[1] Cuando Zaratustra se despidió de la ciudad que estaba ligada a su corazón cuyo nombre es: “la vaca multicolor” – muchos le siguieron, los que se llamaban a sí mismos sus discípulos y le hacían compañía. Así llegaron a un cruce de caminos: allí les dijo Zaratustra que a partir de ahora quería ir solo; pues era amigo de andar en soledad. Sus discípulos, sin embargo, le entregaron como regalo de despedida un bastón en cuya empuñadura de oro una serpiente se enroscaba alrededor del sol. Zaratustra se alegró del bastón y se apoyó en él; entonces habló así a sus discípulos:
Decidme: ¿cómo llegó el oro a tener el más alto valor? Porque es poco común, e inútil, y brillante, y suave en su resplandor; se entrega siempre a sí mismo. Solo como imagen de la más alta virtud llegó el oro a tener el más alto valor. Como el oro brilla la mirada del que regala. El resplandor del oro sella la paz entre la luna y el sol. Poco común es la más alta virtud, e inútil, brillante es y suave en su resplandor: una virtud que regala es la más alta virtud.
En verdad, os adivino bien, discípulos míos: os esforzais, lo mismo que yo, por alcanzar la virtud que regala. ¿Qué tendríais en común con gatos y lobos? Esa es vuestra sed, convertiros a vosotros mismos en sacrificios y regalos: y por eso tenéis sed de acumular todas las riquezas en vuestra alma. Insaciable se esfuerza vuestra alma por alcanzar tesoros y joyas, porque vuestra virtud es insaciable en querer dar. Obligáis a todas las cosas a ir hacia vosotros y a entrar en vosotros para que fluyan de nuevo desde vuestra fuente como regalos de vuestro amor. En verdad en saqueador de todos los valores debe convertirse tal amor que regala; pero sano y sagrado llamo yo a este egoísmo.
Hay otro egoísmo, uno demasiado pobre, uno hambriento, que siempre quiere robar, ese es el egoísmo de los enfermos, el egoísmo enfermo. Con el ojo del ladrón mira todo lo que brilla; con la avaricia del hambre mide al que tiene para comer con abundancia; y siempre se arrastra alrededor de la mesa de los que regalan. Enfermedad habla desde tal deseo y degeneración invisible; de un cuerpo enfermo habla la avaricia ladrona de ese egoísmo.
Decidme, hermanos míos: ¿qué consideramos malo y lo peor? ¿No es la degeneración? Y siempre señalamos degeneración allí donde falta el alma que regala. Hacia arriba va nuestro camino, de la especie a la superespecie. Pero un horror es para nosotros el sentido degenerante que dice: “¡Todo para mí!” Hacia arriba vuela nuestro sentido: así es una parábola de nuestro cuerpo, una parábola de elevación. Parábolas de tales elevaciones son los nombres de las virtudes.
Así va el cuerpo a través de la historia, algo que deviene y que lucha. ¿Y el espíritu? Heraldo, compañero y eco de sus luchas y victorias.
Parábolas son todos los nombres del bien y del mal: no hablan, tan sólo hacen señas. Necio es quien pretende obtener conocimiento a partir de ellas.
Prestad atención, hermanos míos, a cada hora en que vuestro espíritu quiera hablar en parábolas: ahí está el origen de vuestra virtud. Elevado está allí vuestro cuerpo y resucitado; con su gozo extasía al espíritu, para que se convierta en creador, tesorero, amante y benefactor de todas las cosas.
Cuando vuestro corazón hierve, ancho y pleno, como un río, una bendición y un peligro para los residentes: ahí está el origen de vuestra virtud.
Cuando estáis por encima de la alabanza y la censura, y vuestra voluntad quiere mandar sobre todas las cosas, como la voluntad de un amante: ahí está el origen de vuestra virtud.
Cuando despreciais lo placentero, y la cama blanda, y no podéis acostaros lo suficientemente lejos de los blandos: ahí está el origen de vuestra virtud.
Cuando sois volientes de una única voluntad, y este viraje de toda necesidad lo llamais necesidad: ahí está el origen de vuestra virtud.
En verdad: ¡es un nuevo bien y mal! En verdad: un nuevo, profundo murmullo, y la voz de una nueva fuente.
Poder es ella, esta nueva virtud; un pensamiento dominante es ella, y en torno a él, un alma sabia: un sol dorado, y en torno a él, la serpiente del conocimiento.
[2] Aquí permaneció en silencio Zaratustra un rato y miró con amor a sus discípulos. Luego pasó a hablar así: – y su voz se habia transformado.
