[1] En tu ojo miré recientemente, oh vida: oro vi relucir en tu ojo-noche; mi corazón quedó inmóvil ante esa voluptuosidad. Una barca de oro vi relucir sobre aguas nocturnas, una barca que se hundía, bebía y de nuevo hacía señas, un barquichuelo oscilante de oro. A mi pie, frenético por danzar, lanzaste una mirada, una mirada oscilante, risueña, interrogante, fundente. Apenas dos veces agitaste tu crótalo con manos pequeñas: y ya oscilaba mi pie, por frenesí de danzar.
Mis talones se alzaron, mis dedos de los pies escucharon con atención para entenderte: pues el danzarín lleva el oído en los dedos de los pies.
Salté hacia ti: entonces huiste de mi salto; y me lengüeteó la huidiza, voladora lengua de tu pelo.
Salté lejos de ti y de tus serpientes; entonces ya estabas allí, medio vuelta, el ojo lleno de deseo.
Con torcidas miradas me enseñas torcidas sendas; sobre torcidas sendas aprende mi pie mañas.
Te temo en la cercanía, te amo en la distancia; tu huida me atrae, tu buscar me frena: sufro, ¿pero qué no sufrí por ti con agrado?
Aquella cuyo frío inflama, cuyo odio tienta, cuya huida ata, cuyo escarnio agita.
¿Quién no te odió a ti, a ti, gran atadora, tentadora, buscadora, halladora? ¿Quién no te amó a ti, a ti, inocente, impaciente, con alma de viento, pecadora con ojos infantiles?
¿Adónde me arrastras ahora, tú, prodigio y desatada? Y ahora me huyes de nuevo, tú, dulce criatura montaraz e ingratitud.
Danzo tras de ti, te sigo también sobre débil huella. ¿Dónde estás? ¡Dame la mano! ¡O un dedo solo!
Aquí hay cuevas y espesuras; nos perderemos. ¡Alto! ¡Queda inmóvil! ¿No ves búhos y murciélagos zumbando en vuelo?
¡Tú, búho! ¡Tú, murciélago! ¿Quieres parodiarme? ¿Dónde estamos? De los perros aprendiste ese aullar y ese ladrar.
Desnudas graciosamente blancos dientecillos para mí; tus ojos perversos saltan hacia mí desde melenita rizada.
Esta es una danza sobre troncos y piedras: soy el cazador; ¿quieres ser mi perro o mi gamuza?
¡Ahora a mi lado! ¡Y deprisa, taimada saltarina! ¡Ahora arriba! ¡Y al otro lado! ¡Ay! ¡Entonces caí yo mismo al saltar!
Oh mírame tú, desmesura, yacer e implorar clemencia. Con gusto querría recorrer contigo más encantadores senderos.
Los caminos del amor a través de silenciosos, multicolores matorrales. O a lo largo del lago: ahí nadan y danzan peces de colores.
¿Estás ahora cansada? Por ahí hay ovejas y el arrebol de la tarde. ¿No es hermoso dormir cuando los pastores tocan la flauta?
¿Estás tan terriblemente cansada? Te llevo hasta allí; deja solo los brazos caer. Y si tienes sed, tendría quizá algo… pero tu boca no lo quiere beber.
¡Oh esta maldita, ágil, flexible serpiente y escurridiza bruja! ¿Dónde te has ido? Pero en mi cara siento, de tu mano, dos toques y dos manchas rojas.
Estoy, en verdad, cansado de siempre ser tu pastor ovejuno. Tú, bruja, he cantado yo para ti hasta ahora; ahora has de gritar tú para mí.
¡Al compás de mi látigo has de danzar y gritar para mí! ¿No olvidé el látigo, verdad? — ¡No!
[2] Entonces me replicó la vida así y al mismo tiempo se tapaba las delicadas orejas: «¡Oh Zaratustra, no chasques tan terriblemente con tu látigo! Lo sabes, sí: el ruido asesina los pensamientos, — y justo ahora me vienen pensamientos tan tiernos. Somos ambos los dos auténticos no-bien-hechores y no-mal-hechores. Más allá del bien y del mal encontramos nuestra isla y nuestra verde pradera — nosotros dos solos. Por eso debemos ser afectuosos el uno con el otro. Y aunque no nos amemos desde el fondo del corazón, ¿debe sentirse resquemor por no amarse desde el fondo del corazón? Y que yo soy afectuosa contigo y, a menudo, demasiado afectuosa, eso lo sabes; y el fondo de ello es que estoy celosa de tu sabiduría. ¡Ah, esa loca y vieja necia, la sabiduría! Si tu sabiduría alguna vez se te escapara corriendo, ¡ay!, entonces también mi amor correría enseguida lejos de ti.»
A continuación la vida miró pensativa hacia atrás y en torno suyo y dijo en voz baja: «¡Oh Zaratustra, no me eres lo bastante fiel! No me amas ni de lejos tanto como dices; sé que piensas en que quieres abandonarme pronto. Hay una vieja y pesada, muy pesada campana zumbona que por la noche hace llegar su zumbido hasta tu cueva: — cuando oyes a esa campana dar la hora de medianoche, entonces, entre una y doce, piensas en ello — piensas en ello, oh Zaratustra, lo sé, en que quieres abandonarme pronto.»
«Sí —repliqué vacilante—, pero tú también lo sabes…» Y le dije algo al oído, justo en medio de sus enredados, amarillos, locos mechones de pelo. «Tú sabes eso, ¡oh Zaratustra! Eso no lo sabe nadie.» Y nos miramos y miramos hacia la verde pradera, sobre la cual justo entonces el fresco atardecer corría, y lloramos juntos. Pero entonces la vida me fue más querida que nunca antes toda mi sabiduría.
Así habló Zaratustra.
[3]¡Uno!
¡Oh hombre, presta atención!
¡Dos!
¿Qué dice la profunda medianoche?
¡Tres!
«Yo dormía, dormía —»
¡Cuatro!
«De profundo sueño he despertado —»
¡Cinco!
«El mundo es profundo,»
¡Seis!
«Y más profundo de lo que el día pensó.»
¡Siete!
«Profundo es su dolor —»
¡Ocho!
«El placer — más profundo aún que el dolor del corazón:»
¡Nueve!
«El dolor dice: ¡pasa!»
¡Diez!
«Pero todo placer quiere eternidad —»
¡Once!
«— quiere profunda, profunda eternidad.»
¡Doce!»
Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.
Leave a comment