vosotros! Así lo quiere vuestra voluntad. Ha de volverse pulido y subordinado al espíritu, como su espejo y contraimagen. Esa es vuestra entera voluntad, vosotros los más sabios, en cuanto una voluntad de poder; incluso cuando habláis del bien y del mal y de vuestras valoraciones. Todavía queréis crear el mundo ante el que podáis arrodillaros: así es vuestra postrera esperanza y embriaguez.

    Los no sabios, por supuesto, el pueblo, — ellos son como un río sobre el que avanza un bote; y en el bote se sientan, solemnes y embozadas, las valoraciones. Vuestra voluntad y vuestros valores los pusisteis sobre el río del devenir; una antigua voluntad de poder me revela lo que el pueblo tiene por bueno y malo.

    Vosotros fuisteis, vosotros los más sabios, los que en este bote pusisteis tales huéspedes y les disteis pompa y nombres orgullosos, — ¡vosotros y vuestra voluntad señorial! Ahora el río lleva más lejos vuestro bote: debe llevarlo. ¡Poco importa si la rota ola espumea y furiosa contraría a la quilla! No es el río vuestro peligro ni el fin de vuestro bien y mal, vosotros los más sabios, sino esa voluntad misma, la voluntad de poder, — la inagotable, engendradora voluntad de vida.

    ¡Pero para que entendáis mi palabra acerca del bien y del mal, quiero deciros todavía mi palabra acerca de la vida y de la naturaleza de todo lo viviente!

    Fui hacia lo viviente, recorrí los caminos más grandes y más pequeños para conocer su naturaleza. Con un espejo centuplicado capturé su mirada, cuando la boca le estaba cerrada, para que su ojo me hablara. ¡Y su ojo me habló!

    Pero donde encontré viviente alguno, allí escuché también la palabra acerca de la obediencia. Todo lo viviente es un obediente.

    Y esto es lo segundo: aquel que no puede obedecerse a sí mismo, a ése se le manda. Así es la naturaleza de lo viviente.

    Esto, sin embargo, es lo tercero que escuché: que mandar es más difícil que obedecer. Y no sólo porque el que manda lleva la carga de todos los que obedecen, y porque esa carga fácilmente lo aplasta. ¡Un intento y un riesgo me apareció en todo mandar; y siempre, cuando manda, se arriesga lo viviente a sí mismo! Sí, aun cuando se manda a sí mismo, incluso entonces, debe expiar su mandar. De su propia ley debe hacerse juez, vengador y víctima. ¡“¿Cómo ocurre esto?”, me pregunté! ¿Qué persuadió a lo viviente a que mande, y obedezca, y mandando todavía practique la obediencia?

    ¡Escuchad ahora mi palabra, vosotros los más sabios! ¡Comprobad seriamente si me arrastré al corazón de la vida misma y hasta las raíces de su corazón!

    Donde encontré a lo viviente, allí encontré voluntad de poder; ¡y aun en la voluntad de los que sirven encontré la voluntad de ser amo!

    Que lo más débil sirva a lo más fuerte, a ello lo persuade su voluntad, que quiere ser amo sobre lo aún más débil: de este placer únicamente no puede prescindir. Y como lo menor se entrega a lo mayor, para tener placer y poder sobre lo más pequeño, así también lo más grande se entrega, y por el poder arriesga la vida. ¡Ese es el darse de lo más grande: que es riesgo y peligro, y un juego de dados por la muerte!

    ¡Y donde hay sacrificio, y servicios, y miradas de amor: también ahí hay voluntad de ser amo! Por caminos escondidos se desliza a hurtadillas lo más débil hasta la fortaleza y hasta el corazón de lo más poderoso — ¡y allí roba poder!

    Y este secreto me habló la vida misma: “¡Mira! —me dijo— yo soy aquello que siempre debe superarse a sí mismo. Ciertamente, vosotros lo llamáis voluntad de engendrar, o instinto hacia un fin, hacia lo más alto, lo más lejano, lo más múltiple: pero todo esto es uno y un secreto.

    ¡Prefiero aún sucumbir antes que renunciar a esta única cosa! Y en verdad, donde hay ocaso y caída de hojas, ¡mira!: allí se sacrifica la vida — por poder. Que yo deba ser lucha, y devenir, y fin, y contradicción de los fines: ¡ay, quien adivina mi voluntad, adivina bien también por qué caminos torcidos debe marchar!

    Lo que yo cree, y aunque lo ame, pronto debo ser adversario de ello y de mi amor: así lo quiere mi voluntad. Y tú también, conocedor, no eres más que un sendero y una huella de mi voluntad: ¡en verdad, mi voluntad de poder camina también sobre los pies de tu voluntad de verdad!

    Ciertamente, no dio en la verdad quien disparó hacia ella la palabra de “voluntad de existencia”: tal voluntad no existe. Porque: lo que no es, no puede querer; pero lo que está en la existencia, ¿cómo podría querer aún existir? ¡Solo donde hay vida hay también voluntad: pero no voluntad de vivir, sino —así te lo enseño— voluntad de poder!

    Muchas cosas son estimadas por los vivientes más alto que la vida misma; ¡pero de ese mismo estimar habla la voluntad de poder!

    Así me enseñó una vez la vida, y a partir de ello os resuelvo, a vosotros los más sabios, el acertijo de vuestro corazón.

    En verdad os digo: ¡bien y mal eternos, eso no existe! Desde sí mismos deben siempre superarse de nuevo. Con vuestros valores y palabras acerca de bien y mal ejercéis violencia, vosotros valoradores: y esta es vuestra oculta pasión, el brillar, estremecerse y rebosar de vuestras almas. ¡Pero de vuestros valores crece una violencia más fuerte y una nueva superación: en ella se rompe el huevo y la cáscara!

    Y quien debe ser creador en bien y mal, en verdad, debe ser primero destructor y romper valores. Así pertenece el más alto mal al más alto bien: ¡pero este bien es el creador!

    ¡Hablemos solo de eso, vosotros los más sabios, aunque sea grave! ¡Callar es peor; todas las verdades calladas se vuelven venenosas!

    ¡Y que se rompa todo lo que en nuestras verdades pueda romperse! ¡Todavía hay más de una casa por construir!

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.


  • 2.11. LA CANCIÓN DE LA TUMBA

    Allí está la isla de las tumbas, la silenciosa; allí están también las tumbas de mi juventud. Allí quiero llevar una guirnalda siempreverde de vida. Resolviendo así en mi corazón, crucé el mar.

    ¡Oh, vosotros, visiones y apariciones de mi juventud! ¡Oh, todas vosotras, miradas de amor, vosotros divinos instantes! ¡Qué pronto moristeis para mí! Hoy me acuerdo de vosotros como de mis muertos. De vosotros, mis más queridos muertos, me llega un olor dulce que afloja el corazón y las lágrimas. En verdad, estremece y afloja el corazón del navegante solitario. Todavía soy el más rico y el más a envidiar — ¡yo, el más solitario! Pues os tuve a vosotros, y vosotros aún me tenéis a mí: decidme, ¿a quién cayeron del árbol, como a mí, tales manzanas de rosa?¡Siempre soy aún el heredero de vuestro amor y su tierra, floreciendo en memoria vuestra con virtudes multicolores y silvestres, oh vosotros, los más amados!

