2.16. DE LOS ERUDITOS

Cuando yacía dormido, una oveja comió de la corona de hiedra de mi cabeza —comía y decía además: «Zaratustra no es ya erudito.» Dijo eso y se fue pavoneándose y orgullosa. Un niño me lo contó.

Con gusto yago aquí, donde los niños juegan, junto al muro derrumbado, entre los cardos y las rojas amapolas. Todavía soy un erudito para los niños, y también para los cardos y las rojas amapolas. Inocentes son aún en su malicia. Pero para las ovejas no lo soy ya: así lo quiere mi suerte —¡bendita sea!

Porque esta es la verdad: he salido de la casa de los eruditos, y aún cerré de golpe la puerta detrás de mí. Demasiado tiempo se sentó mi alma hambrienta a su mesa; no estoy, como ellos, adiestrado para el conocer como para cascar nueces. Amo la libertad y el aire sobre la tierra fresca; antes quiero dormir sobre pieles de buey que sobre sus dignidades y respetabilidades.

Soy demasiado ardiente y abrasado por mis propios pensamientos; a menudo quiere quitarme el aliento. Entonces debo salir al aire libre y apartarme de todas las habitaciones polvorientas. Pero ellos se sientan fríos en la sombra fría; quieren en todo ser solamente espectadores y se cuidan de no sentarse allí donde el sol arde sobre los escalones. Como aquellos que están en la calle y miran boquiabiertos a la gente que pasa, así también esperan ellos y miran boquiabiertos los pensamientos que otros han pensado.

Si uno los coge con las manos, desprenden polvo a su alrededor como sacos de harina, y sin querer. Pero ¿quién adivinaría que su polvo proviene del grano y de la dorada delicia de los campos de verano? Si se presentan como sabios, me estremecen con sus pequeños dichos y verdades: a menudo hay en su sabiduría un olor como si proviniera del pantano; y en verdad, también he oído ya a la rana croar en ella. Son habilidosos, tienen dedos hábiles: ¿qué quiere mi sencillez al lado de su multiplicidad? Todo enhebrar, anudar y tejer entienden sus dedos: ¡así producen las medias del espíritu!

Son buenos relojes: sólo se debe darles cuerda correctamente. Entonces indican sin engaño la hora y hacen con ello un ruido modesto. Como ruedas de molino trabajan, y como pilones: sólo se deben arrojar a ellos los granos del fruto. Ya saben moler el grano menudo y hacer de él polvo blanco.

Se vigilan estrechamente y no se atreven a lo mejor. Inventivos en pequeñas astucias, esperan a aquellos cuyo saber camina sobre pies lisiados; como arañas esperan. Siempre los vi preparar veneno con cautela, y siempre se calzaban guantes de cristal en los dedos. También saben jugar con dados falsos; y con tanto ardor encontré que jugaban que al hacerlo sudaban.

Somos extraños el uno al otro, y sus virtudes me repugnan aún más que sus falsedades y sus dados trucados. Y cuando viví entre ellos, viví sobre ellos. Por ello me guardaron rencor. No quieren oír nada de que alguien camine sobre sus cabezas; y así pusieron madera, tierra e inmundicia entre mí y sus cabezas. Así amortiguaron el sonido de mis pasos: y fui peor oído, hasta ahora, por los más eruditos. El error y la debilidad de todos los hombres los pusieron entre ellos y yo. “Falso suelo” llaman a eso en sus casas. Pero, aun así, camino con mis pensamientos sobre sus cabezas; e incluso si quisiera caminar sobre mis propios errores, todavía estaría sobre ellos y sobre sus cabezas.

Porque los hombres no son iguales: así habla la justicia. Y lo que yo quiero, no pueden ellos quererlo.

Así habló Zaratustra.

Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.

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