Prólogo de Zaratustra

1
Cuando Zaratustra cumplió treinta años dejó su hogar y el lago cercano a su hogar y subió a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad, y durante diez años no se cansó de ello. Pero al fin se produjo un cambio en su corazón, y una mañana se levantó con el alba, se puso delante del sol y le habló así:
«Gran estrella, ¿qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos para quienes brillas?
«Durante diez años has ascendido a mi cueva: te habrías cansado de tu luz y del viaje si no hubiera sido por mí, mi águila y mi serpiente.
«Pero te esperábamos cada mañana, tomábamos de ti tu desbordamiento y te bendecíamos por ello.
«He aquí que me fatiga mi sabiduría, como una abeja que ha recogido demasiada miel; necesito manos extendidas para recibirla.
«Quiero repartir y distribuir, hasta que los sabios vuelvan a gozar de su locura y los pobres de sus riquezas.
«Para eso debo descender a lo profundo, como tú haces al atardecer cuando vas detrás del mar y aún traes luz al inframundo, estrella sobreriquecida.
«Como tú, también yo debo DESCENDER – descender, como dice el hombre, hacia el hombre al que quiero alcanzar.
«¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo que puedes mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande!
«Bendice la copa que quiere rebosar, para que el agua brote de ella dorada y lleve a todas partes el reflejo de tu deleite.
«He aquí que esta copa quiere volver a vaciarse, y Zaratustra quiere volver a ser hombre».
Así comenzó el descenso de Zaratustra.

2
Zaratustra descendió solo de las montañas, sin encontrar a nadie. Pero cuando llegó al bosque, de pronto se presentó ante él un anciano que había abandonado su santa cabaña para buscar raíces en el bosque. Y el anciano habló así a Zaratustra:
«No me es extraño este vagabundo: hace muchos años pasó por aquí. Zaratustra se llamaba, pero ha cambiado. En aquel tiempo llevaste tus cenizas a las montañas; ¿llevarás ahora tu fuego a los valles? ¿No temes ser castigado como incendiario?
«Sí, reconozco a Zaratustra. Sus ojos son puros, y no se posa ningún asco en su boca ¿No camina como un bailarín?
«Zaratustra ha cambiado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un despierto; ¿qué quieres ahora entre los durmientes? Vivías en tu soledad como en el mar, y el mar te sostenia. Ay, ¿quieres ahora subir a la orilla? Ay, ¿arrastrarías de nuevo tu propio cuerpo?
Zaratustra respondió: «Amo al hombre».
«¿Por qué», preguntó el santo, »me adentré en el bosque y en el desierto? ¿No fue porque amaba demasiado al hombre? Ahora amo a Dios; no amo al hombre. El hombre es para mí algo demasiado imperfecto. El amor al hombre me mataría».
Zaratustra respondió: «¿He hablado yo de amor? Traigo al hombre un regalo».
«¡No les des nada!», dijo el santo. «Más bien, toma parte de su carga y ayúdales a llevarla – ¡eso será lo mejor para ellos, aunque sólo te haga bien a ti! Y si quieres darles algo, no les des más que una limosna, ¡y que mendiguen por eso!».
«No», respondió Zaratustra. «Yo no doy limosna. Para eso no soy lo bastante pobre».
El santo se rió de Zaratustra y habló así: «Entonces procura que acepten tus tesoros. Desconfían de los ermitaños y no creen que vengamos con regalos. Nuestros pasos suenan demasiado solitarios por las calles. Y si por la noche, en sus camas, oyen pasar a un hombre mucho antes de que haya salido el sol, probablemente se pregunten: ¿Adónde va el ladrón?
«No vayas hacia el hombre. ¡Quédate en el bosque! ¡Ve más bien incluso a los animales! ¿Por qué no quieres ser como yo: un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?».
«¿Y qué hace el santo en el bosque?», preguntó Zaratustra.
Respondió el santo: «Hago canciones y las canto; y cuando hago canciones, río, lloro y tarareo: así alabo a Dios. Con el canto, el llanto, la risa y el tarareo, alabo al dios que es mi dios. Pero, ¿qué nos traes de regalo?».
Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras se despidió del santo y le dijo: «¿Qué podría darte? Pero déjame irme de prisa, no sea que sin querer te quite algo.” Y así se separaron, el viejo y el hombre, riendo como ríen dos muchachos.
Pero cuando Zaratustra se quedó solo habló así a su corazón: «¿Será posible? Este viejo santo del bosque aún no ha oído nada de esto, ¡que DIOS HA MUERTO!».