    ¡Ay, fuimos hechos para permanecer el uno junto al otro, vosotros, encantadoras y extrañas maravillas! Y no como tímidos pájaros vinisteis a mí y a mi deseo — no, sino como los que confían, al confiado. Sí, hechos para la fidelidad, como yo, y para tiernas eternidades: debo ahora llamaros según vuestra infidelidad, vosotros, divinas miradas e instantes; pues no aprendí aún otro nombre.En verdad, demasiado pronto moristeis para mí, fugitivos. Pero no huisteis de mí, ni huí yo de vosotros: inocentes somos el uno para el otro en nuestra infidelidad.

    Para matarme, a vosotros se os estranguló, ¡pájaros cantores de mis esperanzas! Sí, contra vosotros, mis más amados, disparó siempre la maldad sus flechas — para golpear mi corazón. ¡Y lo golpearon! Fuisteis siempre lo más cordial mío, mi posesión y mi estar poseído: por eso debisteis morir jóvenes y demasiado pronto. Contra lo más vulnerable que yo poseía se disparó la flecha: eso erais vosotros, cuya piel es como pelusa y aún más como una sonrisa que muere de una mirada.

    Pero esta palabra quiero decir a mis enemigos: ¿qué es todo asesinato de hombres frente a lo que vosotros me hicisteis? Algo peor me hicisteis que todo asesinato de hombres. Lo irreparable me arrebatasteis — así os hablo, mis enemigos.
    Asesinasteis las visiones de mi juventud y sus más amadas maravillas. Mis compañeros de juegos me quitasteis, los bienaventurados espíritus. A su memoria deposito esta corona y esta maldición. ¡Esta maldición contra vosotros, mis enemigos! Hicisteis mi eternidad breve, como un tono que se quiebra en la fría noche: apenas como un centellear de ojos divinos vino hasta mí, sólo como un instante.

    Así habló en buena hora un día mi pureza: “Divinos serán para mí todos los seres.” Entonces me atacasteis con inmundos fantasmas; ¡ay, adónde huyó ahora aquella buena hora!

    “Todos los días serán para mí sagrados” — así habló un día la sabiduría de mi juventud: en verdad, el discurso de una alegre sabiduría. Pero me robasteis, vosotros enemigos, mis noches y las vendisteis para insomne tortura: ¡ay, adónde huyó ahora aquella alegre sabiduría!

    Un día anhelé afortunados augurios: entonces me llevasteis sobre el camino un monstruo-búho repugnante, uno adverso. ¡Ay, adónde huyó, entonces, mi tierno anhelo!

    A todo asco prometí una vez renunciar: entonces convertisteis a mis próximos y más próximos en pústulas. ¡Ay, adónde huyó, entonces, mi noble promesa!

    Como un ciego recorrí una vez felices caminos: entonces arrojasteis suciedad sobre el camino del ciego: ahora le dio asco la vieja senda de ciegos.

    Y cuando llevé a cabo mi más ardua tarea y celebré el triunfo de mis superaciones: entonces hicisteis gritar a los que me amaban que yo les hacía el mayor daño.

    En verdad, ese fue siempre vuestro obrar: amargasteis mi mejor miel y la diligencia de mis mejores abejas. A mi benevolencia enviasteis siempre a los más insolentes mendigos; alrededor de mi compasión empujasteis siempre a incurables sinvergüenzas. Así heristeis a mi virtud en su fe. Y si colocaba yo aún mi bien más sagrado para servir de sacrificio, inmediatamente colocaba vuestra “devoción” sus más grasientos dones al lado: de modo que en los vapores de vuestra grasa aún mi bien más sagrado se ahogaba.

    Y una vez quise danzar, como aún nunca dancé: sobre todos los cielos, lejos, quise danzar. Entonces persuadisteis a mi más amado cantor. Y ahora entonó una melodía lúgubre y apagada; ¡ay, retumbó en mis oídos como un cuerno sombrío! ¡Asesino cantor, herramienta de la maldad, el más inocente! Ya estaba yo en pie, listo para la mejor de las danzas: ¡asesinaste con tu sonido mi éxtasis! Sólo en danza sé decir la parábola de las cosas más altas: — y ahora me quedó mi más alta parábola sin decir en mis miembros. ¡Sin decir y sin redimir me quedó la más alta esperanza! ¡Y murieron para mí todas las visiones y consuelos de mi juventud!

    ¿Cómo lo soporté? ¿Cómo revertí y superé tales heridas? ¿Cómo se levantó mi alma de nuevo desde estas tumbas?

    Sí, algo invulnerable, inenterrable hay en mí, algo que hiende las rocas: eso se llama mi voluntad. Silenciosa avanza, e inalterada, a través de los años.

    Su andadura quiere recorrer desde mis pies, mi vieja voluntad; duro de corazón es su sentido, e invulnerable. Invulnerable lo soy yo solo en el talón. ¡Siempre aún vives tú ahí y eres igual a ti, la más paciente! Siempre aún irrumpes a través de todas las tumbas.

    En ti vive también aún lo no redimido de mi juventud; y como vida y juventud te sientas esperando aquí sobre las amarillas ruinas de las tumbas. Sí, aún eres para mí el destructor de todas las tumbas: ¡Salve a ti, mi voluntad! Y sólo donde hay tumbas, hay resurrecciones.

    Así cantó Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.9. LA CANCIÓN DE LA NOCHE

    Es de noche: ahora hablan más alto todas las fuentes que saltan. También mi alma es una fuente saltarina.

    Es de noche: ahora por primera vez despiertan las canciones de los que aman. Y también mi alma es la canción de uno que ama.

    Algo insatisfecho, insaciable, hay en mí; quiere volverse sonoro. Un anhelo de amor hay en mí que habla él mismo el lenguaje del amor.

    Luz soy: ¡Ay, que fuera noche! Pero esta es mi soledad, que estoy ceñido por la luz. ¡Ay, que fuera oscuro y nocturno! ¡Cómo mamaría de los pechos de la luz! ¡Y a vosotras mismas aún os bendeciría, pequeñas estrellas chispeantes y gusanos luminosos allá arriba! —y estaría feliz por vuestros regalos de luz.

    Pero yo vivo en mi propia luz, vuelvo a beber en mí las llamas que brotan de mí. No conozco la felicidad del que toma y a menudo he soñado por ello, que robar debe ser más feliz que tomar. Esa es mi pobreza, que mi mano nunca descansa de regalar; esa es mi envidia, que veo ojos que esperan y las noches iluminadas del anhelo. ¡Oh, infelicidad de todos los que regalan! ¡Oh, oscurecimiento de mi sol! ¡Oh, anhelo de anhelar! ¡Oh, ardiente hambre en la saciedad!

    Toman de mí, pero ¿conmuevo yo aún sus almas? Hay una grieta entre dar y tomar, y la grieta más pequeña es la última en ser salvada. Un hambre despierta desde mi belleza. Querría hacer daño a los que ilumino, querría robar a los que he regalado: —así siento hambre de maldad. Retirando la mano, cuando él ya extendió la suya; vacilando como la cascada que vacila en su caída: —así siento hambre de maldad. Tal venganza trama mi abundancia; tal trampa brota de mi soledad. Mi felicidad al regalar murió al regalar, mi virtud llegó a cansarse ella misma en su desbordamiento.

    El que siempre regala tiene el riesgo de perder la vergüenza; la mano y el corazón del que siempre reparte tienen callos de puro repartir. Mi ojo ya no rebosa ante la vergüenza de los que piden; mi mano se volvió demasiado dura para el temblor de manos repletas. ¿A dónde fue a parar la lágrima de mi ojo y el plumón de mi corazón? ¡Oh, soledad de todos los que regalan! ¡Oh, silencio de todos los que iluminan!

