¿Por qué te arrastras tan tímido a través del crepúsculo, Zaratustra? ¿Y qué pones a salvo prudente bajo tu manto? Es un tesoro que te fue regalado? O un niño que te nació? O vas tú mismo ahora por los caminos de los ladrones, tú amigo de los malos?
¡En verdad, hermano mío! dijo Zaratustra, es un tesoro que me fue regalado: una pequeña verdad es la que llevo. Pero es rebelde como un niño pequeño; y si no le sujeto la boca, grita demasiado alto.
Cuando hoy caminaba solo por mi camino, a la hora en que el sol se pone, me salió al encuentro una mujercita vieja y le habló así a mi alma: “Mucho nos habló Zaratustra también a nosotras, las mujeres, pero nunca nos habló sobre la mujer.” Y yo le respondí: “sobre la mujer se debe hablar solo a los hombres.” “Háblame también a mí de la mujer, dijo ella; soy lo suficientemente vieja para olvidarlo enseguida otra vez.” Y yo obedecí a la viejecita y le hablé así.
“Todo en la mujer es un acertijo, y todo en la mujer tiene una solución: se llama preñez. El hombre es para la mujer un medio: el fin es siempre el niño. ¿Pero qué es la mujer para el hombre?”
Dos cosas quiere el verdadero hombre: peligro y juego. Por eso quiere a la mujer como el juguete más peligroso. El hombre debe ser educado para la guerra y la mujer para la recreación del guerrero: todo lo demás es necedad. Frutos demasiado dulces – no quiere el guerrero. Por eso quiere a la mujer; amarga es aún la mujer más dulce. Mejor que un hombre entiende la mujer a los niños, pero el hombre es más niño que la mujer.
En el verdadero hombre hay un niño escondido: quiere jugar. ¡Vamos, mujeres, descubridme al niño en el hombre! Un juguete sea la mujer, puro y delicado, como la piedra preciosa irradiada por las virtudes de un mundo que aún no es. Que el rayo de una estrella brille en vuestro amor! Que vuestra esperanza se llame: ¡pueda yo dar a luz al sobrehombre!
¡Que en vuestro amor haya coraje! ¡Con vuestro amor habéis de abalanzaros sobre aquel que os infunde miedo! ¡Que en vuestro amor esté vuestro honor! Poco entiende sino la mujer del honor. Pero que este sea vuestro honor, siempre amar más, de lo que sois amadas, y nunca ser segundas.
Que el hombre tenga miedo a la mujer cuando ella ama: entonces toma sobre sí cualquier sacrificio, y cualquier otra cosa carece para ella de valor. Que el hombre tema a la mujer cuando ella odia: porque el hombre es en el fondo de su alma solamente malo, la mujer, sin embargo, es allí maligna. ¿A quién odia la mujer más? – Así habló el hierro al imán: “te odio a tí más, porque atraes, pero no eres suficientemente fuerte para arrastrar hasta tí.”
La felicidad del hombre se llama: yo quiero; la felicidad de la mujer se llama: él quiere. “Mira, justo ahora se volvió el mundo perfecto” – así piensa toda mujer cuando obedece desde un amor total. Y obedecer debe la mujer y encontrar una profundidad para su superficie. Superficie es la inclinación de la mujer, una movediza, tormentosa piel que emerge desde un agua poco profunda. La inclinación del hombre sin embargo es profunda: su río ruge en el interior de cavernas subterráneas. La mujer presiente su poder, pero no lo comprende
Entonces me contestó la vieja mujercita: “Muchas cosas corteses dijo Zaratustra y en particular para aquellos que son suficientemente jóvenes para ello. ¡Es extraño, Zaratustra conoce poco a las mujeres y sin embargo tiene sobre ellas razón! ¿Sucede esto porque con las mujeres ninguna cosa es imposible? Y ahora toma en agradecimiento una pequeña verdad. ¡Soy ciertamente suficientemente vieja para ella! Envuélvela y sujétale la boca, si no, gritará demasiado alto esta pequeña verdad.
“¡Dáme, mujer, tu pequeña verdad!” Dije yo. Y así habló la vieja mujercita:
“¿Vas hacia mujeres? ¡No olvides el látigo!”
Así habló Zaratustra.
Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.
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