3

Cuando Zaratustra llegó a la siguiente ciudad, situada en la linde del bosque, encontró a mucha gente reunida en la plaza del mercado, pues se había prometido que habría un equilibrista. Y Zaratustra habló así a la gente:

«Os enseño al superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?

»Todos los seres, hasta ahora, han creado algo más allá de sí mismos; ¿y queréis ser la resaca de este gran diluvio, incluso volver a las bestias antes que superar al hombre? ¿Qué es el mono para el hombre? Un hazmerreír o una dolorosa vergüenza. Y el hombre será precisamente eso para el superhombre: un hazmerreír o un doloroso bochorno. Habéis pasado de gusano a hombre, y mucho en vosotros sigue siendo gusano. Una vez fuisteis monos, y aun ahora, el hombre es más simio que cualquier simio.

»Quienquiera que sea el más sabio entre vosotros, también él es tan solo un conflicto y un cruce entre planta y fantasma. Pero ¿os ordeno yo que os convirtáis en fantasmas o en plantas?

»He aquí: os enseño al superhombre. El superhombre es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad diga: ¡el superhombre será el sentido de la tierra! Os lo ruego, hermanos míos: ¡permaneced fieles a la tierra, y no creáis a quienes os hablan de esperanzas de otro mundo! Lo sepan o no, son mezcladores de veneno. Son despreciadores de la vida, decadentes y envenenados ellos mismos, de quienes la tierra está harta: ¡dejadlos ir!

»Una vez, el pecado contra Dios fue el mayor pecado; pero Dios ha muerto, y con él murieron también esos pecadores. Ahora, pecar contra la tierra es lo más espantoso, y tener en más estima las entrañas de lo incognoscible que el sentido de la tierra.

»Antes, el alma miraba con desprecio al cuerpo —y ese desprecio era entonces lo más alto: el alma quería un cuerpo exiguo, espantoso y hambriento. Así creía poder escapar del cuerpo —y de la tierra. ¡Oh, esta alma misma era todavía escasa, espantosa y hambrienta! Y la crueldad era la lujuria de esa alma.

»Pero también vosotros, hermanos míos, decidme: ¿qué dice vuestro cuerpo de vuestra alma? ¿No es vuestra alma pobreza, inmundicia y un miserable contento?

»Verdaderamente, un riachuelo impuro es el hombre. Hay que ser un mar, para poder recibir un arroyo contaminado sin ensuciarse. ¡Mirad, os muestro al superhombre: él es ese mar! En él puede ahogarse vuestro gran desprecio.

»¿Cuál es la mayor experiencia que podéis tener? Es la hora del gran desprecio: la hora en que también vuestra felicidad os causa náusea —y vuestra razón, y vuestra virtud.

»La hora en que decís: “¿De qué me sirve mi felicidad? Es pobreza, inmundicia y vil satisfacción. Pero mi felicidad debería justificar la existencia misma.”

»La hora en que decís: “¿Qué importa mi razón? ¿Acaso ansía el conocimiento como el león su alimento? Es pobreza, inmundicia y vil satisfacción.”

»La hora en que decís: “¿Para qué mi virtud? Aún no me ha hecho rabiar. ¡Qué cansado estoy de mi bien y de mi mal! Todo eso es pobreza, inmundicia y vil satisfacción.”

