2.15. DEL SABER SIN MANCHA

Cuando ayer salió la luna, imaginé que quería dar a luz a un sol: tan ancha y preñada yacía en el horizonte. Pero fue un mentiroso para mí con su embarazo; y antes quiero creer en el hombre en la luna que en la mujer.

Ciertamente, poco hombre es también este tímido noctámbulo. En verdad, con mala conciencia camina sobre los tejados. Pues es lascivo y celoso, el monje en la luna, lascivo de la tierra y de todas las alegrías de los amantes.

¡No, no me gusta ese gato sobre los tejados! Me resultan repulsivos todos los que se deslizan furtivamente alrededor de ventanas medio cerradas. Piadoso y callado camina sobre alfombras de estrellas — pero no me gustan los pies de hombre que pisan quedamente y en los que ni siquiera una espuela tintinea. Todo paso honesto habla; pero el gato se escabulle por la tierra. ¡Mira! Gatuna viene de allí la luna, y deshonesta.

Esta parábola os la doy a vosotros, hipócritas sentimentales, a vosotros, los “conocedores puros”. ¡A vosotros os llamo — lascivos!

También vosotros amáis la tierra y lo terrenal: ¡os adiviné bien! Pero hay vergüenza en vuestro amor, y mala conciencia — ¡os parecéis a la luna! Al desprecio de lo terrenal se ha persuadido a vuestro espíritu, pero no a vuestras vísceras: ¡y ellas son lo más fuerte en vosotros! Y ahora se avergüenza vuestro espíritu de servir a vuestras vísceras, y recorre, por vergüenza, senderos furtivos y mentirosos.

“Eso sería para mí lo más alto — así se habla vuestro mentiroso espíritu a sí mismo —: mirar la vida sin deseo, y no como el perro con la lengua colgante. Ser feliz en la contemplación, con la voluntad extinguida, sin el afán de asir ni la codicia del egoísmo — frío y gris ceniza en todo el cuerpo, pero con embriagados ojos de luna.” “Eso sería para mí lo más amado — así se seduce a sí mismo el seducido —: amar la tierra como la ama la luna, y tocar su belleza solamente con el ojo.” “Y a eso llamo conocimiento sin mancha de todas las cosas: que no quiero nada de ellas, salvo que se me permita yacer ante ellas como un espejo con cien ojos.”

¡Oh, vosotros, hipócritas sentimentales, vosotros lascivos! Os falta la inocencia en el deseo, y por eso calumniáis el deseo. En verdad, no como los que crean, los que engendran y los que se gozan en el devenir amáis la tierra. ¿Dónde está la inocencia? Donde hay voluntad de engendrar. Y quien quiere crear más allá de sí mismo, ese tiene para mí la voluntad más pura.

¿Dónde hay belleza? Donde debo querer con toda mi voluntad; donde quiero amar y perecer para que una imagen no se quede solo en imagen. Amar y perecer: eso rima desde eternidades. Voluntad de amor: eso es estar también dispuesto a la muerte. ¡Así os hablo a vosotros, cobardes!

¡Pero ahora, vuestra castrada bizquera quiere llamarse “contemplación”! ¡Y lo que se deja tocar con ojos cobardes ha de ser bautizado como “hermoso”! ¡Oh vosotros, profanadores de nobles nombres!

Pero esto ha de ser vuestra maldición, vosotros sin mancha, vosotros conocedores puros: que nunca daréis a luz, ¡aunque yacéis anchos y preñados en el horizonte! En verdad, os llenáis la boca de nobles palabras, ¿y hemos de creer que os rebosa el corazón, vosotros mentirosos? Pero mis palabras son palabras humildes, despreciadas, torcidas: con gusto recojo lo que cae bajo la mesa de vuestros banquetes. Siempre puedo todavía, con ellas — ¡decir la verdad a los hipócritas! Sí, mis espinas de pescado, mis conchas y hojas espinosas han de — ¡cosquillear las narices de los hipócritas! Mal aire hay siempre alrededor de vosotros y de vuestras comidas: vuestros pensamientos lascivos, vuestras mentiras y secretos, sí, están en el aire. ¡Atreveos al menos una vez a creer en vosotros mismos — en vosotros y en vuestras vísceras! El que no se cree a sí mismo, miente siempre.

La máscara de un dios colgasteis delante de vosotros mismos, vosotros “puros”; y a esa máscara de dios se arrastró vuestra horrible lombriz. En verdad, engañáis, vosotros “contemplativos”. También Zaratustra fue una vez el necio de vuestra divina piel: no adivinó las espirales de serpiente de las que estaba rellena. ¡El alma de un dios imaginé una vez jugar en vuestros juegos, vosotros conocedores puros! ¡Ningún arte mejor imaginé entonces que vuestras artes! Podredumbre de serpiente y mal olor me ocultó la distancia, y que la astucia lujuriosa de una lagartija reptaba por aquí.

Pero me acerqué a vosotros: entonces llegó a mí el día — y ahora os llega a vosotros. ¡Se acabó el amorío de la luna! ¡Mirad! Sorprendida y pálida está ahí — ante la aurora roja. Porque ya llega, la incandescente — ¡llega su amor por la tierra! Inocencia y deseo creador es todo amor del sol.

¡Mirad cómo llega impaciente sobre el mar! ¿No sentís la sed y el aliento ardiente de su amor? En el mar quiere sorber, y beber su profundidad hacia sí, hacia lo alto: entonces se alza el deseo del mar con mil pechos. Besado y sorbido quiere ser por la sed del sol; ¡quiere convertirse en aire, en altura, en sendero de la luz, y en luz él mismo!

En verdad, como el sol amo yo la vida y todos los mares profundos. Y a esto llamo saber: que todo lo profundo ha de subir — ¡a mi altura!

Así habló Zaratustra


Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

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