    Muchos soles giran en espacio vacío: a todo lo que es oscuro hablan con su luz, —para mí callan. Oh, esta es la hostilidad de la luz contra el que ilumina, sin compasión transita sus cursos. Injusto en lo más profundo de su corazón contra el que ilumina; frío contra los soles, —así transita cada sol.

    Como una tormenta, vuelan los soles sus cursos, ese es su transitar. Siguen su inexorable voluntad, esa es su frialdad.

    ¡Oh, vosotros solamente sois, vosotros oscuros, vosotros nocturnos, los que creáis calidez a partir de los que iluminan! ¡Oh, vosotros solo bebéis leche y refrigerio de las ubres de la luz!

    ¡Ay, hay hielo a mi alrededor, mi mano se abrasa en lo gélido! ¡Ay, hay sed en mí, que languidece por vuestra sed!

    Es de noche: ¡Ay, que yo deba ser luz! ¡Y sed por lo nocturno! ¡Y soledad!

    Es de noche: ahora brota como un manantial desde mí, mi anhelo, —discurso es lo que anhela.

    Es de noche: ahora hablan más alto todas las fuentes que saltan. Y también mi alma es una fuente saltarina.

    Es de noche: ahora por primera vez despiertan todas las canciones de los que aman. Y también mi alma es la canción de uno que ama.

    Así cantó Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.8. DE LOS SABIOS FAMOSOS

    ¡Al pueblo habéis servido y a la superstición del pueblo, todos vosotros, sabios famosos, y no a la verdad! Y precisamente por eso se os tributó reverencia. Y por eso también se toleró vuestra incredulidad, porque no era más que una broma y un desvío hacia el pueblo. Así deja el amo a sus esclavos hacer lo que quieran,  y todavía se deleita  con su atrevimiento.

    Pero aquel que, para el pueblo, es tan odioso como el lobo para los perros – ese es el espíritu libre, el enemigo de las cadenas, el no adorador, el que habita en los bosques. Hostigarlo para que salga de su de su cubil – eso ha llamado siempre  el pueblo “sentido de lo justo”: contra él azuza todavía siempre a sus perros de dientes más afilados.      

    “Porque la verdad está ahí: ¡el pueblo está ahí, después de todo! ¡Ay, ay de los que buscan!” – Así resonó desde siempre. A vuestro pueblo quisistéis otorgarle derecho en su veneración. Eso lo llamasteís “voluntad de verdad”, vosotros sabios. Y vuestro corazón siempre se dijo a sí mismo: “vine del pueblo: de allí me vino también la voz de Dios.” Obstinados y astutos, igual que el asno, fuisteis siempre como abogados del pueblo.

    Y más de un poderoso, que quiso llevarse bien con el pueblo, enganchó todavía delante de sus caballos  – un burrito, un sabio famoso.    

    Y ahora quisiera, sabios famosos, que arrojaseis de una vez del todo de vosotros la piel del león! La piel de la bestia de presa, la moteada, y los mechones hirsutos del que investiga, del que busca, del que conquista. 

    ¡Ay! para que yo aprenda a creer en vuestra “veracidad,” antes debéis  romperme esa vuestra voluntad que venera.  

    Veraz, así llamo al que se adentra en desiertos sin dioses y ha roto su corazón que venera. En arenas amarillas y abrasadas por el sol, entorna tal vez los ojos sediento hacia islas ricas en fuentes, donde lo vivo reposa bajo árboles en sombra. Pero su sed no lo persuade a volverse igual a estos cómodos: porque donde hay oasis, ahí hay también  ídolos. 

    Con hambre, violenta, solitaria, sin Dios: así se quiere a sí misma la voluntad de león. Libre de la felicidad de los siervos, redimida de dioses y adoraciones, sin temor y temible, grande y solitaria: así es la voluntad del veraz. 

    En el desierto vivieron siempre los veraces, los espíritus libres, como señores del desierto; pero en las ciudades viven los bien alimentados, los sabios famosos, – las bestias de tiro. Porque siempre tiran, como asnos – ¡de los carros del pueblo! No que yo esté enfadado con ellos por eso, pero para mí siguen siendo sirvientes, animales con arnés, incluso cuando relucen  desde un arnés dorado. Y a menudo fueron buenos sirvientes y dignos de alabanza. Porque así habla lo que llaman virtud: “¡si debes ser un sirviente, busca a aquel a quien más beneficia tu servicio! El espíritu y la virtud de tu señor deben crecer por el hecho de que tú seas su sirviente: así creces tú mismo con su espíritu y su virtud. Y en verdad, ¡vosotros, sabios  famosos, vosotros sirvientes del pueblo! vosotros mismos crecisteis con el espíritu del pueblo y su virtud – ¡y el pueblo a través de vosotros! ¡En vuestro honor lo digo! ¡Pero el pueblo seguís siendo para mí incluso en vuestras virtudes, pueblo de ojos lerdos, – pueblo, que no sabe, lo que es espíritu!    

    El espíritu es la vida, que se corta a sí misma para adentrarse en la vida: por su propia tortura, aumenta su propio conocimiento,- ¿Lo sabíais ya? 

    Y la felicidad del espíritu es esta: ser ungido y, a través de lágrimas,  consagrado como animal de sacrificio, – ¿Lo sabíais ya? 

    Y la ceguera del ciego y su buscar y tantear todavía atestiguarán el poder del sol al que miró, – ¿Lo sabíais ya? 

    ¡Y con montañas aprenderá a construir el que conoce ! Es poco que el espíritu mueva montañas, – ¿Lo sabíais ya? 

    Conocéis solamente las chispas del espíritu: ¡pero no véis el yunque que él es, ni  la crueldad de su martillo!

    ¡En verdad, no conocéis el orgullo del espíritu! ¡Pero aún menos soportaríais la humildad del espíritu, si algúna vez quisiera hablar!

    Y nunca aún pudisteis arrojar vuestro espíritu a un pozo de nieve: ¡no sois lo bastante ardientes para ello! Así tampoco conocéis los deleites de su frescura.

    En todo, sin embargo, os hacéis para mí demasiado familiares con el espíritu; y de la sabiduría hicistéis a menudo un hospicio y un hospital para malos poetas.

    No sóis águilas: así tampoco experimentasteis la felicidad en el espanto del espíritu. Y quien no es pájaro no debe posarse sobre abismos.

    Sois para mí tibios: pero frío fluye todo conocimiento profundo. Glaciales son los manantiales más interiores del espiritu: un alivio para las manos ardientes y para los que obran con las manos.

    ¡Respetables os erguís ahí ante mí, rígidos, y de espaldas rectas, vosotros, sabios famosos! Ningún viento fuerte ni voluntad os empuja.

    ¿No habéis visto nunca una vela sobre el mar, redonda e hinchada, temblando bajo el impetu del viento? Así, como la vela, temblando bajo el ímpetu del espíritu, avanza mi sabiduría sobre el mar – mi salvaje sabiduría.

    ¡Pero vosotros, sirvientes del pueblo, vosotros sabios famosos, -cómo podríais ir conmigo!    

    Así habló Zaratustra.  

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.7. DE LAS TARÁNTULAS

    Mira, esta es la cueva de la tarántula! ¿Queréis verla a ella misma? Aquí cuelga su red: tócala, para que se estremezca.

    Ahí viene de buena gana: ¡bienvenida, tarántula! Negro reposa sobre tu espalda tu triángulo y tu emblema; y sé también lo que reposa en tu alma. Venganza reposa en tu alma: donde muerdes, allí crece una negra costra; con venganza tu veneno hace que el alma se tambalee.