»La hora en que decís: “¿Qué valor tiene mi justicia? No veo que yo sea llamas y combustible. Pero los justos son llamas y combustible.”

»La hora en que decís: “¿Qué importa mi piedad? ¿No es la piedad la cruz en la que está clavado quien ama al hombre? Pero mi piedad no es crucifixión.”

»¿Has hablado ya así? ¿Has llorado ya así? ¡Oh, si te hubiera oído gritar así!

»No tu pecado, sino tu mezquindad clama al cielo; tu mezquindad, incluso en el pecado, clama al cielo.

»¿Dónde está el rayo que te lama con su lengua? ¿Dónde el frenesí con el que deberías ser inoculado?

»He aquí: os enseño al superhombre. Él es ese relámpago, él es ese frenesí.»

Cuando Zaratustra hubo hablado así, uno de los presentes gritó: «¡Ya hemos oído bastante sobre el equilibrista; ahora queremos verlo también!». Y todo el pueblo se rió de Zaratustra. Pero el equilibrista, creyendo que aquellas palabras se referían a él, comenzó su actuación.

4

Zaratustra miró al pueblo y se asombró. Entonces habló así:
«El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre – una cuerda sobre un abismo.
Un peligroso ir más allá, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y detenerse.
«Lo grande del hombre es que es un puente y no un fin: lo que puede ser amado en él es que es una transicion y una caída.
«Amo a quienes no saben vivir si no como quienes han de descender, porque ellos son los que cruzan.
«Amo a los grandes despreciadores porque ellos son los grandes veneradores y flechas del anhelo hacia la otra orilla.
«Amo a quienes no buscan primero una razón tras las estrellas para caer y ser sacrificados, sino que se sacrifican por la tierra, para que algun día esta pertenezca al superhombre.
«Amo a quien vive para conocer, y que quiere conocer para que algún día viva el superhombre. Así quiere su descenso.
«Amo a quien trabaja e inventa para construir una casa para el superhombre y preparar la tierra, el animal y las plantas para él: así quiere su descenso.
«Amo a quien ama su virtud, pues la virtud es voluntad de descenso y una flecha del deseo.
«Amo a quien no guarda para sí una chispa de espíritu, sino que quiere ser por completo el espíritu de su virtud: así cruza el puente con alegria.
«Amo a quien hace de su virtud su adicción y su perdicion: por su virtud quiere vivir aún y no seguir viviendo.
«Amo al que no quiere demasiadas virtudes: una sola virtud es más virtud que dos, porque es un lazo más firme del que puede colgar su destino.
«Amo a quien derrocha su alma, que no quiere agradecimientos ni los devuelve: porque siempre da y no quiere conservarse.
«Amo a quien se avergüenza cuando la suerte le favorece, y se pregunta: «¿Soy un jugador tramposo?». Pues quiere perecer.
«Amo a quien lanza palabras de oro antes que sus actos y siempre hace más de lo que promete: porque quiere su descenso.
«Amo a quien justifica a los venideros y redime a los pasados: porque quiere perecer por el presente.
«Amo a quien castiga a su dios porque ama a su dios: pues ha de perecer por la cólera de su dios.
«Amo a quien tiene el alma profunda incluso cuando sufre heridas, y que puede perecer por una bagatela: así cruza el puente con alegria.
«Amo a quien tiene el alma tan llena que se olvida de sí mismo, y todo entra en él: así todo se convierte en su caída.
«Amo a quien tiene espíritu libre y corazón libre: así su cabeza no es más que las entrañas de su corazón, y su corazón lo impulsa a caer.
«Amo a todos los que son como gotas pesadas, que caen una a una de la nube oscura suspendida sobre el hombre: ellos anuncian el relámpago que viene, y, como heraldos, perecen.
«He aquí, yo soy un heraldo del relámpago y una gota pesada de la nube; pero ese relámpago se llama superhombre.”

