2.7. DE LAS TARÁNTULAS

Mira, esta es la cueva de la tarántula! ¿Queréis verla a ella misma? Aquí cuelga su red: tócala, para que se estremezca.

Ahí viene de buena gana: ¡bienvenida, tarántula! Negro reposa sobre tu espalda tu triángulo y tu emblema; y sé también lo que reposa en tu alma. Venganza reposa en tu alma: donde muerdes, allí crece una negra costra; con venganza tu veneno hace que el alma se tambalee.

¡Así os hablo yo a vosotros en parábola, a los que hacéis que el alma se tambalee, vosotros predicadores de la igualdad! ¡Tarántulas sois para mí y vengativos camuflados! Pero pronto sacaré a la luz vuestros escondrijos: por eso os río en la cara mi risa de la altura. Por eso desgarro vuestra red, para que vuestra rabia os saque de vuestra cueva de mentiras y vuestra venganza salte de repente de detrás de vuestra palabra “justicia”. Porque que el hombre sea redimido de la venganza: eso es para mí el puente hacia la más alta esperanza y un arcoíris después de largas tormentas.

Pero las tarántulas, por supuesto, lo quieren de otro modo. “A esto, precisamente, lo llamamos nosotras justicia: que el mundo se llene de las tormentas de nuestra venganza” —así hablan unas con otras. “Venganza queremos ejercer, e insulto, contra todos los que no son como nosotras” —así se juramentan los corazones de tarántula. “Y ‘voluntad de igualdad’ —ese mismo será en adelante el nombre de la virtud; ¡y contra todo lo que tiene poder queremos alzar nuestro grito!”

Vosotros predicadores de la igualdad: el delirio tiránico de la impotencia grita así desde vosotros por “igualdad”; así se embozan vuestros más secretos anhelos tiránicos en palabras de virtud. Amargada arrogancia, contenida envidia —quizá la arrogancia y la envidia de vuestros padres— brota desde vosotros como llama, y como delirio de venganza.

Lo que el padre calló, eso llega en el hijo a la palabra; y a menudo he encontrado al hijo como el secreto desvelado del padre.

Se parecen a los entusiastas: pero no es el corazón lo que los entusiasma, sino la venganza. Y cuando se vuelven refinados y fríos, no es el espíritu, sino la envidia la que los hace refinados y fríos. Sus celos los conducen también por las sendas de los pensadores; y esta es la marca de sus celos: siempre van demasiado lejos, de modo que su cansancio finalmente aún ha de acostarse a dormir en la nieve. En cada queja suya resuena la venganza; en cada alabanza suya hay una maleficencia; y ser juez les parece felicidad.

Pero yo os aconsejo así, amigos míos: desconfiad de todos en quienes el impulso a castigar es poderoso. Esa es gente de mala especie y origen; desde sus rostros mira el verdugo y el perro rastreador. ¡Desconfiad de todos aquellos que hablan mucho de su justicia! En verdad, a sus almas no solo les falta la miel. Y cuando se llaman a sí mismos “los buenos y justos”, no olvidéis entonces que, para ser fariseos, no les falta más que… ¡poder!

Amigos míos, no quiero ser mezclado ni confundido con otros. Hay quienes predican mi enseñanza sobre la vida, y al mismo tiempo son predicadores de igualdad y tarántulas. Que hablen a favor de la vida, aunque estén sentadas en sus cuevas, esas arañas venenosas apartadas de la vida: eso se debe a que con ello quieren hacer daño. Quieren hacer daño a los que ahora tienen el poder; porque entre estos es donde la predicación de la muerte sigue encontrando mejor acomodo. Si fuera de otro modo, entonces las tarántulas enseñarían de otro modo; pues precisamente ellas, antaño, fueron las mayores calumniadoras del mundo y las más fervientes quemadoras de herejes.

Con estos predicadores de igualdad no quiero ser mezclado ni confundido. Porque así me habla a mí la justicia: “los hombres no son iguales”. ¡Y tampoco deberían llegar a serlo! ¿Cuál sería entonces mi amor al superhombre, si hablara de otro modo?

Sobre mil puentes y pasarelas se agolparán hacia el futuro, y siempre más guerra y desigualdad serán establecidas entre ellos: ¡así me hace hablar mi gran amor! En inventores de imágenes y fantasmas se convertirán en sus hostilidades, y con sus imágenes y fantasmas aún lucharán unos contra otros la lucha más alta. Bien y mal, y rico y pobre, y alto y bajo, y todos los nombres de los valores: serán armas y sonoros signos de que la vida debe superarse a sí misma una y otra vez.

En la altura quiere construirse, con pilares y escaleras, la vida a sí misma; quiere mirar a remotas lejanías y a dichosas bellezas —por eso necesita altura. Y porque necesita altura, necesita escaleras y oposición entre las escaleras y los que ascienden. Ascender quiere la vida y, ascendiendo, superarse a sí misma.

¡Y mirad, no obstante, amigos míos! Aquí, donde está la cueva de la tarántula, se alzan hacia lo alto las ruinas de un antiguo templo —¡miradmelo, no obstante, con ojos iluminados! En verdad, quien aquí un día apiló sus pensamientos en piedra hacia lo alto, sabía, como los más sabios, sobre el secreto de toda vida: que hay lucha y desigualdad también en la belleza, y guerra por el poder y la supremacía. Eso nos lo enseña aquí en la más clara parábola. Cómo, divinamente, aquí bóveda y arco se interrumpen en combate; cómo, con luz y sombra, se esfuerzan uno contra otro los que divinamente se esfuerzan. Así, seguros y bellos, seamos nosotros también enemigos, amigos míos: ¡divinamente queramos esforzarnos uno contra otro!

¡Ay! ¡Ahí me mordió a mí mismo la tarántula, mi vieja enemiga! ¡Divinamente segura y bella me mordió en el dedo! “Castigo debe haber, y justicia” —así piensa—: “¡no en vano cantará aquí canciones en honor de la enemistad!”

¡Sí, se ha vengado! Y, ¡ay!, ahora hará tambalear también mi alma con venganza. Pero para que yo no me tambalee, sin embargo, amigos míos, ¡atadme fuerte aquí a esta columna! ¡Mejor seré estilita que remolino de venganza!

En verdad, Zaratustra no es ningún remolino ni torbellino; y, si es un bailarín, nunca, no obstante, un bailarín de tarántula.

Así habló Zaratustra.

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