    ¡Así os hablo yo a vosotros en parábola, a los que hacéis que el alma se tambalee, vosotros predicadores de la igualdad! ¡Tarántulas sois para mí y vengativos camuflados! Pero pronto sacaré a la luz vuestros escondrijos: por eso os río en la cara mi risa de la altura. Por eso desgarro vuestra red, para que vuestra rabia os saque de vuestra cueva de mentiras y vuestra venganza salte de repente de detrás de vuestra palabra “justicia”. Porque que el hombre sea redimido de la venganza: eso es para mí el puente hacia la más alta esperanza y un arcoíris después de largas tormentas.

    Pero las tarántulas, por supuesto, lo quieren de otro modo. “A esto, precisamente, lo llamamos nosotras justicia: que el mundo se llene de las tormentas de nuestra venganza” —así hablan unas con otras. “Venganza queremos ejercer, e insulto, contra todos los que no son como nosotras” —así se juramentan los corazones de tarántula. “Y ‘voluntad de igualdad’ —ese mismo será en adelante el nombre de la virtud; ¡y contra todo lo que tiene poder queremos alzar nuestro grito!”

    Vosotros predicadores de la igualdad: el delirio tiránico de la impotencia grita así desde vosotros por “igualdad”; así se embozan vuestros más secretos anhelos tiránicos en palabras de virtud. Amargada arrogancia, contenida envidia —quizá la arrogancia y la envidia de vuestros padres— brota desde vosotros como llama, y como delirio de venganza.

    Lo que el padre calló, eso llega en el hijo a la palabra; y a menudo he encontrado al hijo como el secreto desvelado del padre.

    Se parecen a los entusiastas: pero no es el corazón lo que los entusiasma, sino la venganza. Y cuando se vuelven refinados y fríos, no es el espíritu, sino la envidia la que los hace refinados y fríos. Sus celos los conducen también por las sendas de los pensadores; y esta es la marca de sus celos: siempre van demasiado lejos, de modo que su cansancio finalmente aún ha de acostarse a dormir en la nieve. En cada queja suya resuena la venganza; en cada alabanza suya hay una maleficencia; y ser juez les parece felicidad.

    Pero yo os aconsejo así, amigos míos: desconfiad de todos en quienes el impulso a castigar es poderoso. Esa es gente de mala especie y origen; desde sus rostros mira el verdugo y el perro rastreador. ¡Desconfiad de todos aquellos que hablan mucho de su justicia! En verdad, a sus almas no solo les falta la miel. Y cuando se llaman a sí mismos “los buenos y justos”, no olvidéis entonces que, para ser fariseos, no les falta más que… ¡poder!

    Amigos míos, no quiero ser mezclado ni confundido con otros. Hay quienes predican mi enseñanza sobre la vida, y al mismo tiempo son predicadores de igualdad y tarántulas. Que hablen a favor de la vida, aunque estén sentadas en sus cuevas, esas arañas venenosas apartadas de la vida: eso se debe a que con ello quieren hacer daño. Quieren hacer daño a los que ahora tienen el poder; porque entre estos es donde la predicación de la muerte sigue encontrando mejor acomodo. Si fuera de otro modo, entonces las tarántulas enseñarían de otro modo; pues precisamente ellas, antaño, fueron las mayores calumniadoras del mundo y las más fervientes quemadoras de herejes.

    Con estos predicadores de igualdad no quiero ser mezclado ni confundido. Porque así me habla a mí la justicia: “los hombres no son iguales”. ¡Y tampoco deberían llegar a serlo! ¿Cuál sería entonces mi amor al superhombre, si hablara de otro modo?

    Sobre mil puentes y pasarelas se agolparán hacia el futuro, y siempre más guerra y desigualdad serán establecidas entre ellos: ¡así me hace hablar mi gran amor! En inventores de imágenes y fantasmas se convertirán en sus hostilidades, y con sus imágenes y fantasmas aún lucharán unos contra otros la lucha más alta. Bien y mal, y rico y pobre, y alto y bajo, y todos los nombres de los valores: serán armas y sonoros signos de que la vida debe superarse a sí misma una y otra vez.

    En la altura quiere construirse, con pilares y escaleras, la vida a sí misma; quiere mirar a remotas lejanías y a dichosas bellezas —por eso necesita altura. Y porque necesita altura, necesita escaleras y oposición entre las escaleras y los que ascienden. Ascender quiere la vida y, ascendiendo, superarse a sí misma.

    ¡Y mirad, no obstante, amigos míos! Aquí, donde está la cueva de la tarántula, se alzan hacia lo alto las ruinas de un antiguo templo —¡miradmelo, no obstante, con ojos iluminados! En verdad, quien aquí un día apiló sus pensamientos en piedra hacia lo alto, sabía, como los más sabios, sobre el secreto de toda vida: que hay lucha y desigualdad también en la belleza, y guerra por el poder y la supremacía. Eso nos lo enseña aquí en la más clara parábola. Cómo, divinamente, aquí bóveda y arco se interrumpen en combate; cómo, con luz y sombra, se esfuerzan uno contra otro los que divinamente se esfuerzan. Así, seguros y bellos, seamos nosotros también enemigos, amigos míos: ¡divinamente queramos esforzarnos uno contra otro!

    ¡Ay! ¡Ahí me mordió a mí mismo la tarántula, mi vieja enemiga! ¡Divinamente segura y bella me mordió en el dedo! “Castigo debe haber, y justicia” —así piensa—: “¡no en vano cantará aquí canciones en honor de la enemistad!”

    ¡Sí, se ha vengado! Y, ¡ay!, ahora hará tambalear también mi alma con venganza. Pero para que yo no me tambalee, sin embargo, amigos míos, ¡atadme fuerte aquí a esta columna! ¡Mejor seré estilita que remolino de venganza!

    En verdad, Zaratustra no es ningún remolino ni torbellino; y, si es un bailarín, nunca, no obstante, un bailarín de tarántula.

    Así habló Zaratustra.

  • 2.6. DE LA CHUSMA

    La vida es un manantial de placer; pero donde la chusma también bebe, todas las fuentes están envenenadas. A todo lo limpio me inclino, pero no quiero ver las bocas sonrientes ni la sed de los impuros. Arrojaron su mirada hacia la fuente: ahora, desde el manantial, me mira su repulsiva sonrisa. Con su lujuria han envenenado el agua sagrada; y cuando llamaron placer a sus sucios sueños, envenenaron también las palabras. La llama se indigna cuando ponen sus húmedos corazones junto al fuego; el espíritu mismo hierve y humea cuando la chusma se acerca al fuego. En sus manos, el fruto se vuelve dulzón y demasiado blando; y su mirada vuelve al frutal quebradizo ante el viento y seco en la copa.

    Y más de uno que se apartó de la vida se apartó solamente de la chusma: no quiso compartir fuente, llama y fruto con la chusma.

    Y más de uno que se fue al desierto y sufrió sed con las bestias de presa no quiso sentarse con sucios camelleros alrededor de la cisterna.

    Y más de uno que vino como un destructor y como una granizada para todos los campos frutales quiso solamente poner su pie en las fauces de la chusma y taponar así su garganta.

    Y no es ese el bocado con el que más me atraganté, saber que la vida misma tiene necesidad de enemistad, de muerte y de cruces de martirio; sino que una vez me pregunté —y casi me ahogué con mi pregunta—: ¿cómo?, ¿tiene la vida necesidad también de la chusma? ¿Son necesarias las fuentes envenenadas, los fuegos pestilentes, los sueños sucios y los gusanos en el pan de la vida?