5

Cuando Zaratustra hubo pronunciado estas palabras, volvió a mirar al pueblo y guardó silencio. «Ahí están», dijo en su corazón, «ahí se ríen. No me entienden: no soy boca para estos oídos. ¿Hay que ensordecerlos para que aprendan a ver con los ojos? ¿Hay que hacer estrépito como los timbales y predicar el arrepentimiento? ¿O es que solo creen al que balbucea?»

«Tienen algo de lo que se enorgullecen. ¿Cómo llaman a eso que los enorgullece? Educación lo llaman; eso los distingue de los pastores de cabras. Por eso no les agrada que se les nombre el desprecio. Habladles, pues, a su orgullo. Habladles de lo que es más despreciable: ¡pero ese es el último hombre

Y así habló Zaratustra al pueblo: «Ha llegado el momento en que el hombre debe fijarse una meta. Ha llegado el momento en que el hombre debe plantar la semilla de su más alta esperanza. Su suelo es todavía fértil para ello. Pero un día este suelo será estéril y domesticado, ningún árbol alto podrá crecer en él. Ay, ha llegado el tiempo en que el hombre ya no lanzará la flecha de su anhelo más allá del hombre, y la cuerda de su arco ha olvidado cómo silbar.»

«Os digo: aún hay que tener caos dentro de uno para poder dar a luz una estrella danzante. Os digo: todavía tenéis caos en vosotros. 

Ay, se acerca la hora en que el hombre ya no dará a luz estrellas. Ay, se acerca la hora del hombre más despreciable, aquel que ya no es capaz de despreciarse a sí mismo. ¡Mirad! Os muestro al último hombre

«¿Qué es el amor? ¿Qué es la creación? ¿Qué es el anhelo? ¿Qué es una estrella?» — pregunta así el último hombre, y parpadea.

«La tierra se ha vuelto pequeña, y sobre ella salta el último hombre, que lo hace todo pequeño. Su raza es tan indestructible como la pulga; el último hombre es el que más tiempo vive.»

«Hemos inventado la felicidad» — dicen los últimos hombres, y parpadean. Han abandonado las regiones donde vivir es difícil, porque se necesita calor. Todavía aman al prójimo y se restriegan con él, porque se necesita calor.

Enfermarse y albergar sospechas son pecados para ellos: se procede con cautela.  ¡Es un necio quien tropieza aún con piedras o con hombres! Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para una muerte dulce.

Todavía se trabaja, pues el trabajo es entretenimiento. Pero se procura que el entretenimiento no canse demasiado. Ya no se es pobre ni rico: ambas cosas exigen demasiado esfuerzo.¿Quién quiere mandar aún? ¿Quién obedecer? Ambas cosas requieren demasiado esfuerzo.

«No hay pastor, y hay un solo rebaño. Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien siente algo distinto se interna voluntariamente en un manicomio.»

«Antes todo el mundo estaba loco» — dicen los más refinados, y parpadean.

«Uno es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido; por eso no hay fin para la burla.» Todavía se discute, pero pronto se reconcilian, para no arruinar la digestión.

Uno tiene su pequeño placer para el día, y su pequeño placer para la noche: pero honra su salud.

«Hemos inventado la felicidad» — dicen los últimos hombres, y parpadean.

Y así concluyó el primer discurso de Zaratustra, que también se llama «el Prólogo»; porque en este punto fue interrumpido por el clamor y el júbilo de la multitud.

«¡Danos a este último hombre, oh Zaratustra!» — gritaban — «¡Haznos como esos últimos hombres! ¡Entonces te daremos al superhombre!Y todo el pueblo se regocijaba y chasqueaba la lengua.

Zaratustra se entristeció y dijo a su corazón: «No me entienden: no soy boca para estos oídos. He vivido demasiado tiempo en las montañas; he escuchado demasiado a los arroyos y a los árboles.

Ahora hablo como quien habla con pastores de cabras. Mi alma es clara y serena como las montañas en la mañana. Pero ellos creen que soy frío, que me burlo y hago bromas terribles. Y ahora me miran y se ríen; pero en su risa hay odio. Hay hielo en su risa.»

