Amigos míos, una burla llegó a vuestro amigo: “¡Mirad a Zaratustra! ¿No camina entre nosotros como si anduviera entre bestias?”
Pero así está mejor dicho: “El que conoce camina entre los hombres como entre bestias.”
Pero el hombre mismo es, para el que conoce: la bestia, de mejillas rojas. ¿Cómo le sucedió esto? ¿No es porque ha debido avergonzarse con demasiada frecuencia? ¡Oh, amigos míos! Así habla el que conoce: vergüenza, vergüenza, vergüenza – esa es la historia del hombre. Y por eso el noble se impone no avergonzar: vergüenza se impone ante todo lo que sufre.
En verdad, no me gustan los misericordiosos, los que se sienten bienaventurados en su compasión: les falta demasiado la vergüenza. Si he de ser compasivo, no quiero llamarme así; y si lo soy, que sea con gusto, desde lejos.
Con gusto cubro también mi cabeza y huyo de allí, antes de ser reconocido: ¡y así os exhorto también a vosotros, amigos míos! ¡Ojalá mi destino me haga cruzarme en el camino con seres libres de dolor, como vosotros, y con tales con quienes me sea dado compartir la esperanza, el pan y la miel. En verdad, hice esto y aquello por los que sufren, pero siempre me pareció obrar mejor así, cuando aprendía a alegrarme mejor. Desde que existen los hombres, el hombre ha sabido alegrarse demasiado poco: ¡ese solo, hermanos míos, es nuestro pecado original! Y si aprendemos a alegrarnos mejor, entonces desaprendemos de la mejor manera a causar dolor a otros y a imaginar el dolor.
Por eso me lavo la mano que ayudó al que sufre, por eso me limpio también el alma. Porque vi sufrir al que sufre, y de ello me avergoncé, por consideración a su verguenza; y al ayudarle, atenté gravemente contra su orgullo.
Las grandes deudas no engendran gratitud, sino sed de venganza; y si no se olvida el pequeño favor, hasta de él nace un gusano que roe.
“¡Sed reacios al aceptar! ¡Distinguíos por el modo en que aceptáis!” – así aconsejo yo a quienes no tienen nada que regalar.
Yo, sin embargo soy uno que regala: con gusto regalo, como amigo a los amigos. Pero los extraños y los pobres que recojan ellos mismos el fruto de mis árboles: así se averguenzan menos.
¡Los mendigos, sin embargo, uno debería suprimirlos por completo! En verdad, a uno le incomoda darles, y le incomoda no darles.
¡Y lo mismo los pecadores y las malas conciencias! Creedme, amigos míos: el remordimiento enseña a morder.
Pero las peores cosas son los pensamientos ruines. En verdad, mejor mal hecho que pensado con ruindad.
Es cierto que decís: “El placer en las malicias ruines nos ahorra muchos grandes malas acciones.” Pero aquí uno no debería querer ahorrar.
La mala acción es como un forúnculo; pica, escuece y revienta, -habla con honestidad. “Mira, soy enfermedad.” – así habla la mala acción. Esa es su honestidad.
El pensamiento ruin es como el hongo: se arrastra y se esconde y no quiere estar en ningún sitio – hasta que el cuerpo entero está podrido y marchito por hongos ruines.
Pero al que está poseído por el demonio, le digo esta palabra al oído: “mejor aún que tires de tu demonio hasta que sea grande! También para tí hay aún un camino a la grandeza.”
¡Ay, hermanos míos! ¡Uno sabe de cada cual un poco demasiado! Y algunos se nos vuelven transparentes, pero no por eso podemos atravesarlos del todo.
Es difícil vivir con los hombres, porque guardar silencio es tan difícil. Y no somos más injustos con quien nos desagrada, sino con aquel que no nos importa absolutamente nada.
Pero si tienes un amigo que sufre, entonces sé para su sufrimiento un lugar de descanso, pero como una cama dura, una cama de campaña: así es como le serás más útil.
Y si un amigo te hace mal, entonces di: “Te perdono lo que me hiciste; pero lo que tú te hiciste a ti mismo, ¿cómo podría yo perdonar eso?” Así habla todo gran amor: supera incluso el perdón y la compasión.
Uno debería sujetar el corazón; porque, si se lo deja ir, ¡qué pronto se le va a uno la cabeza! Ay, ¿dónde ocurrieron mayores locuras en el mundo que entre los compasivos? ¿Y qué ha causado en el mundo más sufrimiento que las locuras de los compasivos? ¡Pobres todos los que aman, y no tienen aún una altura que está por encima de su compasión!
Una vez el demonio me habló así: “También Dios tiene su infierno: es su amor por los hombres.” Y recientemente le oí decir estas palabras: “Dios está muerto; murió de su compasión por el hombre.”
Así que estad advertidos contra la compasión: ¡de ahí le llega todavía al hombre una nube pesada! En verdad, ¡entiendo de señales del clima! Pero atended a estas palabras: todo gran amor está todavía por encima de toda su compasión, porque quiere, lo amado, todavía – ¡crearlo!
“A mí mismo me ofrendo a mi amor y a mis cercanos como a mí” – así va el discurso de todos los creadores. Pero todos los creadores son duros.
Así habló Zaratustra.
Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.
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