    ¡No mi odio, sino mi asco me devoraba hambriento la vida! ¡Ay, a menudo llegué a cansarme del espíritu, cuando encontré también a la chusma espiritual! Y volví la espalda a los que gobiernan cuando vi lo que ahora llaman gobernar: regatear y comerciar por el poder —¡con la chusma! Viví entre pueblos de lengua extraña, con los oídos cerrados, para que la lengua de su regateo y su comerciar por el poder permaneciese extraña a mí. Y, sosteniéndome la nariz, marché desalentado a través de todos los ayeres y los hoys; en verdad, todos los ayeres y los hoys huelen mal a la chusma escribiente.

    Como un lisiado que se volvió sordo, ciego y mudo, así viví mucho tiempo para no vivir con la chusma del poder, la escritura y el placer. Penosamente subió mi espíritu escaleras, y con cautela; limosnas de placer fueron su alivio; sobre el bastón la vida se deslizaba lentamente para el ciego.

    ¿Qué me sucedió, no obstante? ¿Cómo me liberé del asco? ¿Quién rejuveneció mi ojo? ¿Cómo volé a la altura donde la chusma ya no se sienta sobre los manantiales? ¿Creó mi asco mismo alas para mí y fuerzas que presienten las fuentes? En verdad, debí volar a lo más alto para volver a encontrar el manantial del placer.

    ¡Oh, lo encontré, hermanos míos! ¡Aquí, en lo más alto, brota para mí el manantial del placer! Y hay una vida de la que ninguna chusma bebe conmigo.

    ¡Casi demasiado violentamente fluyes para mí, fuente del placer! Y a menudo vacías la copa precisamente por querer llenarla. Y aún debo aprender a acercarme a ti con más modestia: demasiado violentamente fluye hacia ti todavía mi corazón, mi corazón sobre el que arde mi verano, breve, ardiente, melancólico, más que feliz; ¡cómo anhela mi corazón de verano tu frescura!

    ¡Pasada la vacilante aflicción de mi primavera! ¡Pasada la malicia de mis copos de nieve en junio! ¡Verano me volví por entero y mediodía de verano! Un verano en lo más alto, con fuentes frescas y feliz quietud: ¡oh, venid, amigos míos, para que la quietud se vuelva aún más feliz!

    Porque esta es nuestra altura y nuestro hogar: aquí vivimos demasiado alto y escarpado para todos los impuros y su sed. ¡Arrojad solamente vuestros ojos puros al manantial de mi placer, amigos míos! ¡Cómo habría de volverse turbio por ello! Con su pureza os sonreirá en respuesta.

    Sobre el árbol del futuro construimos nuestro nido; águilas nos traerán a los solitarios alimento en sus picos. En verdad, no será alimento que los sucios puedan compartir: ¡creerían devorar fuego y abrasarse las bocas! En verdad, no mantenemos moradas aquí dispuestas para los sucios: una cueva de hielo sería para sus cuerpos nuestra felicidad, y para sus espíritus.

    Y como fuertes vientos queremos vivir por encima de ellos, vecinos de las águilas, vecinos de la nieve, vecinos del sol: así viven los fuertes vientos. Y como un viento quiero aún un día soplar entre ellos y, con mi espíritu, quitar el aliento a su espíritu: así lo quiere mi futuro.

    En verdad, un viento muy fuerte es Zaratustra para todas las tierras bajas; y tal consejo da a sus enemigos y a todo lo que escupe y vomita: ¡guardaos de escupir contra el viento!

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.5. DE LOS VIRTUOSOS

    Con truenos y fuegos celestiales de artificio hay que hablar a los sentidos fláccidos y dormidos. Mas la voz de la belleza habla en voz baja: se desliza sólo en las almas más despiertas. En silencio hoy se estremeció — y rió para mí — mi escudo: esa es la sagrada risa y el estremecimiento de la belleza. De vosotros, vosotros virtuosos, se rió hoy mi belleza. Y así llegó a mí su voz: «¡quieren todavía — ser pagados!»

    ¡Queréis todavía ser pagados, vosotros virtuosos! ¿Queréis tener recompensa por la virtud, y cielo por la tierra, y eternidad por vuestro hoy?

    ¿Y ahora os enfadáis conmigo porque enseño que no hay ningún remunerador ni pagador? Y en verdad, ni siquiera enseño que la virtud sea su propia recompensa.

    ¡Ay, esa es mi pena!: en el fondo de las cosas se ha introducido mentirosamente recompensa y castigo. ¡Y ahora también aún en el fondo de vuestras almas, vosotros virtuosos! Pero, como el hocico del jabalí, hendirá mi palabra el fondo de vuestras almas; me llamaréis reja de arado. Todos los secretos de vuestro corazón saldrán a la luz; y cuando, removidos y rotos, yazcáis al sol, también vuestra mentira será separada de vuestra verdad.

    Pues esta es vuestra verdad: sois demasiado limpios para la suciedad de las palabras: venganza, castigo, recompensa, retribución. Amáis vuestra virtud como la madre a su niño; pero ¿cuándo se ha oído que una madre quisiera ser pagada por su amor? Es vuestro más amado yo, vuestra virtud. Hay en vosotros la sed del anillo: por alcanzarse de nuevo a sí mismo, para eso lucha y gira cada anillo. Y como la estrella que se extingue es cada obra de vuestra virtud: su luz está siempre aún en camino y viaja — ¿y cuándo dejará de estar en camino? Así está la luz de vuestra virtud todavía en camino, incluso cuando la obra está hecha. Puede estar ahora olvidada y muerta: su rayo de luz vive todavía y viaja. Que vuestra virtud sea vuestro yo, y no una cosa ajena, una piel, un manto: ¡esa es la verdad desde el fondo de vuestras almas, vosotros virtuosos!

    Pero hay aquellos para quienes la virtud significa el espasmo bajo un látigo: ¡y vosotros me habéis escuchado demasiado su griterío!

    Y hay otros que llaman virtud al volverse perezosos sus vicios; y cuando su odio y sus celos una vez relajaron los miembros, su justicia despierta y se frota los ojos somnolientos.

    Y hay otros que fueron arrastrados hacia abajo: su demonio los arrastró. Pero, cuanto más se hunden, tanto más ardientemente brilla su ojo y el anhelo por su Dios. ¡Ay, también su griterío se abrió paso hasta vuestros oídos, vosotros virtuosos!: «¡Lo que yo no soy, eso, eso es para mí Dios y la virtud!»

    Y hay otros que vienen pesados y chirriando por ello, como carros que bajan piedras cuesta abajo: esos hablan mucho de dignidad y virtud — a su freno lo llaman virtud.

    Y hay otros que son como relojes de uso diario, a los que se da cuerda; hacen su tictac y quieren que uno llame a su tictac virtud. En verdad, en estos tengo yo mi placer: donde encuentre tales relojes, les daré cuerda con mi burla — ¡y aún ronronearán para mí!

    Y otros están orgullosos de su puñado de justicia y cometen por su causa crímenes contra todas las cosas: así que el mundo se ahoga en su injusticia. ¡Ay, qué mal la palabra “virtud” les sale de la boca! Y cuando dicen: «soy justo», siempre suena como: «¡estoy vengado!» Con su virtud querrían arrancarles los ojos a sus enemigos; y sólo se elevan para rebajar a otros.

    Y también los hay tales que se sientan en su pantano y desde los juncos dicen así: «Virtud — eso es estar sentado tranquilo en el pantano. No mordemos a nadie y le salimos del camino al que quiere morder; y en todo tenemos la opinión que se nos da.»