6

Entonces ocurrió algo que dejó a todos boquiabiertos y con los ojos rígidos. Entretanto, el funambulista había comenzado su acto: había salido por una pequeña puerta y caminaba sobre la cuerda tendida entre dos torres, suspendida sobre el mercado y la gente. Cuando llegó exactamente al centro del recorrido, la puerta se abrió de nuevo y otro hombre, vestido con ropas abigarradas y aspecto de bufón, saltó y siguió al primero con pasos rápidos.

«¡Adelante, cojo!» —gritó con voz imponente—. «¡Adelante, holgazán, contrabandista, cara pálida, o te haré cosquillas con el talón! ¿Qué haces aquí entre torres? ¡Tu sitio está en la torre! Deberían encerrarte; estás obstaculizando el paso a uno mejor que tú.» Y con cada palabra se acercaba más y más, hasta que, estando ya solo a un paso de él, ocurrió algo terrible que dejo a todos boquiabiertos y con los ojos rígidos: el bufón profirió un grito diabólico y saltó por encima del hombre que estaba en su camino. Éste, al ver que su rival lo ganaba, perdió la cabeza y el equilibrio, arrojó la vara y cayó al vacío aún más deprisa, un torbellino de brazos y piernas. La plaza del mercado se volvió como el mar cuando la tempestad lo alborota: la gente se dispersó, y comenzó a atropellarse, especialmente en  el lugar donde el cuerpo había golpeado la tierra.

Zaratustra no se movió. Y fue justo a su lado donde cayó el cuerpo, mutilado y desfigurado, pero aún no muerto. Al cabo de un rato, el hombre zarandeado recuperó la conciencia y vio a Zaratustra arrodillado junto a él. «¿Qué haces aquí?» —preguntó por fin—. «Hace tiempo que sabía que el diablo me haría tropezar. Ahora me arrastrará al infierno. ¿Quieres impedirlo?»

—Por mi honor, amigo —respondió Zaratustra—, todo lo que dices no existe: no hay diablo ni infierno. Tu alma morirá antes que tu cuerpo; no temas nada más.

El hombre lo miró con recelo. «Si dices la verdad —dijo—, no pierdo nada al perder la vida. Mas no soy más que una bestia a la que han enseñado a bailar a golpes y con unos pocos bocados.»

—De ninguna manera —dijo Zaratustra—. Has hecho del peligro tu vocación; no hay nada despreciable en ello. Ahora mueres por tu vocación: por eso te enterraré con mis propias manos.

Cuando Zaratustra dijo esto, el moribundo no respondió, pero movió la mano como si buscara la de Zaratustra en señal de agradecimiento.

7

Mientras tanto, cayó la noche y el mercado quedó sumido en la oscuridad. La gente se dispersó, porque incluso la curiosidad y el terror se cansan. Pero Zaratustra se sentó en el suelo cerca del cadáver y quedó absorto en sus pensamientos, olvidándose del tiempo. Por fin llegó la noche y un viento frío sopló sobre el solitario.

Entonces Zaratustra se levantó y dijo a su corazón:
«¡Ciertamente, es una hermosa pesca la que ha traído hoy Zaratustra! No ha pescado a ningún hombre, sino un cadáver.
La existencia humana es extraña y sigue sin sentido: un bufón puede convertirse en la fatalidad del hombre.
Enseñaré a los hombres el sentido de su existencia: el superhombre, el relámpago que surge de la nube oscura del hombre. Pero aún estoy lejos de ellos, y mi sentido no habla a sus sentidos. Para los hombres sigo siendo un ser entre un necio y un cadáver.

Oscura es la noche, oscuros son los caminos de Zaratustra.
¡Ven, frío y rígido compañero! Te llevaré a donde pueda enterrarte con mis propias manos».

