¡Al pueblo habéis servido y a la superstición del pueblo, todos vosotros, sabios famosos, y no a la verdad! Y precisamente por eso se os tributó reverencia. Y por eso también se toleró vuestra incredulidad, porque no era más que una broma y un desvío hacia el pueblo. Así deja el amo a sus esclavos hacer lo que quieran, y todavía se deleita con su atrevimiento.
Pero aquel que, para el pueblo, es tan odioso como el lobo para los perros – ese es el espíritu libre, el enemigo de las cadenas, el no adorador, el que habita en los bosques. Hostigarlo para que salga de su de su cubil – eso ha llamado siempre el pueblo “sentido de lo justo”: contra él azuza todavía siempre a sus perros de dientes más afilados.
“Porque la verdad está ahí: ¡el pueblo está ahí, después de todo! ¡Ay, ay de los que buscan!” – Así resonó desde siempre. A vuestro pueblo quisistéis otorgarle derecho en su veneración. Eso lo llamasteís “voluntad de verdad”, vosotros sabios. Y vuestro corazón siempre se dijo a sí mismo: “vine del pueblo: de allí me vino también la voz de Dios.” Obstinados y astutos, igual que el asno, fuisteis siempre como abogados del pueblo.
Y más de un poderoso, que quiso llevarse bien con el pueblo, enganchó todavía delante de sus caballos – un burrito, un sabio famoso.
Y ahora quisiera, sabios famosos, que arrojaseis de una vez del todo de vosotros la piel del león! La piel de la bestia de presa, la moteada, y los mechones hirsutos del que investiga, del que busca, del que conquista.
¡Ay! para que yo aprenda a creer en vuestra “veracidad,” antes debéis romperme esa vuestra voluntad que venera.
Veraz, así llamo al que se adentra en desiertos sin dioses y ha roto su corazón que venera. En arenas amarillas y abrasadas por el sol, entorna tal vez los ojos sediento hacia islas ricas en fuentes, donde lo vivo reposa bajo árboles en sombra. Pero su sed no lo persuade a volverse igual a estos cómodos: porque donde hay oasis, ahí hay también ídolos.
Con hambre, violenta, solitaria, sin Dios: así se quiere a sí misma la voluntad de león. Libre de la felicidad de los siervos, redimida de dioses y adoraciones, sin temor y temible, grande y solitaria: así es la voluntad del veraz.
En el desierto vivieron siempre los veraces, los espíritus libres, como señores del desierto; pero en las ciudades viven los bien alimentados, los sabios famosos, – las bestias de tiro. Porque siempre tiran, como asnos – ¡de los carros del pueblo! No que yo esté enfadado con ellos por eso, pero para mí siguen siendo sirvientes, animales con arnés, incluso cuando relucen desde un arnés dorado. Y a menudo fueron buenos sirvientes y dignos de alabanza. Porque así habla lo que llaman virtud: “¡si debes ser un sirviente, busca a aquel a quien más beneficia tu servicio! El espíritu y la virtud de tu señor deben crecer por el hecho de que tú seas su sirviente: así creces tú mismo con su espíritu y su virtud. Y en verdad, ¡vosotros, sabios famosos, vosotros sirvientes del pueblo! vosotros mismos crecisteis con el espíritu del pueblo y su virtud – ¡y el pueblo a través de vosotros! ¡En vuestro honor lo digo! ¡Pero el pueblo seguís siendo para mí incluso en vuestras virtudes, pueblo de ojos lerdos, – pueblo, que no sabe, lo que es espíritu!
El espíritu es la vida, que se corta a sí misma para adentrarse en la vida: por su propia tortura, aumenta su propio conocimiento,- ¿Lo sabíais ya?
Y la felicidad del espíritu es esta: ser ungido y, a través de lágrimas, consagrado como animal de sacrificio, – ¿Lo sabíais ya?
Y la ceguera del ciego y su buscar y tantear todavía atestiguarán el poder del sol al que miró, – ¿Lo sabíais ya?
¡Y con montañas aprenderá a construir el que conoce ! Es poco que el espíritu mueva montañas, – ¿Lo sabíais ya?
Conocéis solamente las chispas del espíritu: ¡pero no véis el yunque que él es, ni la crueldad de su martillo!
¡En verdad, no conocéis el orgullo del espíritu! ¡Pero aún menos soportaríais la humildad del espíritu, si algúna vez quisiera hablar!
Y nunca aún pudisteis arrojar vuestro espíritu a un pozo de nieve: ¡no sois lo bastante ardientes para ello! Así tampoco conocéis los deleites de su frescura.
En todo, sin embargo, os hacéis para mí demasiado familiares con el espíritu; y de la sabiduría hicistéis a menudo un hospicio y un hospital para malos poetas.
No sóis águilas: así tampoco experimentasteis la felicidad en el espanto del espíritu. Y quien no es pájaro no debe posarse sobre abismos.
Sois para mí tibios: pero frío fluye todo conocimiento profundo. Glaciales son los manantiales más interiores del espiritu: un alivio para las manos ardientes y para los que obran con las manos.
¡Respetables os erguís ahí ante mí, rígidos, y de espaldas rectas, vosotros, sabios famosos! Ningún viento fuerte ni voluntad os empuja.
¿No habéis visto nunca una vela sobre el mar, redonda e hinchada, temblando bajo el impetu del viento? Así, como la vela, temblando bajo el ímpetu del espíritu, avanza mi sabiduría sobre el mar – mi salvaje sabiduría.
¡Pero vosotros, sirvientes del pueblo, vosotros sabios famosos, -cómo podríais ir conmigo!
Así habló Zaratustra.
Traducción revisada con asistencia de IA basada en la arquitectura Transformer. Edición orientada por el texto alemán (Colli y Montinari) y la división estructural de Walter Kaufmann.
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