    Y también los hay tales que aman las actitudes y piensan: la virtud es un tipo de actitud. Sus rodillas adoran siempre y sus manos son alabanzas de la virtud. Pero su corazón no sabe nada de ello.

    Y también los hay tales que consideran virtud decir: «la virtud es necesaria»; pero en el fondo sólo creen que la policía es necesaria.

    Y más de uno, que no puede ver lo alto en el hombre, llama virtud a ver demasiado de cerca su bajeza: llama a su mal ojo virtud.

    Y algunos quieren ser elevados y alzados y lo llaman virtud; y otros quieren ser echados por tierra — y lo llaman también virtud.

    Y así casi todos creen tener parte en la virtud; y, como mínimo, cada uno quiere ser experto en el “bien” y el “mal”.

    Pero Zaratustra no vino para eso, para decir a todos esos mentirosos y necios: «¿Qué sabéis vosotros de la virtud? ¿Qué podríais saber vosotros de la virtud?»

    Sino para que vosotros, amigos míos, lleguéis a estar cansados de las viejas palabras que habéis aprendido de los necios y mentirosos.

    Lleguéis a estar cansados de las palabras «recompensa», «retribución», «castigo», «venganza en la justicia»;

    Lleguéis a estar cansados de decir: «que una acción sea buena, eso lo hace que sea sin ego».

    ¡Ay, amigos míos!, que vuestro yo esté en la acción, como la madre está en el niño: esa me sea vuestra palabra acerca de la virtud.

    En verdad, os he quitado quizá cien palabras y los más amados juguetes de vuestra virtud; y ahora estáis enfadados conmigo, como se enfadan los niños. Jugaban junto al mar, y entonces llegó la ola y les arrastró sus juguetes al fondo: ahora lloran. ¡Pero la misma ola les traerá nuevos juguetes y desplegará nuevas conchas multicolores ante ellos! Así serán consolados; y, como ellos, también vosotros, amigos míos, tendréis vuestros consuelos — ¡y nuevas conchas multicolores!

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.4. DE LOS SACERDOTES

    Y una vez Zaratustra dio una señal a sus discípulos y les dijo estas palabras:

    Aquí hay sacerdotes — y aunque sean mis enemigos, ¡pasádmelos en silencio y con la espada dormida! También entre ellos hay héroes; muchos de ellos sufrieron demasiado: por eso quieren hacer sufrir a otros.

    Son malos enemigos — nada hay más vengativo que su humildad. Y con facilidad se mancha el que los ataca. Pero mi sangre está emparentada con la suya. Y quiero que mi sangre sea también honrada en la de ellos.

    Y cuando ellos hubieron pasado, le sobrevino a Zaratustra el dolor; y no había luchado mucho tiempo con su dolor, cuando empezó a hablar así:

    Me apenan estos sacerdotes. También me son contrarios al gusto. Pero eso es para mí lo menos importante, desde que estoy entre los hombres. Pero sufro y he sufrido con ellos: para mí son prisioneros y estigmatizados. Aquel a quien llaman redentor los encadenó — ¡con cadenas de valores falsos y palabras delirantes! Ay, ojalá alguien los redimiera aún de su redentor.

    Creyeron una vez hacer tierra en una isla, cuando el mar los arrastró; pero ¡mira!, era un monstruo que dormía. Valores falsos y palabras delirantes: esos son los peores monstruos para los mortales — largo tiempo duerme y espera en ellos la fatalidad. Pero al final llega, y despierta, y devora y traga lo que sobre él construyó moradas.

    ¡Oh, mirad tan solo esas moradas que se construyeron estos sacerdotes! Iglesias llaman a sus cuevas de dulce aroma. ¡Oh, sobre esta luz falsificada, este aire corrompido! ¡Aquí, donde el alma no puede volar hasta su altura! Sino que así lo manda su fe: ¡de rodillas, escalera arriba, vosotros pecadores!

    En verdad, ¡con más agrado veo aún al desvergonzado que los ojos desorbitados de su vergüenza y devoción! ¿Quién creó para sí tales cuevas y escaleras penitenciales? ¿No fueron aquellos que querían esconderse y se avergonzaban ante el cielo puro?

    Y solo cuando el cielo puro mire de nuevo a través de techos rotos, y hacia abajo — sobre la hierba y las rojas amapolas junto a los muros derruidos — quiero yo volver de nuevo mi corazón a las sedes de este Dios.

    Llamaron Dios a lo que los contradecía y les infligía dolor — y, en verdad, ¡había mucho de heroico en su adoración! Y no supieron amar a su Dios de otra manera que clavando al hombre en la cruz.

    Como cadáveres pensaron vivir; color negro clavaron sobre su cadáver. También en su discurso huelo aún el mal olor de las criptas.

    Y quien vive cerca de ellos, vive cerca de negros estanques, desde los que el sapo canta con dulce profundidad su canción. Mejores canciones deberían cantarme, para que yo aprendiera a creer en su Redentor: más redimidos deberían parecerme sus discípulos.

    Desnudos me gustaría verlos: porque solo la belleza debería predicar penitencia. Pero, ¿a quién persuadiría por completo este duelo disfrazado? En verdad, ¡su Redentor mismo no vino de la libertad y el séptimo cielo de la libertad! En verdad, ¡ellos mismos nunca caminaron sobre los tapices del conocimiento! De vacíos se componía el espíritu de estos redentores; pero en cada vacío habían ajustado su delirio, su reemplazo — al que llamaban Dios.

    En su compasión estaba su espíritu ahogado, y cuando se hinchaban y desbordaban de compasión, flotaba siempre en la superficie una gran necedad. Con entusiasmo conducían, y con griterío, su rebaño sobre su pasarela, como si solo hubiera una pasarela hacia el futuro. En verdad, también estos pastores pertenecían todavía a las ovejas. Pequeños espíritus y extensas almas tenían estos pastores: pero, hermanos míos, ¡qué pequeños territorios han sido hasta ahora aún las almas más extensas!

    Escribieron signos de sangre sobre el camino que recorrieron, y su necedad enseñaba que con sangre se prueba la verdad. Pero la sangre es el peor testigo de la verdad; la sangre envenena la enseñanza más pura aún hasta el delirio y el odio del corazón. Y si uno pasa a través del fuego por su enseñanza — ¿qué prueba esto? Es más, en verdad: ¡que del propio incendio venga la propia enseñanza!

    Corazón ardiente y cabeza fría: donde estos se reúnen, allí se forma el viento rugiente — el “Redentor”. Hubo más grandes, en verdad, y de más alta cuna que aquellos a los que el pueblo llama redentores, estos arrebatadores vientos rugientes. Y aun por más grandes que todos los redentores debéis, hermanos míos, ser redimidos, ¡si queréis encontrar el camino hacia la libertad!

    Nunca aún hubo un superhombre. Desnudos he visto a ambos — al hombre más grande y al más pequeño: demasiado parecidos son aún el uno al otro. En verdad, también al más grande lo encontré — demasiado humano.

    Así habló Zaratustra.


  • 2.3. DE LOS COMPASIVOS

    Amigos míos, una burla llegó a vuestro amigo: “¡Mirad a Zaratustra! ¿No camina entre nosotros como si anduviera entre bestias?”

    Pero así está mejor dicho: “El que conoce camina entre los hombres como entre bestias.” 

    Pero el hombre mismo es, para el que conoce: la bestia, de mejillas rojas. ¿Cómo le sucedió esto? ¿No es porque ha debido avergonzarse con demasiada frecuencia? ¡Oh, amigos míos! Así habla el que conoce: vergüenza, vergüenza, vergüenza – esa es la historia del hombre. Y por eso el noble se impone no avergonzar: vergüenza se impone ante todo lo que sufre. 