8

Cuando Zaratustra hubo dicho esto a su corazón, se echó el cadáver a la espalda y emprendió el camino. Y no había dado cien pasos cuando un hombre se le acercó sigilosamente y le susurró al oído – he aquí que era el bufón de la torre. «Vete de esta ciudad, Zaratustra», le dijo, »aquí hay demasiados que te odian. Te odian los buenos y los justos, y te llaman su enemigo y despreciador; te odian los creyentes en la verdadera fe, y te llaman el peligro de la multitud. Tuviste la suerte de que se rieran de ti; y, en verdad, hablaste como un bufón. Tuviste suerte de agacharte hasta el perro muerto; cuando te agachaste tanto, salvaste tu propia vida para hoy. Pero vete de esta ciudad, o mañana saltaré sobre ti, uno vivo sobre otro muerto». Y dicho esto, el hombre desapareció; pero Zaratustra siguió adelante por las oscuras callejuelas.

En la puerta de la ciudad se encontró con los sepultureros, que le iluminaron la cara con sus antorchas, reconocieron a Zaratustra y se burlaron de él. «Zaratustra se lleva al perro muerto: ¡qué bien que Zaratustra se haya convertido en sepulturero! Pues nuestras manos están demasiado limpias para este asado. ¿Robaría Zaratustra este bocado al diablo? Pues bien, entonces te deseamos una buena comida. Ojalá el diablo no fuera mejor ladrón que Zaratustra: los robará a los dos, los engullirá a los dos». Y rieron y juntaron las cabezas.

Zaratustra no dijo ni una palabra y siguió su camino. Cuando llevaba dos horas caminando, entre bosques y pantanos, oyó tanto el aullido hambriento de los lobos que él mismo sintió hambre. Así que se detuvo en una casa solitaria en la que ardía una luz.

«Como un ladrón, el hambre me alcanza», dijo Zaratustra. «En los bosques y en los pantanos me alcanza el hambre, y en lo profundo de la noche. Mi hambre es ciertamente caprichosa: a menudo sólo viene a mí después de comer, y hoy no ha venido en todo el día; ¿dónde habrá estado?

Y en eso Zaratustra llamó a la puerta de la casa. Apareció un anciano, llevando la luz, y preguntó: «¿Quién es el que viene a mí y a mi mal dormir?».

«Un vivo y un muerto», dijo Zaratustra. «Dame algo de comer y de beber; lo he olvidado durante el día. Quien alimenta al hambriento refresca su propia alma: así habla la sabiduría».
El anciano se marchó, pero regresó al poco rato y ofreció a Zaratustra pan y vino. «Ésta es una región mala para los hambrientos -dijo-; por eso vivo aquí. Bestias y hombres vienen a mí, el ermitaño. Pero dile también a tu compañero que coma y beba; está más cansado que tú».

Zaratustra respondió: «Mi compañero ha muerto; difícilmente podría persuadirle».

«No me importa», dijo el anciano con malhumor. «Quien llama a mi puerta también debe aceptar lo que le ofrezco. Come y vete».

Y Zaratustra caminó otras dos horas, confiando en el sendero y en la luz de las estrellas; pues estaba acostumbrado a caminar de noche y le gustaba mirar a la cara a todo lo que dormía. Pero cuando amaneció Zaratustra se encontró en un bosque profundo, y no vio sendero por ninguna parte. Así que acostó al muerto en un árbol hueco -quería protegerlo de los lobos- y él mismo se tumbó en el suelo y en el musgo, con la cabeza bajo el árbol. Y pronto se quedó dormido, con el cuerpo cansado pero el alma impasible.

9

Zaratustra durmió durante mucho tiempo, y no sólo el alba pasó sobre su rostro, sino también la mañana. Al fin, sin embargo, sus ojos se abrieron: asombrado, Zaratustra miró al bosque y al silencio; asombrado, se miró a sí mismo. Entonces se levantó rápidamente, como un marino que de repente ve tierra, y se alegró, pues vio una nueva verdad. Y habló así a su corazón:

«Me ha llegado una intuición: necesito compañeros vivos – no compañeros muertos ni cadáveres a los que llevo conmigo donde yo quiera. Necesito compañeros vivos, que me sigan porque quieran seguirse a sí mismos – donde yo quiera.