Permanecedme fieles a la tierra, hermanos míos, ¡con el poder de vuestra virtud! Que vuestro amor que regala y vuestro conocimiento sirvan al sentido de la tierra. Así os lo pido y os lo conjuro. No la déjeis volar fuera de lo terrenal, ni que golpee con sus alas contra muros eternos. ¡Ay, siempre hubo tanta virtud extraviada en el vuelo! Llevad, como yo, la virtud extraviada en su vuelo de vuelta a la tierra -sí, de vuelta al cuerpo y la vida-, para que dé a la tierra su sentido, ¡un sentido humano!
Cien veces se extraviaron en su vuelo y se equivocaron tanto el espíritu como la virtud. ¡Ay, en nuestro cuerpo habita aún ahora toda esa locura y ese error! Cuerpo y voluntad se han vuelto allí.
Cien veces intentaron y erraron, hasta ahora, tanto el espíritu como la virtud. Sí, un intento fue el hombre. ¡Ay, mucha ignorancia y error se han vuelto cuerpo en nosotros!
No solo la razón de milenios, también su locura hace erupción en nosotros. Es peligroso ser heredero. Todavía luchamos paso a paso con el gigante azar, y sobre toda la humanidad ha reinado hasta ahora el sinsentido, la falta de sentido.
Que vuestro espíritu y vuestra virtud sirvan al sentido de la tierra, hermanos míos; y que el valor de todas las cosas sea nuevamente establecido por vosotros. ¡Por eso habréis de ser luchadores! ¡Por eso habéis de ser creadores!
Sabiendo se purifica el cuerpo; intentando con saber se eleva; al que conoce se le santifican todos los impulsos; al elevado se le vuelve el alma alegre.
Medico, ayúdate a ti mismo: así también ayudas todavía a tu enfermo. Que esa sea su mejor ayuda: ver con sus ojos a aquel que se cura a sí mismo.
Hay mil senderos que aún no han sido recorridos; mil saludes, y oblicuas islas de vida. Inagotado y sin descubrir es todavía el hombre, y la tierra del hombre.
¡Despertad y escuchad, vosotros solitarios! Desde el futuro llegan vientos con furtivo batir de alas; y a los oídos finos se proclama la buena nueva.
Vosotros, solitarios de hoy, vosotros, los que os apartais, vosotros algún día seréis un pueblo: de vosotros, que os escogisteis a vosotros mismos, surgira un pueblo escogido: – y de él el superhombre.
¡En verdad, un lugar de recuperación ha de convertirse todavía la tierra! Y ya se extiende un nuevo aroma a su alrededor, uno que trae salvación, – ¡y una nueva esperanza!
[3] Cuando Zaratustra hubo pronunciado estas palabras, permaneció en silencio, como quien no ha dicho aún su última palabra. Largo tiempo sopesó el bastón, dudando, en su mano. Finalmente habló así: – y su voz se había transformado.
Ahora me voy solo, discípulos míos. Iros ahora vosotros -y solos. Así lo quiero. En verdad os aconsejo: alejaos de mí, ¡y guardaos de Zaratustra! Y mejor aún: avergonzaos de él. Quizás os engañó.
El hombre de conocimiento debe no sólo amar a sus enemigos, sino también poder odiar a sus amigos.
Se recompensa mal a un maestro cuando se permanece siempre tan solo alumno. ¿Y por qué no quereis arrancarme la corona?
Me veneráis; pero ¿y si vuestra veneración un día se derrumba? ¡Cuidaos de que no os mate una estatua!
¿Decís que creeis en Zaratustra? ¡Pero qué importa Zaratustra! Vosotros sois mis creyentes: ¡pero qué importan todos los creyentes! Todavía no os habíais buscado: entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes; por eso importa tan poco toda fe.
Ahora os llamo a perderme y a encontraros; y solo cuando todos me hayais negado, volveré de nuevo a vosotros.
En verdad, con otros ojos, hermanos míos, buscaré entonces a los míos perdidos; con otro amor os amaré entonces.
Y una vez más os habréis vuelto mis amigos, y niños de una única esperanza; entonces estaré con vosotros por tercera vez, para celebrar con vosotros el gran mediodía.
Y ese es el gran mediodía: cuando el hombre se encuentra en mitad de su senda, entre el animal y el superhombre, y celebra su camino hacia la tarde como su más alta esperanza; pues es el camino hacia una nueva mañana.
Entonces se bendecirá a sí mismo el que desciende, para ser uno que traciende; y el sol de su conocimiento le estará en el mediodía.
“Muertos están todos los dioses; ahora queremos que viva el superhombre.”- Que esta sea alguna vez, en el gran mediodía, nuestra última voluntad.
Así habló Zaratustra.
Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.
Leave a comment