    En verdad, no me gustan los misericordiosos, los que se sienten bienaventurados en su compasión: les falta demasiado la vergüenza. Si he de ser compasivo, no quiero llamarme así; y si lo soy, que sea con gusto, desde lejos.  

    Con gusto cubro también mi cabeza y huyo de allí, antes de ser reconocido: ¡y así os exhorto también a vosotros, amigos míos! ¡Ojalá mi destino me haga cruzarme en el camino con seres  libres de dolor, como vosotros, y con tales con quienes me sea dado compartir la esperanza, el pan y la miel. En verdad, hice esto y aquello por los que sufren, pero siempre me pareció obrar mejor así, cuando aprendía a alegrarme mejor. Desde que existen los hombres, el hombre ha sabido alegrarse demasiado poco: ¡ese solo, hermanos míos, es nuestro pecado original! Y si aprendemos a alegrarnos mejor, entonces desaprendemos de la mejor manera a causar dolor a otros y a imaginar el dolor.  

    Por eso me lavo la mano que ayudó al que sufre, por eso me limpio también el alma. Porque vi sufrir al que sufre, y de ello me avergoncé, por consideración a su verguenza; y al ayudarle, atenté gravemente contra su orgullo.    

    Las grandes deudas no engendran gratitud, sino sed de  venganza; y si no se olvida el pequeño favor, hasta de él nace un gusano que roe. 

    “¡Sed reacios al aceptar! ¡Distinguíos por el modo en que  aceptáis!” – así aconsejo yo a quienes no tienen nada que regalar. 

    Yo, sin embargo soy uno que regala: con gusto regalo, como amigo a los amigos. Pero los extraños y los pobres que recojan ellos mismos el fruto de mis árboles: así se averguenzan menos.

    ¡Los mendigos, sin embargo, uno debería suprimirlos por completo! En verdad, a uno le incomoda darles, y le incomoda no darles. 

    ¡Y lo mismo los pecadores y las malas conciencias! Creedme, amigos míos: el remordimiento enseña a morder.

    Pero las peores cosas son los pensamientos ruines. En verdad, mejor mal hecho que pensado con ruindad. 

    Es cierto que decís: “El placer en las malicias ruines nos ahorra muchos grandes malas acciones.” Pero aquí uno no debería querer ahorrar. 

    La mala acción es como un forúnculo; pica, escuece y revienta, -habla con honestidad. “Mira, soy enfermedad.” – así habla la mala acción. Esa es su honestidad. 

    El pensamiento ruin es como el hongo: se arrastra y se esconde y no quiere estar en ningún sitio – hasta que el cuerpo entero está podrido y marchito por hongos ruines. 

    Pero al que está poseído por el demonio, le digo esta palabra al oído: “mejor aún que tires de tu demonio hasta que sea grande! También para tí hay aún un camino a la grandeza.” 

    ¡Ay, hermanos míos! ¡Uno sabe de cada cual un poco demasiado! Y algunos se nos vuelven transparentes, pero no por eso podemos atravesarlos del todo.  

    Es difícil vivir con los hombres, porque guardar silencio es tan difícil. Y no somos más injustos con quien nos desagrada, sino con aquel que no nos importa absolutamente nada. 

    Pero si tienes un amigo que sufre, entonces sé para su sufrimiento un lugar de descanso, pero como una cama dura, una cama de campaña: así es como le serás más útil. 

    Y si un amigo te hace mal, entonces di: “Te perdono lo que me hiciste; pero lo que tú te hiciste a ti mismo, ¿cómo podría yo perdonar eso?” Así habla todo gran amor: supera incluso el perdón y la compasión. 

    Uno debería sujetar el corazón; porque, si se lo deja ir, ¡qué pronto se le va a uno la cabeza! Ay, ¿dónde ocurrieron mayores locuras en el mundo que entre los compasivos? ¿Y qué ha causado en el mundo más sufrimiento que las locuras de los compasivos? ¡Pobres todos los que aman, y no tienen aún una altura que está por encima de su compasión!

    Una vez el demonio me habló así: “También Dios tiene su infierno: es su amor por los hombres.” Y recientemente le oí decir estas palabras: “Dios está muerto; murió de su compasión por el hombre.”

    Así que estad advertidos contra la compasión: ¡de ahí le llega todavía al hombre una nube pesada! En verdad, ¡entiendo de señales del clima! Pero atended a estas palabras: todo gran amor está todavía por encima de toda su compasión, porque quiere, lo amado, todavía – ¡crearlo!

    “A mí mismo me ofrendo a mi amor y a mis cercanos como a mí” – así va el discurso de todos los creadores. Pero todos los creadores son duros.

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.2. EN LAS ISLAS BIENAVENTURADAS

    Los higos caen de los árboles, están maduros y son dulces; y al caer, se les desgarra la piel roja. Soy un viento del norte para higos que maduran.

    Así, como higos, os caen estas enseñanzas, amigos míos: ¡Bebed ahora su jugo y su dulce pulpa! Es otoño en torno nuestro y el cielo está  puro, y es la tarde. ¡Mirad qué abundancia hay a nuestro alrededor!  Y desde la sobreabundancia es hermoso mirar hacia mares lejanos. Una vez se decía “Dios”,  al mirar  hacia a mares lejanos: pero ahora os he enseñado a decir: superhombre. 

    Dios es una conjetura; pero yo quiero que vuestra conjetura no se extienda más allá de vuestra voluntad creadora. ¿Podríais CREAR un Dios? Entonces, guardaos de hablarme de todos los dioses. Pero bien podríais crear al superhombre. ¡No quizás vosotros mismos, hermanos míos! Pero podríais transformaros en padres y antepasados de él: ¡Y ese sea vuestro mejor crear! 

    Dios es una conjetura: pero yo quiero que vuestro conjeturar esté limitado dentro de lo pensable. ¿Podríais PENSAR un Dios? ¡Pero que esto signifique para vosotros la voluntad de verdad, que todo sea transformado en pensable para el hombre, visible para el hombre, perceptible para el hombre! ¡Debeis llevar vuestro propio sentido hasta su último término!  

    Y lo que llamasteis mundo, deberá ser primero creado por vosotros: ¡vuestra razón, vuestra imagen, vuestra voluntad, vuestro amor -eso mismo deberá llegar a ser el mundo! Y en verdad, ¡para vuestra bienaventuranza, vosotros, los que conoceis!

    ¿Y cómo querríais soportar la vida sin esta esperanza, vosotros los que conoceis? No podeis haber nacido ni en lo incomprensible ni en lo irracional.    

    Pero para revelaros completamente mi corazon, amigos míos: SI hubiera dioses, cómo aguantaría yo no ser un dios. POR LO TANTO, no hay dioses. Bien, inferí yo esta conclusión; pero ahora ella me infiere a mí. 

    Dios es una conjetura: pero ¿quién bebería todo el tormento de esta conjetura sin morir? ¿Habrá de serle arrebatada al que crea su fe y al águila su volar en lejanías de águila? 

    Dios es un pensamiento que vuelve toda línea recta torcida y todo lo que está en pie vacilante. ¿Cómo? ¿El tiempo habría desaparecido y todo lo perecedero sería sólo mentira? Pensar esto es torbellino y vértigo para los huesos humanos y todavía un vomitar para el estómago; en verdad, la enfermedad vacilante llamo yo, a conjeturar tal cosa. Mala la llamo yo y enemiga del hombre: toda esta enseñanza de lo Uno, lo Pleno, lo Inmóvil, lo Colmado, y lo Imperecedero. Todo lo imperecedero – ¡eso es solamente una parábola! Y los poetas mienten demasiado.  