«Me ha venido una idea: que Zaratustra no hable al pueblo, sino a compañeros. Zaratustra no se convertirá en pastor y perro de un rebaño.

«Para alejar a muchos del rebaño, para eso he venido. El pueblo y el rebaño se enfadarán conmigo: Zaratustra quiere ser llamado ladrón por los pastores.

«Pastores, digo; pero se llaman a sí mismos los buenos y los justos. Pastores, digo; pero se llaman a sí mismos los creyentes en la verdadera fe.

«¡Contemplad a los buenos y a los justos! ¿A quién odian más? Al hombre que rompe sus tablas de valores, al quebrantador, al transgresor de la ley; sin embargo, él es el creador.

«¡Contemplad a los creyentes de todas las creencias! ¿A quién odian más? Al hombre que rompe sus tablas de valores, al infractor, al transgresor de la ley; sin embargo, él es el creador.

«Compañeros, busca el creador, no cadáveres, no rebaños y creyentes. Compañeros creadores, busca el creador, que escriban nuevos valores en nuevas tablas. El creador busca compañeros  y amigos cosechadores; porque todo a su alrededor  está maduro para la cosecha. Pero le faltan cien hoces: así que arranca espigas y se fastidia. El creador busca compañeros, y a quienes sepan afilar sus hoces. Serán llamados destructores y despreciadores del bien y del mal. Pero son ellos los cosechadores y los que celebran. Compañeros creadores busca Zaratustra, compañeros cosechadores y compañeros celebrantes: ¿qué son para él los rebaños, los pastores y los cadáveres?

«Y tú, mi primer compañero, ¡adiós! Te enterré bien en tu árbol hueco; te he escondido bien de los lobos. Pero me separo de ti; se acabó el tiempo. Entre amanecer y amanecer me ha llegado una nueva verdad. No seré pastor, ni sepulturero. Nunca más hablaré al pueblo: por última vez he hablado a los muertos.

«Me uniré a los creadores, a los cosechadores, a los celebrantes: Les mostraré el arco iris y todos los pasos hacia el superhombre. A los ermitaños les cantaré mi canción, a los solitarios y a los gemelos; y quienquiera que aún tenga oídos para lo inaudito – su corazón se volverá pesado con mi felicidad.

«A mi meta iré – por mi propio camino; sobre los que vacilan y se quedan atrás saltaré. Que mi marcha sea su descenso”.

10

Esto es lo que Zaratustra había dicho a su corazón cuando el sol se detuvo en el cenit; entonces miró al aire, interrogante, porque en lo alto oyó el agudo reclamo de un pájaro. Y ¡he aquí! Un águila surcaba el cielo en amplios círculos, y sobre ella se enroscaba una serpiente, no como presa, sino como amiga: porque se mantenía enroscada a su cuello.

«Estos son mis animales», dijo Zaratustra, y se alegró en su corazón. «El animal más orgulloso bajo el sol y el animal más sabio bajo el sol – han salido de búsqueda. Quieren determinar si Zaratustra sigue vivo. En verdad, ¿todavía vivo? He encontrado la vida más peligrosa entre los hombres que entre los animales; por senderos peligrosos camina Zaratustra. Que mis animales me guíen».

Cuando Zaratustra hubo dicho esto, recordó las palabras del santo del bosque, suspiró y habló así a su corazón: «¡Que yo sea más sabio! ¡Que sea sabio hasta la médula como mi serpiente! Pero ahí pido lo imposible: así que pido a mi orgullo que vaya siempre a la par de mi sabiduría. Y cuando mi sabiduría me abandone un día -ay, le encanta volar-, que mi orgullo vuele entonces con mi locura.»

Así Zaratustra comenzó a descender.

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