    Pero del tiempo y el devenir deben hablar las mejores parábolas: ¡un elogio deben ser y una justificación de toda transitoriedad!

    Crear – eso es la gran redención del sufrimiento, y el hacerse ligero de la vida. Pero para que el creador exista, para eso es necesario el sufrimiento y mucha transformación. ¡Sí, mucho amargo morir debe haber en vuestra vida, vosotros creadores! Así sois  defensores y justificadores de toda transitoriedad. Para que el creador mismo sea un niño que nazca de nuevo, para eso,  debe también querer ser la parturienta y los dolores de la parturienta. 

    En verdad, a través de cien almas recorrí mi camino y a través de cien cunas y dolores de parto. Muchos adioses he dicho ya, conozco las últimas horas que desgarran el corazón. Pero así lo quiere mi voluntad creadora, mi destino. O, para deciroslo más honestamente: precisamente tal destino, lo quiere mi voluntad. 

    Todo lo que siente sufre en mi y está en prisiones: pero mi querer viene a mi siempre como mi libertador y portador de alegría. Querer libera: esa es la verdadera doctrina acerca de la voluntad y la libertad – así os la enseña Zaratustra. ¡No querer más, no valorar más, no crear más! ¡Ay, que este gran cansancio permanezca siempre lejos de mi! También en conocer siento yo el placer de procrear y devenir de mi voluntad; y si hay inocencia en mi conocimiento, así ocurre, porque hay voluntad de procrear en él. Lejos de Dios y de los dioses me atrajo esta voluntad; ¿Qué habría para crear, si hubiera dioses? 

    Pero hacia el hombre me empuja siempre de nuevo, mi ferviente voluntad creadora; así empuja ella el martillo hacia la piedra. ¡Ah, vosotros hombres! en la piedra duerme para mí una imagen, ¡la imagen de mis imágenes! ¡Ay, que deba dormir en la piedra más dura, más fea! Ahora se enfurece mi martillo cruel contra su prisión.De la piedra se desprenden trozos: ¿Qué me importa eso? Quiero completarlo: pues una sombra vino a mi – de todas las cosas, la más quieta y la más ligera vino una vez a mi. La belleza del superhombre vino a mi como una sombra. Ay, hermanos míos! ¿Adonde se me han ido ahora los dioses?

    Así habló Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

  • 2.1. EL NIÑO CON EL ESPEJO

    Después de esto, Zaratustra regresó de nuevo a las montañas y a la soledad de su cueva, y se retiró de los hombres: esperando, como un sembrador que ha esparcido su semilla. Pero su alma se llenó de impaciencia y anhelo por aquellos a quienes ama: porque esto es lo más difícil, cerrar por amor la mano abierta y conservar el pudor como quien regala. 

    Así pasaron las lunas y los años para el solitario; pero su sabiduría creció y le causaba dolor por su abundancia. Pero una mañana despertó ya antes de la aurora rosada, permaneció largo tiempo en su lecho y finalmente habló a su corazón:

    ¿Por qué me asusté tanto en mi sueño que desperté? ¿No se me acercó un niño que portaba un espejo? “¡Oh Zaratustra -me dijo el niño- mírate en el espejo!” Pero cuando miré en el espejo, grité, y mi corazón se estremeció: porque no me ví a mí en él, sino el horrendo rostro de un demonio y su risa burlona. En verdad, demasiado bien entiendo los signos y la advertencia del sueño: mi enseñanza está en peligro, las malas hierbas quieren llamarse trigo. Mis enemigos se han vuelto poderosos y han desfigurado la imagen de mi enseñanza, de modo que mis más amados deben sentir verguenza de los dones que les dí. He perdido a mis amigos; me llegó la hora de buscar a los que he perdido.   

    Con estas palabras, Zaratustra se levantó de un salto, pero no como un asustado que busca aire, sino más bien como un vidente y un cantor, a quien asalta el espíritu. Su águila y su serpiente lo miraron con asombro, pues como la aurora rosada una dicha venidera se extendía sobre su rostro. 

    ¿Qué me ha sucedido, animales míos? -dijo Zaratustra. ¿No estoy transformado? ¿No me vino la dicha como un viento tempestuoso? Necia es mi felicidad y cosas necias dirá: todavía es demasiado joven – tened paciencia con ella. Estoy herido por mi dicha: todos los que sufren sean médicos para mí. Puedo volver a descender hacia mis amigos, ¡y también hacia mis enemigos! Zaratustra puede hablar de nuevo, y regalar, y hacer lo que más aman  los que ama. Mi amor impaciente fluye desbordado en torrentes, hacia el ascenso del sol y su ocaso. Desde  montañas silenciosas y tormentas de dolor irrumpe mi alma en los valles.   

    Durante demasiado tiempo anhelé y miré a lo lejos. Durante demasiado tiempo pertenecí a la soledad: así desaprendi  a permanecer en silencio. Boca me he vuelto por entero, y rugido de un torrente desde altas rocas:  abajo quiero precipitar mi discurso a los valles. ¡Y ojalá mi río de amor se hunda en lo intransitable! ¡Cómo no habría de encontrar un río finalmente su camino hacia el mar! Ciertamente hay un lago en mí, uno solitario, autosuficiente. Pero mi río de amor lo arrastra consigo hacia abajo -¡hacia el mar!

    Nuevos caminos recorro, un nuevo discurso llega a mí; me cansé, como todos los creadores, de las viejas lenguas. Mi espíritu ya no quiere caminar sobre suelas desgastadas. 

    Demasiado lento corre para mí todo discurso: -¡a tu carro salto, tormenta! Y también a ti quiero azotarte con mi maldad. 

    Como un grito y un víctor quiero ir sobre anchos mares hasta encontrar las islas felices donde están mis amigos. ¡Y mis enemigos entre ellos! Como amo ahora a todo aquel con quien puedo tan solo hablar! También mis enemigos pertenecen a mi dicha.

    Y cuando quiero montar mi caballo más salvaje, mi lanza es siempre la que mejor me ayuda a subir: ella es el sirviente más pronto de mi pie. ¡La lanza que lanzo contra mis enemigos! ¡Cuánto agradezco a mis enemigos que por fin pueda lanzarla!

    Demasiado grande fue la tensión de mi nube; entre risas de relámpagos quiero arrojar lluvias de granizo a las profundidades. Poderoso se elevará entonces mi pecho, poderoso soplará su tormenta sobre las montañas: así le llegará el alivio. ¡En verdad, como una tormenta llegan mi felicidad y mi libertad! Pero mis enemigos creerán que el maligno se enfurece sobre sus cabezas. 

    Si, también vosotros os asustaréis, amigos míos, de mi salvaje sabiduría; y quizás huyais de ella junto con mis enemigos. ¡Ay, que yo supiera atraeros de vuelta con flautas de pastor! ¡Ay, que mi leona sabiduría aprendiera a rugir con ternura! Y cuánto hemos aprendido ya el uno del otro!

    Mi salvaje sabiduría quedó preñada sobre montañas solitarias; sobre ásperas rocas dio a luz a su cría, la más joven. Ahora corre loca por el duro desierto y busca y busca un césped suave -¡mi vieja salvaje sabiduría. ¡Sobre el suave césped de vuestros corazones, amigos míos, sobre vuestro amor, pueda ella acostar a su más amado!

    Así hablo Zaratustra.

    Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.